La frase ¿No tienes nada que decirme? Había salido de su boca, mis dedos se entrelazaban entre ellos, levante una ceja y conteste negativamente. El arqueo los labios marcando una sonrisa leve y se fue, pronto fui de nuevo a dormir.
« ¿No tienes nada que decirme?» Toda la noche la maldita frase estuvo tambaleándose en mi cabeza, solía dormir con el arma debajo del catre, pasaba mis manos tibias por el helado costado, meter el dedo en el gatillo y con cuidado volverla a poner debajo del catre junto con la navaja que traía cargando desde Treblinka.
Amaneció, siempre podía escuchar a los asesinos entrar por la puerta con sus crueles gritos y azotes por todos lados. Desperté y el olor a sudor y bochorno me invadió todo el cuerpo, estaba sudando por todo el cuerpo »Que asco« Pensaba en que añoraba con toda mi vida una ducha, el sudor hacia que la piel se hacía pegajosa. Solté la bocanada de aire que había tomado hace un instante y seguía acostada en el catre, después un hombre se acercó con una fusta en la mano, se paró frente imponente, me grito con su típico acento alemán. Fruncí la frente. — Ya es hora de levantarte, judía miserable. — Dijo.
Me levante rápido del catre y las demás mujeres estaban saliendo hacia sus trabajos. — ¿Que tú no eres la encargada de la cocina? — Pregunto con la fusta moviéndola de un lado a otro. Comenzaba a ponerme nerviosa. — No me gusta que la gente se quede callada cuando le estoy hablando.
Levante la mirada más. — Sí. — Murmure temerosa sin dejar de mirar la fusta.
— ¿Si? ¿Sí que? — Dijo ceñudo con una ceja levantada.
Sabía lo que quería, quería la típica respuesta condescendiente de todos aquí, "Si, señor" esa respuesta que hacía sentir el sentimiento de superioridad a aquellos que se escudaban y defendían de tras de una fusta, un arma o simplemente el uniforme de gala y siempre pulcro. — ¡Si! — Exclame y al mismo tiempo levante las cejas. El se río amargamente.
Se apresuró a levantar la mano con la fusta en la mano azotando en mi costado, rápidamente mi piel comenzó a arder. Me Retorcí de un lado, di un grito sordo y saque los dientes. — ¡Si señor! — Me grito en el oído. — ¡Dilo!
Me pregunte donde estaba Kurt, puse las manos donde propinó el golpe, se sentía caliente, los parpados me pesaban y los ojos me ardían, subí la mirada hacia el que aún me miraba con el rostro sudoroso y rojizo. — ¡Dilo ya, judía insignificante!
El ardor comenzaba a subir más de potencia, apreté los parados, estaba por decirlo cuando sin más me soltó otro golpe con la fusta en otro costado. Aquel dolió más que el primero. Siempre duele más que el primero — Si...— Titubee. —... Señor.
El ego de la Gestapo se elevó, lo note pues empalmo una sonrisa en la cara de superioridad frente a mí mientras lo veía con odio. — Vamos, ni siquiera te atrevas a mirarme, es lo menos que te mereces. ¿Qué esperas? ¿Un agradecimiento? ¡Vete ya saco de porquería!
Respire hondo y salí corriendo hasta la cocina, antes de entrar me suelto a llorar en silencio de dolor, amargura y coraje, dolor porque me dolían los costados como si estuviera un fósforo encendido quemándome, amargura porque ya no podía soportarlo, ya no podía soportar esta ahí, porque ya había soltado la toalla desde hace mucho y coraje porque simple y sencillamente no podía defenderme de ellos. — ¡Los odio! — Maldije por dentro, cubriendo mis ojos « ¿Pero qué dices? Estas enamorada y eres amiga de personas con esa ideología « Mi cabeza lo repetía constantemente. Aclare mi nariz, seque mis lágrimas con mis ropas y entre por la puerta de atrás. Me puse de delantal y me apresure a pelar las papas con un cuchillo viejo y con poco filo, rato después estaba dando de golpes con el mortero contra la mesa de furia. — ¡Ah!— Escupí con rabia, sentía mi rostro caliente y veía mis lágrimas tibias caer en el áspero suelo de madera. «No seré condescendiente, No lo Seré«
— Repítelo Norah. — Dije mirándome en el reflejo de las ollas. — ¿Por qué no me matan de una ves?
»Huiras todo lo que tengas que huir « Recordé a Vannia de pronto, sentada con el estómago ensangrentado, la piel pálida los labios partidos. — Huir— repetí lo que dijo mi cabeza.
El chillido del pasillo con café me saco de mis pensamientos volví mi cabeza a él, seque mis lágrimas y apague la estufa. Saque de la alacena cuatro tazas, espere a que el café deje de humear. Mire a mí alrededor de la cocina. Estaba sola, carraspee la nariz y subí mi vestido hasta mirarme los costados, la marca del golpe con la fusta estaba al rojo vivo, apreté los ojos para que dejarán de salir las lágrimas y trate de pasar delicadamente las yemas de los dedos en la marca, pero dolía hasta cuando respiraba. Hace mucho que no me golpeaban. La puerta de enfrente de la cocina se abrió, y rápidamente baje la tela de mi uniforme. Wilm parado en el umbral con la expresión pícara me miraba. — Vaya. ¿Qué te pasó ahí, judía? — Me pregunto burlón.
Desvié la vista para ocultar mis ojos llorosos mientras me estremecía al oírle pronunciarlo con tanta desfachatez. — Nada.