La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 53.

Diciembre, 1943.

No podía dormir, pero tampoco podía ni quería estar despierta, si dormía estaba segura que soñaría con el cómo siempre y si no, me quedaría en vela pensando en él, de ambas maneras estaba jodida. Me sentía vacía y llena de odio, lloraba todo el tiempo y a escondidas de los demás, mi estómago estaba apuntó de explotar, lo quería demasiado para olvidarlo en unos meses, no era posible que ese tipo se haya metido tan dentro de mí. Muchas veces me preguntaba si el sentía lo mismo y si tal vez el estaría luchando para reencontrarse conmigo. Si el moría ya no tenía caso seguir adelante. 
Ya no tenía familia, estaba muerta, Ruth también y probablemente Fela de igual Manera, Entonces ¿Que me motivaba?

Realmente no sabía que haría yo sola después de terminar la guerra, ni a donde iría ni como me ganaría la vida, no sabía hacer nada, solo sabía disparar con un fusil y hurtar a todo el que pasara por mi camino. 
Si, lo sabía que no estaba contando con la presencia de Alaric, él es una de las mejores personas que he conocido, al diferencia de Kurt él nunca me abandono, pero no contaba con él en un futuro pues él me había contado que tiene una familia en Alemania y terminando eso pensaba en volver. Nunca habíamos tenido tanto tiempo en tener una charla tan grande e interesante. 
Resultó que hablaba, alemán, francés, inglés, polaco, italiano y español. Todos con fluidez, de vez en cuando dejaba escapar su acento alemán tan propio de él, quería ser profesor de idiomas. Como toda tenia padres y hermanos a los que tuvo que dejar por obvias razones. Por otra parte no fue difícil contarle de mi vida, pues no era tan interesante, nací el veinte de octubre de mil novecientos veinticuatro, polaca, judía y sabía hablar italiano. Tenía los diecinueve años cumplidos y ya había pasado por muchas cosas, muchas muertes, mucho sufrimiento y melancolía, asesinatos culposos, sonrisas escasas y falsas y un enamoramiento tremendo incrustado en el pecho. ¿Qué más podría interesarle?

Seguíamos metidos en la granja de los hermanos, que hasta ese día no habían dado problema. Todo el tiempo estaban atados de pies y manos y solo soltábamos sus bocas para alimentarlos. No me sentía culpable porque esas personas ni siquiera en la posición en la que se encontraban dejaban de insultarnos y hacernos sentir como una basura.

Comíamos bien, nos aseábamos de vez en cuando, pero nos limitaban a salir.

Varios otros judíos llegaron a pedir asilo y escondite a la granja, lo cual accedimos con la condición de que todos tenían que colaborar con algo. Pero muchos solo decidieron comer e irse por su propio camino. Así que solo éramos seis; Luka, Jozef, Irenka, Krzysztof, Alaric y yo.

No había tenido percances con Luka otra vez. Solo miradas retadores de vez en cuando por parte mía y de ella por supuesto.

— No puede ser posible que nos tengan de esta manera en nuestro propio hogar. — Reclamo la mujer atada en un rincón.

— Creo haberle dicho que solo usará la boca para comer. — Dije sentada en la silla frente a la mesa y un pie elevado en esta.

Ahora era aún más dura y mucho más directa, parecía un muchacho de lo brusca en lo que me había convertido y de alguna manera no me gustaba. Obligue a la dueña de la granja remendar un par de pantalones para que me ajustarán bien a mi cuerpo, lo hizo y lo hizo bien, igual sucedió con los zapatos, aquello no lo hizo muy bien, me quedaban un poco grandes. Ahora tenía que usar esa ropa. Como ya lo dije antes parecía un muchacho con cabellera larga, solía dejar mi cabello suelto algunas veces, en la esquina del baño tenían un espejo en el que no tarde para mirarme. ¡Vaya que había cambiado! Me pregunte ¿Hace cuando no lo hacía? Recordé que me miraba en el reflejo de las ollas en el campo pero no era lo mismo que en un espejo. Mi busto había crecido al igual que mi cabello, que aunque largo aun tristemente pero sin importancia se caía a pedazos, el color rojizo del mismo era más intenso, mi piel siempre fue pálida y el color de mis ojos me gustaba demasiado, estaba delgada, sí, pero ya no esquelética. Uno que otro moretón invadía mis clavículas y todo mi cuerpo. Me acostumbre a ver mi piel golpeada morada ensangrentada, rasguñada por un balazo y seca, así que aquello no era nada. También pude jurar que era más alta, me parecía a mi madre, lo aceptaba no era una chica fea, pero eso en aquellos días no ayudaba nada mi aprecia física. Nunca me había visto con pantaloncillos de hombre tan pegados y un fusil cargado en la espalda.

— ¿Que te miras? — Pregunto con fastidio Luka tras de mí, pero reflejada en el espejo. La mire por el espejo y seguí mirándome.

—Soy todo un encanto. ¿No lo crees? — Manifesté con demasiada ironía para molestarla. Ella revoloteo los ojos y salió de mi vista.

Salí. Camine hasta la mesa donde me senté de nuevo. Alaric estaba aferrado con el arma en la mano parado frente la ventana, mirando hacia afuera con cautela.

— ¿Cuándo van a largarse de aquí? — Pregunto el hombre. 
— ¿Nunca se calla? — Pregunto Alaric con una mueca.




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