La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 7.


Los cuerpos desangrados y desfigurados eran deslumbrados por la luz nocturna en la calle oscura de la madrugada, les di el último vistazo y subí las escaleras hasta mi departamento, la puerta estaba entre abierta y entre, cuando mi madre vio que seguía viva, se abalanzó a mis brazos y posaba su cabeza en mi hombro, ambas nos desplomamos en el suelo. 
— ¡hija! ¡Norah! — grito mi madre sin dejar de abrazarme. 
— Tranquila madre, ya estoy bien. — le dije mientras le acariciaba el cabello. 
— ¿Cómo es que estas viva? — pregunto mientras se alejaba de mí. — Vi todo por la ventana. Vi como los mataban. 
— Uno de ellos me dejo ir. — dije y ella sonrió, bajo su mirada y me miro la marca roja en mi mejilla. 
— Ven, levántate. — dije levantándome y le tendí la mano, la recibió y la ayude a levantarse.
Fuimos hasta la recamara donde yo le cure las heridas con sal y alcohol.

[...]

10 de enero, 1941.

Ya había pasado un mes, termino el año y empezó otro pero era el mismo infierno. Había visto a mucha gente morir que ya nada podía sorprenderme, (o al menos eso creía en ese momento) unos morían de hambre, otras de tristeza, otros los asesinaban. El doctor Noutrach había muerto de un balazo en la cabeza porque se negó a obedecer, era el mejor amigo de mi padre y lo injusto ahí era que ni siquiera les daban una sepultura decente a los muertos, los dejaban en el mismo lugar donde dieron su último suspiro, simplemente los echaban a un rincón de la calle y es que era desagradable porque se podía percatar el olor leve y pudrió de los muertos. 
Yo estaba caminado junto con Vannia, por la calle con dirección a nuestro hogar, cuando unos hombres SS pasaron de lado de nosotros, uno se detuvo 
— ¡Oigan ustedes! — grito este y nos detuvimos. 
Vannia dio un suspiro y me tomo de la mano. 
— No digas nada. — me susurro al oído. 
Vannia giro al mirarlo y él le hizo un ademán con el dedo, indicando que se acercara. 
— Quédate aquí. — me volvió a susurrar. 
Ella camino hacia donde estaban ellos y se detuvo frente a uno. 
— Dígame. — dijo. 
— ¿Por qué no saludas? Soy tu superior, debes saludarme — pregunto este con la voz ronca y fuerte. 
— Los siento, señor. Buenos días — dijo Vannia bajando la cabeza, este se aproximó a levantar el brazo y le dio una bofetada con toda la fuerza posible, Vannia cayó al pavimento. 
Este río y siguió su camino no sin antes dedicarme una mirada asesina, cuando vi que estos se marchaban, me acerque a auxiliar a Vannia. — ¿Estas bien? — pregunte a su lado.
— Malditos — sentencio limpiándose la sangre que salía de su comisura de sus delgados labios. 
— Vámonos, levántate. — Ayude a levantarse y seguimos nuestro camino hasta casa. 
Me sentía inútil e impotente al permitir que eso pasara pero ¿Que podía hacer una chiquilla de dieciséis contra un montón de alemanes nazis? Nos despojaron de nuestros hogares y pertenencias, nos negaron nuestros derechos y educación, ahora solo éramos como unos sirvientes que obedecíamos dócil y forzosamente a los nazis, no podíamos hablar si no te lo permitían, no podíamos comer, no podíamos reír ni sonreír, aunque en esos tiempos duros ¿Quién se atrevería a sonreír? Nosotros ya habíamos olvidado que eran las alegrías, que era el reír, que era el sonreír, el jugar, nada de eso existía ahí, éramos judíos y por lo tanto éramos un problema, un montón de personas infelices que esperábamos nuestro deceso, esperábamos a que la caprichosa de la muerte decidiera llevarnos, la esperábamos tranquilos y sentados en el sofá de nuestro hogar, la mayoría de esa gente había perdido toda esperanza de que esto acabara, ya ni siquiera luchaban por mantenerse vivos. Solo estábamos esperando a que cada uno de nosotros muriera para que por fin encontráramos algo que ya no sabíamos si existía en la tierra; La paz.




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