La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 20.


El corazón le palpitaba fuerte, lejos de acurrucarme en su pecho, prácticamente tenía el oído pegado a este. Rápidamente me separé de él, esquive su mirada y aclare mi garganta. — Discúlpeme. — Dijo con la voz bien segura de sí. 
— Ésta bien. — Dije incómoda ante la situación. 
El suspiro y aclaró la garganta. 
— Bueno, si vuelve a suceder algo como hoy, no me llamen. — El sonrío. — Con permiso. — dio media vuelta, camino hasta la puerta, puso lentamente la mano en el picaporte, dio un paso, acomodó su boina parado en el umbral, y salió cerrando la puerta. Gire a mirar a Tessia la cual se veía fatigada, dio un suspiro, se tambaleo debilitada y rápido corrí a detenerla en el sofá donde la senté. Ella sonrió con el rostro pálido. — Ya estoy muy vieja para estas cosas. — Dijo. Yo la observaba mientras mi interior me gritaba que era una asesina. Me perdí en mi mirada, recordando continuamente el momento preciso donde mataba a ese hombre. — ¿Qué pasa? — escuche vagamente a Tessia mientras seguía muy metida de mis pensamientos. Rápidamente mi madre se metió en estos. Me preguntaba si alguien podía imaginar la magnitud de mi dolor, ella no se podía imaginar cuanto la extrañaba, la necesitaba, ella hubiese sabido que decirme, o al menos darme un buen tirón de cabello, sentía el dolor pesado de su ausencia y esencia cargar en mi espalda, junto con la de mi padre y mi hermano. 
— Nada — logre decirlo sin dejar que la imagen de mi familia se me fuera de la cabeza. ¿Qué pensarían? ¿Qué pensaría mi familia si se hubieran enterado de la cobardía que hice? No quería ni pensarlo y sacudí mi cabeza un poco y puse mi atención en Tessia, la cual la palidez de su rostro no se había borrado, la mire, se presenciaba aun con fatiga, su respiración débil y lenta, fruncí el ceño y toque su frente. — ¿Se siente bien? 
— Solo es por la agitación del día — Contesto con esfuerzo. 
— Fela, trae un paño y un balde con agua fría — le pedí al tocar su frente ardiendo. Fela regreso enseguida y puso el balde en mis piernas — Tranquila — dije mientras exprimía el paño y se lo colocaba en la frente, enseguida Fela le quito los zapatos — Quizá su presión se elevó — Le dije a Fela. 
— O bajo — dijo Fela. 
En el largo tiempo que estaba viviendo con aquella santa señora jamás la había visto de tal manera, siempre la tenía desde otra perspectiva, entonces en un pedestal, una persona inmortal y fuerte, su respiración comenzaba lentamente a normalizarse. 
— ¡Nada de eso! — Chilló — Son solo las dolencias de una vieja. 
— ¿Ya va a comenzar de necia? — Advirtió Fela. 
La señora Tessia bufo como si fuese niña pequeña y cruzó los brazos. 
— Usted ha cuidado mucho de nosotras, ahora es nuestro turno. 
— Cierto — Asegure mientras sumergía el paño en el agua ya tibia. 
Me levante del sofá dejando el balde en la mesa de centro, eleve sus piernas. 
— Descanse un poco. 


[...] 


Ya había pasado una semana que Kurt Kretschmann no se había aparecido por la casa y la señora Tessia se había sentido más cansada de lo normal y no había salido de su habitación, y yo tenía una harta de pesadillas horrorosas desde que cometí aquello, Fela no dejaba de hablar y hablar mientras revolvía una yema de un blanquillo en un recipiente. Yo lavaba la vajilla. 
—...Y cómo te decía, es un chico no mayor que yo, lo mire pasar varias veces por la ventana de la cocina... 
Yo la mire y Retorcí los ojos. Ella se detuvo ― ¿Qué?
— ¿Es en serio? — Pregunte sin importancia 
— ¿Qué cosa? 
— Estás hablándome de un muchacho, como si las cosas allá afuera no fueran bastantes sombrías y tenebrosas. 
— ¿Qué hay de malo en enamorarse? — Pregunto 
— ¡Todo! — exclame. 

 

— Bien, hablemos de otra cosa. 
— Hitler culpa a nosotros los judíos del hundimiento del Titánic — dije con molestia. 
— ¿En serio? — pregunto Fela con los ojos bien abiertos. — Creí que fue un iceberg. 
— Así fue — Asegure. 
— Norah, estoy preocupada — Sentencio dejando de un lado lo que hacía.
— Por Tessia — Afirme. Ella asintió. 
— La verdad yo no la veo bien — Dijo 
— Sí, lo sé — Solté lo que estaba haciendo y camine hasta el comedor a sentarme. Ella se sentó frente a mí. — Ni siquiera podemos abrir la puerta cuando alguien toca. 

El cristal de la mesa resonaba contra mis uñas largas y cuidadas. 
— Necesitamos hablar con Kretschmann — Sentencio y mi mandíbula se tensó, apreté los dientes, una molestia comenzó a nacer en mi interior 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.