La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 15.

Estaba sola en una habitación blanca sin ventanas ni puertas, mi atuendo y apariencia habían cambiado por completo. Estaba impecable e irreconocible; los moretones, cicatrices y dolores de todo mi cuerpo habían desaparecido, tenía un vestido blanco con holanes a los lados, mi piel pálida realmente tersa y limpia, mi ceño fruncido se dio a notar al mirar mi rodilla limpia y sana. No sabía dónde estaba.
De algún lado escuchaba vagamente una voz femenina que trataba con desesperación buscar a quien se dirigía.
— Ha dormido por dos días...
En ese momento abrí despacio los ojos y estaba acostada boca arriba, una mujer con los cabellos de plata me ponía un paño de agua fría en la frente.
Volví a sentirme del mismo modo; cansada, con las extremidades adoloridas, excepto la rodilla herida que no la sentía, no sentía ni dolor, ni molestia, ni ardor en ella, es como si se hubiese evaporado.
— ¿Dónde estoy? — Pregunte delirante. El frío se apoderaba de mi mandíbula haciendo que esta comenzará a temblar.
— Shhh. — exclamo la mujer posando su mano en mi boca. — Solo duerme.

Sentía el sudor frio correr por mi frente y desviarse hasta mi sien, mi piel erizarse por el aire frío que golpeaba mi cuerpo. No pude decir nada, puesto que me encontraba en delirio, no sabía si esa mujer frente a mí era real o parte de mi delirio. Cerré los ojos de nuevo.

Estaba cansada de dormir y no soñar, era solo cerrar los ojos y no poder olvidarme ni un segundo de lo que sucedía a mí alrededor.
Estaba tan cansada de estar en aquel sufrimiento constante, y a la vez en ningún lugar.
Abrí los ojos lentamente y con dificultad, la cabeza me pesaba y estaba dando vueltas, solo miraba el techo, mire hasta mi cuerpo adormilado, este estaba reposado en una cama blanda y cubierto con sabanas realmente cálidas y cómodas, mi cabeza en una almohada blanca como las nubes y blanda como el algodón, mi cabeza descansaba, con debilidad me incline sobre la cama a modo de quedar sentada, quite las sabanas que cubrían mis piernas, las marcas leves de un latigazo se difuminaron por completo, mi rodilla estaba vendada con vendas blancas finas, comencé a quitar las vendas de esta, seguida de una gasa que quite con rapidez di un gesto de disgustó y dolor, mi rodilla estaba cerrada, no fluía nada, ni sangre, ni pus, ni mucho menos nadie habitaba en esta, solo estaba suturada, fruncí el ceño mire a mi alrededor, por un momento creí estar en un hospital, pero aquel lugar no pintaba como uno, la puerta de lado derecho de la cama se abrió, era aquella mujer de cabellos plata que me miraba aquel día, ella entro y se paró frente de la cama.
La mire con expresión sorprendida y confundida. — Usted... — Titubee.

Ella me miro con detenimiento y luego esta me sonrió. — ¡Mira nada más! — Anuncio exaltada. — Te has quitado la venda de la herida, muchacha.
Ella se sentó junto de mí.
— ¿Quién es usted? — pregunte con la frente, boca torcida y los ojos entrecerrados. Ella levanto la mirada.
— Tessia.
Yo la mire con detenimiento, ella percató mi con confusión, sonrió miro al suelo y después a mí. — Tessia Poniatowski.
— No la conozco.
— Yo creo que deberías estar agradecida.
— ¿Debería? — Pregunte levantando la cejas
— Pudiste morir. La infección en tu rodilla fue una infección bastante fuerte, pudiste perderla si la infección se corría, gracias a Dios eso no paso.
— ¡¿Dios?! — dije exaltada. — ¿Sabe cuánto he pasado solo por creer en Dios?
— Puedo imaginarlo. — Dijo la mujer.
— No es ni la mitad de lo que usted se puede imaginar.
— Bueno, ya tendrás mucho tiempo de contármelo.
Yo la mire con el ceño fruncido.
— ¿Por qué hace esto? — Pregunte
— No podía dejarte ahí tirada como si fueras un perro. Y ahora que te miro eres una muchacha frágil, muy bonita y...
— Y judía... — interrumpí.
— Eso no importa
— ¿Cómo se si sus intenciones son buenas?
— ¿Porque crees que no son así? — Pregunto ofendida.
— Quizás usted solo quiere darme confianza para luego entregarme a los alemanes.
Ella me miro y río. — Tus argumentos son estúpidos. — Dijo levantándose de la cama y caminado hasta la cómoda de madera. — Pero entendibles.
Ella volvió a mirarme, sonriéndome se acercó a mí. — Te esconderé aquí, en mi casa, si así lo quieres, tampoco puedo tenerte aquí a la fuerza, si lo deseas en cuanto sanes puedes irte, pero te aseguro que no es buena idea — Demandó.
Sus cabellos plata brillaban con el destello de la luz, su elegancia y porte al caminar y su leve sobrepeso combinaba a la perfección.
— Pero no te esconderé como una cautiva escondida en mi sótano. — dijo sonriendo.
— ¿Entonces cómo?
— Como una invitada en mi casa. Esta será tu habitación, en el ropero hay ropa, tendrás zapatos nuevos, y comerás tres veces al día.




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