El caos de la gala se había transformado en una pesadilla palpable. Mientras Isabella avanzaba hacia el centro de la sala, la imagen del hombre caído se grababa en su mente. Percepción y confusión se entrelazaban, y su corazón latía con fuerza, desbordando una mezcla de ansiedad y terror. El aire, antes cargado de risas y charlas, pareciera estar completamente drenado, dejando un silencio augurante.
La multitud había formado un círculo, y los murmullos apenas alcanzaban su oído. En el corazón de la aglomeración, un hombre yacía desmayado, su chaqueta de gala manchada de rojo, sugiriendo un destino devastador que podía cambiar el curso de esa noche.
Isabella acercó su mirada al rostro del caído, y en su mente luchaba entre el deseo de ayudar y el miedo a lo que podía ser. Los nobles rodeaban el lugar con una mezcla de preocupación y fascinación, mientras algunos se apresuraban a buscar asistencia, y otros permanecían en una especie de parálisis, incapaces de procesar la gravedad de la situación.
A su lado, Alexander se colocó entre ella y la escena, intentando suprimir cualquier instinto de pánico. La tensión en su rostro era visible; él también parecía estar luchando con su propio miedo.
—Isabella, mantente alejada. —suvo el tono, cargando la determinación de protegerla—. No sabemos qué ha pasado.
Pero ella no podía apartar la mirada. Sin embargo, antes de que pudiera responder, se escuchó un grito.
—¡Llama a un médico! —La marquesa de Lacey, su voz penetrante, resonó en el aire junto con una ola de pánico.
Poco a poco, el círculo comenzó a abrirse. Isabella vio cómo varios nobles se arremolinaban alrededor del hombre tendido, y el destello de sirenas estaba comenzando a resonar a lo lejos, una señal de que la emergencia iba más allá de cualquier gala.
—¿Quién es? —preguntó Isabella, girando hacia Alexander, esperando que las sombras en su mente se despejaran. —¿Qué sabemos de él?
—No lo sé. Espero que sea solo un desmayo, pero algo me dice que no es tan simple. —La preocupación arrugaba el entrecejo de Alexander, sus ojos escrutaban la sala en busca de respuestas.
Mientras el caos se desataba, Isabella continuó observando, buscando a través de la multitud rostros conocidos. Pero la gravedad del momento la golpeaba con fuerza, y cada segundo que pasaba sin respuestas alimentaba su ansiedad.
Finalmente, dos médicos yacieron en la sala, llevando consigo una mochila médica mientras tramaban abrirse paso entre los nobles aturdidos. Las miradas curiosas se tornaron en temor.
Mientras tanto, Isabella se volvió hacia el lado opuesto, deseando escapar a su espacio privado. Necesitaba reflexionar, entender la inquietud que la llenaba. Alexander, a pesar de su resistencia, la siguió.
—¿Quieres salir? —preguntó, su voz suave, pero con un dejo de preocupación.
Ella asintió, la mente nublada por la ansiedad. El mundo externo se había convertido en un acto de teatro, un espectáculo de drama y ansiedad.
Cuando ambos se encontraron en silencio, el jardín tranquilo pronto se convirtió en su refugio. Las luces suaves brillaban, y la exclusividad del espacio les permitió respirar nuevamente. Pero el horror del hombre caído y la repentina revelación del matrimonio forzado seguía creando coraje en la mente de Isabella.
—Alexander, prometí que no podía estar ligada a un destino que no elegí. —susurró, sintiendo las lágrimas en sus ojos.
—No puedes permitir que la familia dirija tu vida. —la interrumpió él, tomando su mano con dulzura. —Tienes derecho a elegir.
Un momento de calidez se extiende entre ambos, la conexión que había germinado a lo largo del tiempo parecía intensificarse en ese instante. Cada palabra, cada gesto se convertía en una batalla en su interior; el amor que sentía por él era un refugio, pero los lazos familiares amenazaban con consumirla.
Aun así, el instante de cercanía fue interrumpido abruptamente por el sonido de la puerta del patio que se abría. La señora Davenport apareció, su expresión severa ahora fragorosa de preocupación.
—¿Qué ha pasado aquí? No es momento de estar ausente, Isabella, hay cosas más grandes en juego.
Isabella sintió que su calma se desmoronaba. No podía imaginar que la intrusión de la señora Davenport generara más impacto del que ya había causado.
—Usted ha creado este caos —respondió Isabella, con firmeza, desbordando coraje—. Sus decisiones nos han llevado a esto.
La mirada de la señora Davenport se endureció, pero en un instante, su tono se dibujó más suave, casi conciliador.
—No es el momento para discusiones. Esta situación podría afectar considerablemente la relación entre nuestras familias.
—¿Afectarla? —Isabella se permitió un poco de rabia—. Mi vida no es una política de familia. No me ataré a nada que no elija.
La señora Davenport entrecerró los ojos, y la electricidad entre ambas mujeres se tornó incendiaria. Sin embargo, antes de que alguien pudiera continuar, el tumulto en el interior del palacio se acrecentó con una nueva ola de agentes de seguridad.
—¡Sáquenlo de aquí! —uno de los médicos gritó, intentando abrirse paso entre la multitud que se había reunido nuevamente.
Ambos se volcaron hacia la entrada, sintiendo que el resto de la celebración iba en picada hacia lo impredecible. Isabella sintió que un escalofrío recorría su espalda cuando el hombre caído fue levantado y llevado hacia el exterior.
—¿Quién es? —Alexander preguntó con voz firme, girándose hacia la señora Davenport.
—No es alguien de importancia. —ella respondió rápidamente, eludiendo la mirada.
Pero la sombra de duda se convirtió en realidad cuando Isabella escuchó un murmullo detrás de su espalda que se volvía cada vez más potente. La mayoría de los asistentes comenzaron a murmurar entre ellos, nombres familiares surgieron.
—Es Victor, el hijo de la señora Davenport.
Las palabras les golpearon como una ola, y el rostro de Isabella se tornó pálido. La conexión estaba ahora entrelazada con el enredo de secretos que siempre había temido.
#4757 en Novela romántica
#1739 en Otros
#300 en Acción
romántico de la realeza, intriga y drama familiar, tensión emocional y romance
Editado: 07.12.2025