Perdí las veces de cuantos golpes me había dado, simplemente cerré los ojos profundamente y deje que todo pasara, las lágrimas saladas mojaban la tierra del campo. Volví a abrirlos.
— Llévatela. — Escuche decirlo.
Sentí cuando alguien levanto mi cuerpo sin peso, bruscamente, no trate de imponerme y volví a cerrar los ojos, después desperté en mi catre acostada de lado y con el rostro hinchado de tanto llorar. Me levante con debilidad. La espalda me dolía hasta para respirar, levanté la cabeza y Alaric estaba sentado con los codos apoyados en las rodillas y las manos juntas, en el catre frente mío mirándome con lamento, mis ojos comenzaban a cristalizarse de nuevo. — ¿Y ahora que sucedió? — Pregunto en tono bajo.
Mis ojos llorosos respondieron por mí. —Dios...— Exclamo suspirando. En ese instante me solté a llorar al recordar con dolor y rabia aquel dolor ardiente y cortante de cada golpe con la fusta. Mi espalda estaba en carne viva. —El Jamás me había golpeado.
— Seguramente no lo hizo con intención de lastimarte.
—Ni siquiera trates de defenderlo— Gimotee.
—Wilm lo obligó, Norah.
—No le Amenazó con un arma en la cabeza, él pudo decir no.
—Fue para tu protección.
Reí sin ganas. — ¡Protección! De cualquier manera Wilm Goldschmidt sabe que estoy bajo la protección de Kurt, solo lo hizo por satisfacción personal. Además, no había una diferencia entre que él me golpeara o Wilm. Los golpes son golpes y duelen de igual manera.
Alaric bajo la cara al no tener una justificación aceptable hacia Kurt, suspiro y luego volvió a mí. —Ya me he encargado de que te curen las heridas.
— Me duelen mucho. — Me queje. Di una bocanada de aire, me guarde el resentimiento que estaba por soltar en llanto en la garganta. — Lo odio. — Logre decir apretando la garganta.
— El destino se encargará de que pague todo lo que ha hecho.
—No. — Dije sembrando odio en mi voz. — Hay que hacer que pague. Todo lo malo que las personas hacen se paga aquí en la tierra.
—No puedes hacer nada, Norah, eres una prisionera.
— No, pero tú sí. — Sentencie levantándome del catre con dificultad. Él se levantó al mismo ritmo que el mío y abrió bien los ojos.
— ¿Qué?— Dijo ceñudo y asustado. — Yo no quiero hacerle nada.
— ¿No quieres, Alaric? — Me acerque a él. — ¿O no tienes el valor?
— No, es que... Yo...— Titubeó. — No puedo. — Dijo avergonzado.
— No seas cobarde. Llegaste hasta acá maltratando a gente como yo y no puedes matar a ese infeliz. — Exclamé. — ¿O quieres una razón?
— Olvídalo, Norah. No voy hacerle nada.
Sin decir nada más, me dio la espalda y camino hasta la puerta, entonces pensé »Vamos, Dilo. Tiene que saber. Dale una razón. Él tiene que matarlo. ¡Dásela! «
— El violo a Fela. — Escupí con tranquilidad y sin mirarlo. Alaric se detuvo en seco y rápido giro la espalda a enfrentarme, con el rostro retorcido camino con furia donde yo estaba. Yo di unos pasos hacia atrás con precaución. — Es mentira.
— ¡No es mentira! — Grite. — ¿Que vas hacer ahora? — Pregunte amenazante.
Alaric me dio un empujón y salió de ahí hecho en furia.
No me detuve a pensar cuanto tiempo había estado inconsciente hasta ese segundo. Camine lo más rápido que pude a seguir con mis labores en la cocina cuando en el camino me topé con Kurt. Trate de evadirle caminado hacia otra dirección pero el logro tomarme la mano. Rápido me solté de esta bruscamente. — ¡¿Qué quieres?! — Pregunte altanera.
— Hablar. — Con la voz aterciopelada que siempre tuvo.
— Yo no. Y por favor, aléjate de mí de una vez...
— Norah...— Titubeó ceñudo.
—Cállate, tu presencia solo me trae golpes, sangre, moretones, lágrimas e ilusiones que no se si existan aquí.
— No me digas eso. — Gruñó, levanto una mano para acariciar mi brazo, pero lo rechacé.
— Me golpeaste. — chille. — Ya no quiero que estés cerca de mí.
—No ¡No me digas eso! — Repitió miedoso. — No sabes lo mucho que me dolió lastimarte.
— No más que a mí. — conteste. —Vete.
De sus ojos llorosos, las lágrimas salieron, viajaban por sus mejillas hasta morir en sus labios. Y de su rostro retorcido un gesto de aflicción y tristeza comenzaba a notarse. Paso sus manos por sus lágrimas, pronto aquel gesto se fue y soltó una carcajada amarga. —Eres una...— dijo cambiando el gesto de la cara. Ahora estaba furioso. —Eres una...ah ¡Siempre supe que eras una malagradecida, judía despreciable! — Grito tomándome de los hombros y sacudiéndome con fuerza. Su actitud me consterno pero no lo hice notar
— Ya me lo habías dicho, me lo dijiste dos veces y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Me llamaste malagradecida por salvarme la vida. ¡Pero yo no te lo pedí! Y... ¿Y sabes? Yo siempre supe que eras un pobre alemán miserable, cobarde y amargado. — Grite con furia y dolor. La espalda me estaba matando. El me miro cambiando la expresión de la cara y me soltó lentamente. Comenzó a negar con la cabeza.
— Lárgate. — Ordenó. — Lárgate, ya judía. ¡Vete! — Bramó en lágrimas otra vez, mientras levanto la mano para propinarme un golpe, levante la mano para cubrirme la cara pero no lo hizo, bajo la mano con rapidez. — ¿Qué esperas que no te largas? ¡Vete ahora si no quieres que deje peor de lo que te deje hoy! — Grito.