La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 12.

1O de julio, 1942.

 

Los de la SS, profanaron nuestro recinto otra vez, con una patada fuerte tiraron la puerta y entraron, era el mismo que le atravesó una bala a Geraldine. 
A lado de este estaba el otro sujeto, que no reconocí. — Nos escoltaran hasta la estación del tren como las personas ricas — Le dije con ironía mirándolo a los ojos, sonreí un poco. — ¿Te gusta mucho retar a tus superiores, verdad judía? — Yo solo lo encare y sonreí falsamente. —Cuidado como contestas, en una de esas, puede costarte la vida. — Contesto el sujeto que no reconocí.

El hombre que mató a Geraldine, se acercó más a mí y entrecerró los ojos.

— Te he visto antes. — Aseguró haciendo un ademan con el dedo índice, yo seguí mirándolo y el levanto ambas cejas en respuesta a que no le había contestado. 
— Si. — conteste cambiando el tono de mi voz. 
— ¿De dónde? — pregunto. — ¡Espera! Ya lo sé, eres la afortunada de no morir, bueno pues no creo que vuelvas a tener la misma suerte. 
— Mataste a mi amiga. — conteste altanera. 
— ¡Oh! — Exclamo caminado hasta la ventana. — No lo sé — dijo con ironía, aclaró su garganta y siguió. — Mato judíos todo el tiempo. — Contesto.

Yo lo mire con odio y el de nuevo posó su mirada en mí.

— Ya deja de mirarme, o te voy a quitar esa mirada de estúpida que tienes. — Amenazó tomándome del mentón y tirando de el a la izquierda, seguido me empujo leve, hasta el mismo lado, di solo unos pasos, mientras mi familia me miraba. — ¡Y date prisa en empacar tus porquerías! ¡Todos, dense prisa! — Grito. — No tengo todo el tiempo. — Dijo caminado hasta la puerta.

[...]

Un mar de cabezas. Así es como miraba a todos los judíos caminado de aquí para allá con su equipaje en la mano, esperando en la estación frente a las vías a que el tren aparezca.

— ¡Calma, Por favor! — grito el hombre encargado de la estación tras de mí.

— Mama, algo no está bien. — susurro Máx. — ¿De qué hablas? — pregunto mi madre.

— No quiero subir.

Yo los escuchaba desde atrás, Vannia se encontraba de lado mío. — Algo no está bien. — Repitió Vannia como si esta, hubiera escuchado a Máx. — Lo sé. — Conteste aterrada con cada segundo que pasaba.

— Olvídalo. — Exclamo con un gesto en la cara. — No subiremos — Demandó bien segura de sí. Es como si hubiera leído mi mente.

Había voces, y gritos en toda la estación, pero lo único que podía escuchar eran mi respiración y mi corazón latiendo rápidamente como si este estuviese de lado de mi oído, cuando el tren se hizo escuchar desde lejos resonando y rechinando en mis tímpanos las ruedas contra las vías, este se detuvo haciendo escapar vapor por encima de él, con gran coincidencia el tren se había frenado en un vagón frente a nosotros. 
— ¡Madre ya te diste cuenta que son vagones de ganado! — grite sorprendida. — ¡Para animales! No voy a meterme ahí.

— Norah, solo cállate y camina. — dijo mi madre caminando hacia el vagón. 
— Francis, no voy a subir. Van a matarnos — Dijo mi abuela y dio media vuelta en contra del tren. 

— ¡Edna, mi amor, por favor, no lo hagas difícil, solo sube al tren! Subiré contigo.

— ¡No! — grito y trato de marcharse cuando comenzó la bulla entre los judíos. 
— ¡Norah! — Grito mi madre distrayéndome de aquel suceso, gire a mirarla y ella ya estaba arriba del tren junto con mi padre y Max.

— Sube al tren — sentencio autoritaria. Yo la mire con desdén comencé a negar con la cabeza leve. — No — Brame.

Mi madre me miro sorprendida, miró a los soldados distraídos. — Norah, sube al tren — grito mi madre entre dientes.
— ¡No madre, yo no voy! — Grite. 
Lo ojos de mi madre comenzaron a cristalizarse, cuando de repente y sin más comenzó a llorar con cierta tranquilad, de algún modo ambas sabíamos que este era la última vez que nos veríamos, mis ojos comenzaron a llorar, mire a mi padre que también lloraba, me sonrió, asintió con la cabeza, gire de nuevo con mi madre, dejó salir un beso en el aire.

— Adiós, madre — grite apenas con un hilo de voz.

— ¡No! ¡Norah, vuelve! — gritaba Max pero ya no le preste atención, me gire de nuevo a la bulla de gente. Mi abuela había enloquecido. 
— ¡No voy a subir, Francis! ¡Vámonos de aquí! ¡Van a matarnos! — Grito

Cuando un balazo en el aire se hizo presente. 
Todos nosotros nos inclinamos del susto. Nos quedamos en silencio — ¡¿Que carajos pasa aquí?! — grito un uniformado con arma en mano, camine hacia mi abuela.

— Vamos anciana, suba al tren. — Dijo el soldado con la cara retorcida 
— Ustedes quieren matarnos, no lo haré. — dijo mi abuela. Yo me acerque a ella.




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