La Sombra del Legado

Capítulo 1: Ecos del Pasado

El suave murmullo del agua al caer en la fuente del jardín resonaba entre los frondosos árboles, mientras el sol se deslizaba hacia el horizonte, tiñendo de oro los pétalos de las flores. En el corazón de la majestuosidad del Palacio de Beaumont, Isabella Montclair se encontraba en su refugio preferido, un jardín escondido donde las sombras parecían bailar con el viento. Las velas parpadeantes que adornaban las mesas añadiendo un halo romántico a la escena, la invitaban a perderse en sus pensamientos.

Isabella era la única hija del famoso Conde Montclair, uno de los hombres más poderosos y temidos de la realeza contemporánea. En sus diecisiete años de vida, había aprendido a llevar el peso de su apellido con gracia, ocultando tras una carismática sonrisa los secretos que su familia había guardado por generaciones. Sin embargo, tras la imagen impecable que mostraba al mundo, latía un corazón lleno de deseos reprimidos.

Aquel día, el ambiente tenía un aire diferente. La gala que se celebraba aquella noche en honor a su padre atraía la atención de toda la alta sociedad. Las invitaciones, escritas en un papel delicado, habían sido enviadas a los nombres más importantes; hombres y mujeres que se movían como sombras, llenos de ambiciones ocultas. Isabella sabía que cada risa en las gala escondía intenciones profundas, y cada charla sutil era un juego de ajedrez entre los nobles.

Mientras su mente vagaba, un rayo de sol cubrió la huella de una figura familiar que se acercaba. En la penumbra del atardecer, el príncipe Alexander de Riverton apareció, su sonrisa iluminando el jardín de una manera que desafiaba la naturaleza de los secretos escondidos en el palacio.

—Isabella —saludó, su voz como un suave murmullo entre las hojas. —Te buscaba.

Isabella sonrió, intentando encontrar el equilibrio entre la emoción y el temor que la inundaba. Alexander no era solo un príncipe; era un amigo de la infancia, un confidente y tal vez algo más. Desde que eran niños, habían compartido risas y travesuras en los jardines del palacio, pero en los últimos meses, el aire entre ellos había cambiado.

—¿Por qué no estás preparándote para la gala? —preguntó ella, con un tono que intentaba disfrazar la chispa de incertidumbre que danzaba en su pecho.

—Y perderme este hermoso atardecer contigo… nunca. —sus ojos azules brillaban, capturando la esencia del sol poniente, y su sonrisa provocó que Isabella sintiera una oleada de calor en su rostro.

—Debemos prepararnos para lo que viene. —Isabella lo enfrentó, buscando la seriedad en su mirada. Sabía que la noche traería más que solo una celebración; las tramas ocultas de los nobles estaban a punto de revelarse.

Alexander la observó por un momento, como si buscara una respuesta en las profundidades de su alma. Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, mientras la tensión entre ellos crecía.

—Sabes que los secretos de nuestras familias no son fáciles de cargar. —La voz de Alexander se tornó sombría. —Hay cosas que pueden cambiar todo lo que hemos conocido.

Isabella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las historias de conspiraciones, alianzas rotas y promesas olvidadas se murmullaban frecuentemente entre susurros en la corte. Sin embargo, la idea de que su familia estuviera mezclada en tramas tan oscuras como las que había escuchado de pequeña la llenaba de inquietud.

—¿Qué quieres decir? —La curiosidad y el temor se entrelazaban en su voz. Esta era su oportunidad de entender aquella carga que Alexander parecía soportar tan pesadamente.

Antes de que pudiera responder, la voz de la marquesa de Lacey, una invitada de gran influencia, interrumpió su momento.

—Alexander, querida, ¡vamos! —la marquesa hizo un gesto enérgico, como si ardiera en deseos de sacarlo de la penumbra del jardín. —Los invitados ya han empezado a llegar, y no desearíamos mantener a su alteza en la oscuridad, ¿verdad?

Isabella sintió que la conexión que había empezado a formarse con Alexander se desvanecía, llevada por la prisa del mundo exterior. La marquesa, carismática pero siempre intrusiva, sabía cómo moverse en la alta sociedad y manipular a su antojo.

—Tienes razón, no podemos retrasar la gala. —respondió él, su mirada cortante se entrelazó con la de Isabella. —Pero recuerda lo que te dije. Las verdades siempre encuentran la manera de salir a la luz.

Con un último destello de esperanza, Alexander se alejó, dejando a Isabella sola con su confusión. Los murales del palacio brillaban mientras el ocaso se fundía en la creatividad de la noche, y a medida que el bullicio de la gala resonaba en el aire, cada paso que daba la acercaba a un destino incierto. Mientras caminaba hacia la entrada, la idea de que algo importante estaba a punto de cambiarse asentó en su mente, tan real como el frío que empezaba a calar su piel.

La gala era un evento deslumbrante, con luces que chisporroteaban como estrellas en un cielo sin nubes. Isabella se unió a los otros invitados, bajo un manto de risas y diálogos vacíos, pero en su interior, el eco de la conversación que había tenido con Alexander resonaba inquietante.

Una vez en el gran salón, se sintió como un pez fuera del agua. Los trajes lujosos y las conversaciones frívolas contrastaban con la tormenta que se gestaba en su corazón. Sin embargo, su mirada buscaba la figura del príncipe, la esperanza de que la velada traería más que solo superficialidad.

Y por fin, sus ojos lo encontraron: Alexander estaba en el centro del salón. Con su porte elegante, cautivaba la atención de todos, y la nobleza se acercaba a él, intrigada por su presencia. Sin embargo, la chispa en sus ojos y la intensidad de su mirada hacían que Isabella se sintiera como la única persona en el mundo.

La música empezó a resonar llenando el aire con un halo de magia, y las parejas se movieron en la pista de baile. Su corazón latía intensamente, sabiendo que esta gala podría ser un punto de inflexión en sus vidas. Antes de darse cuenta, se encontró junto a la pista, y su mirada con Alexander parecía ser un imán, atrapándola en un abrazo invisible.




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