La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 8.

Apestaba a sudor, mi cabello estaba grasoso y mi ropa estaba desgastada, sucia y rota, mis mejillas estaban llenas de hollín y tenía los dientes amarillos. Eso era lo que miraba en el espejo roto del baño, habían pasado tres días que nos habían dejado sin agua, mi rostro y mi cuerpo estaban más delgado, tenía ojeras, los pómulos hundidos y las pestañas trozadas al igual que las puntas de mi cabello, me veía horrible, aunque mi madre me decía todo el tiempo que era hermosa, yo no lo creía así. Mis codos y rodillas también estaban sucias. 

Estaba somnolienta y exhausta, la casa estaba hecha un desastre, los abuelos solo estaban ahí sentando tomados de las manos con la mirada pérdida, mi padre se sentía el hombre más miserable de Polonia, mi madre se pasaba todo el tiempo sentada en la silla frente a la mesa llorando, Vannia y Max estaban molestos todo el tiempo y yo, bueno yo solo observaba a mi alrededor. Un alrededor que se iba destruyendo cada vez más. 

Nunca había sentido tantas ganas de morir como las sentía en ese momento, quería mil veces saltar por la ventana y caer por el vacío, romperme la cabeza contra el pavimento y desangrarme en la acera, a que alguno de esos alemanes me matara, pero era demasiado cobarde para eso, o tal vez era muy valiente para quedarme viva y mirar como maltrataban a mi familia y aniquilaban a miles de judíos cada día. No lo sé, creo que era un poco de ambos, o simplemente muy dentro de mí, aun sentía y tenía esperanza que iba a terminar algún día, nada duraba para siempre, pero si mucho, mucho tiempo. 

Tenía sueño, tenía hambre, tenía sed y tenía tristeza. Todos se morían por eso, es normal. Y entonces, ¿Por qué seguía viva? 

A veces se me olvidaba mi nombre, a veces se me olvidaba que fui feliz en mi pasado, a veces se me olvidaba como era escribir, que apariencia tenía un lápiz y un cuaderno, a veces cuando lograba dormir, pensaba que había sido un sueño, y que estaba en casa con la familia feliz que siempre tuve, ahora ni siquiera podía reconocer a esas personas con las que vivía, esa no era mi madre, esos no eran mis abuelos, esa no era mi tía, ese chico no era mi hermano, ese hombre patético no era mi padre, esa que miraba al espejo con repugnancia no era yo. Nadie de nosotros lo éramos.

— Solo somos una sombra de lo que fuimos. — dije a mi misma mirándome al espejo con desdén. 




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