30 de Diciembre, 1940.
Después de la escena tan cruda que tuve de la muerte de Geraldine, me dirigí hacia mi casa donde Vannia me curo la frente. Me mire al espejo, mire la cicatriz en mi frente y las lágrimas comenzaron a salir solas. Ese día era el último día que estaba en mi casa. Nos obligaron a vender nuestras cosas y tomamos solo lo que pudimos cargar, una maleta cada uno de mi familia.
Al salir, soldados alemanes se colocaron en las aceras mientras todos los judíos de Varsovia caminábamos por la calle hasta el distrito judío dónde se construyó un grueso muro de concreto que nos apartaba de todo.
Un departamento.
Un baño.
Dos habitaciones.
7 personas.
Sin duda alguna, una tremenda asquerosidad.
Nos encontrábamos bajo control y horario alemán, un alemán en cada puerta, de cada departamento y casa, controlando que ningún judío salga después de las diez de la noche, ni podíamos estar despierto después de la a hora ya dicha.
Podía ver cada noche como los alemanes lanzaban a los niños desde el quinto piso, las cabezas de los pobrecillos se impactaban contra el suelo de concreto de la calle, la sangre de los chicos adornaba la calle. Ahí comíamos una vez al día. Los abuelos estaban más débiles, más juntos y esperanzados a que eso terminará, lo cual no creía que pasara pronto. No había escuela, no había empleos, pero si había hambre, maltratos y enfermedades, un amigo de Max murió por comer comida putrefacta, el chico no tenía otra opción, tenía hambre, era morir de hambre o morir de intoxicación por comida podrida. Bueno, al menos murió con algo en el estómago.
Hacia bastante frio, mi padre y Max decidieron darles la habitación a los abuelos. Yo, Vannia y mi madre en la otra, apenas con una cobija para las tres.
El uniformado que le disparo a Geraldine era guardián del edificio de enfrente, pude reconocerlo porque siempre tenía la misma cara de maldito desgraciado; sonriendo como si algo bueno pasase, mientras que nuestro guardián era el soldado amigo del este. El día que Geraldine murió, de alguna forma me hice prometerle que me vengaría, no sé cómo carajos le pude decirle eso.
Había pasado dos meses de estar ahí en ese infierno. Era de madrugada y estaba tratando de dormir mientras que Vannia y mi madre ya estaban haciéndolo, y a veces mientras ellas dormían las miraba firmemente y me preguntaba cómo demonios lograban conciliar el sueño después de pasar un día de mierda. Afuera en la calle sonó como aparcaban un auto frente al edificio. Los metrallazos contra las paredes de concreto comenzaron a sonar y gritos de ellos se hacían presentes.
— ¡Arriba!, ¡despierten, ya! — gritaba uno mientras subía las escaleras con pasos fuertes.
— Mama... — murmuraba mientras la movía suavemente. No respondió.
— ¡Vannia! — seguí susurrando.
Los pasos seguían subiendo a las escaleras.
Cuando tome un vaso de agua que estaba en la mesa de noche de lado de la cama, le lance el agua en la cara, ella se levantó de un salto.
— ¿Por qué hiciste eso? — dijo tallándose los ojos.
— ¡Shhh! — exclame tapándole la boca con la palma de la mano. —Ahí están de nuevo esos hombres. — murmure.
Vannia se levantó de la cama tomo el picaporte, le puso bajo llave y volvió a la cama, mi madre se despertó y Vannia evito que hablara. — No digan nada. — Dijo Vannia — Quizá no entren — continuo.
Golpearon con cierta brusquedad hasta que abrieron la puerta.
— ¡Levántense imbéciles! — Grito un alemán por fuera de la habitación.
— ¿Dónde están los demás, idiota? — pregunto alguien a mi padre.
— Están adentro, señor. — Le contesto mi padre, después de un sonoro golpe.
— ¡Llámalos! — grito. — Si no quieres que los llame yo, a mi manera. ¡Muévete bastardo! — Bramó.
Mi padre se aproximó a la habitación, trato de abrirla, pero tenía el seguro.
— Sylvia, salgan ya. — dijo mi padre desde afuera.
— No voy a salir. — Susurre, mientras me ponía un suéter.
Mi madre me tomo del brazo y me jalo hacia la entrada de la habitación. Vannia quito la llave de la puerta, giro el picaporte y abrió la puerta, ya estaban afuera mis abuelos, mi padre y Max.
»Es el mismo desgraciado que mato a Geraldine«
— ¡Hagan una línea, ya!
Todos nosotros nos pusimos uno de lado del otro. Mientras aquel imbécil pasaba frente a nosotros, se detuvo a mirar a mis abuelos de pies a cabeza. El sonrío y soltó una carcajada leve.
— Ancianos estúpidos. — Sentencio y siguió caminado, cuando vio a Vannia.
— Date vuelta — Ordenó.
— ¿Que? — contesto Vannia confundida con el rostro retorcido.