La Sombra del Legado

Capítulo 2: Revelaciones en la Noche

La sala del gran salón, elegantemente adornada con oro y cristal, vertebraba un aire de glamour que contrastaba con el nudo que se formaba en el estómago de Isabella. Apenas unos minutos después de la llegada de la señora Davenport, el ambiente se tornaba cada vez más tenso; los murmullos de la alta sociedad reverberaban mientras todos esperaban la revelación que prometía cambiarlo todo.

Isabella se encontraba en el centro de un torbellino de emociones; el hechizo de la gala se desvanecía ante la inminente amenaza que traía consigo la matriarca rival. La mirada de Alexander, llena de preocupación, buscaba la suya entre la multitud, como si intentara transmitirle silentemente la importancia de cada palabra que estaba a punto de pronunciar la señora Davenport.

La mujer, de cabello plateado y porte firme, alzó su copa en un gesto que demandaba la atención de todos. La sala se silenciaba, atrapada en el misterio, mientras Isabella sentía que cada latido de su corazón resonaba en el aire.

—Queridos amigos y nobles colegas —comenzó la señora Davenport, su voz grave y autoritaria llenando el espacio—. He venido a hablar sobre un secreto que ha permanecido escondido demasiado tiempo. Un secreto que involucra no solo a mis descendientes, sino también a los Montclair.

El murmullo creció, y Isabella sintió que la presión aumentaba. La atmósfera se tornaba electrizante. ¿Qué podría revelar que amenazara el legado de su familia?

—Durante años, nuestros dos clanes han estado ligados por un pacto, un acuerdo que ha dejado un rastro de errores y rivalidades —continuó la señora Davenport, mientras sus ojos se fijaban implacablemente en Isabella—. Sin embargo, lo que no sabían es que ese pacto no solo afecta a nuestros padres, sino que el futuro de nuestros hijos está en juego.

El rostro de Isabella palideció y al mismo tiempo sintió la ira creciente en su interior. ¿Qué implicaciones tendría eso? ¿Acaso su propia historia estaba dictada por decisiones que nadie había consultado?

—Y ahora —prosiguió la señora Davenport, levantando su copa más alto—, es el momento de liberar a nuestras familias de este ciclo de resentimiento. Declaro que nuestros hijos, Isabella Montclair y Victor Davenport, deben unirse en matrimonio para reparar el daño que hemos causado a lo largo de los años.

Las palabras cayeron como un rayo. Isabella sintió que el mundo se desvanecía, que el suelo se movía bajo sus pies. La idea de ser forzada a un matrimonio arreglado era lo último que había imaginado para su vida. Las sonrisas complacientes que la rodeaban parecíann burlonas; los nobles ya anticipaban la unión y su involucramiento en la alta sociedad que tanto valoraban.

La confusión llenó su mente mientras Alexander, a su lado, se debatía entre la furia y la tristeza. Ella se volvió hacia él, buscando las respuestas que se reflejaban en sus ojos azules. Pero antes de que pudiera abrazar el rayo de esperanza de que podría oponerse a esa idea, otros invitados comenzaron a reaccionar.

—Es inaceptable —exclamó un conde cercano, su voz llena de indignación—. ¿Cómo puede obligar a dos jóvenes a unirse en contra de su voluntad?

—Este es el destino que hemos forjado a lo largo de generaciones —respondió la señora Davenport, con una mirada audaz y desafiante—. El futuro necesita estabilidad y los vínculos de nuestras familias garantizarán el éxito en este mundo moderno lleno de traiciones.

Isabella sintió la urgencia de escapar de aquella escena, mientras la sala se convertía en un campo de batalla verbal. La tensión era palpable, y las miradas se centraban en ella, cada una buscando su reacción. Sin embargo, su mente seguía confundida, como si las palabras retumbaban sin cesar.

—Isabella —la voz de Alexander la sorprendió, rompiendo su trance—. Esto no es lo que deseamos.

—No tienes que aceptar esto —susurró, tomando su mano con fuerza—. No estás sola en esto. Lucharemos, ¿verdad?

Isabella asintió, pero su voz se había evaporado entre la agitación. La idea de deshonrar su nombre era tan aterradora como el compromiso que le estaban imponiendo.

La conversación continuó en la sala mientras Isabella se alejaba un paso, su corazón latiendo con fuerza. Saber que el matrimonio entre ella y Victor Davenport podía sellar un acuerdo que alteraría sus vidas para siempre la llenó de desesperación. Las apuestas eran demasiado altas. Sin embargo, no solo estaba su futuro en juego; el amor que había comenzado a florecer con Alexander podría desvanecerse para siempre.

Isabella tomó una decisión impulsiva y se abrió paso entre la multitud, sus pasos llevando su ansiedad a la terraza. El aire fresco de la noche abrazó su rostro, mientras las luces centelleantes de la ciudad se extendían en un mar de posibilidades. Sin mirar atrás, buscó la tranquilidad del jardín que había sido su refugio.

Una vez en el jardín escondido, respiró profundo y expandió sus pulmones con la esperanza de calmar el torrente de emociones que la invadían. Las flores, siempre dispuestas a ofrecer consuelo, parecían susurrarle promesas de libertades no entendidas.

—Isabella —la voz de Alexander la alcanzó, interrumpiendo su alivio momentáneo. Se acercó con preocupación reflejada en su rostro—. ¿Estás bien?

Ella giró su mirada hacia él, esos ojos que prometían comprender sus miedos. La vulnerabilidad apareció en su interior con cada palabra que él pronunciaba.

—No lo sé. —La frustración y el miedo se entrelazaban en su voz. —Me siento atrapada en un destino que no elegí.

Alexander se acercó, colocándose a su lado. La sombra de sus cuerpos se fundió en la luz tenue de la luna. La conexión entre ellos parecía estar tejiéndose nuevamente conduciendo su valentía a la superficie.

—No podemos dejar que nos dicten el futuro. —dijo él, voz firme—. Podemos encontrar una solución, podemos liberarnos. No soy el único que se siente atrapado.

Isabella sintió un destello de esperanza en sus palabras, pero la realidad aplastó ese momento. La aventura que planeaba experimentar en su vida se convertía rápida y trágicamente en un laberinto, donde las decisiones externas dictaban los caminos.




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