La Sombra del Legado

Capítulo 4: En la Mira del Enemigo

La mañana siguiente a la gala comenzó con un silencio inquietante en el Palacio de Beaumont. La calma que envolvía el lugar contrastaba con el torbellino de emociones que había asolado a Isabella la noche anterior. Como si la tragedia de Victor Davenport hubiera dejado una marca indeleble en el aire, cada rincón del palacio parecía susurrar secretos que querían ser revelados.

Isabella se encontraba en su habitación, mirando por la ventana hacia el jardín. Las flores brillaban bajo el suave sol, pero su mente estaba atrapada en la confusión de lo ocurrido. Había decidido que no podría permitir que su futuro dependiera de un matrimonio arreglado ni del destino que otros habían forjado para ella.

Cuando el sol alcanzó su punto más alto, decidió que debía hablar con su madre. Era una charla que había evitado, pero ahora se hacía más crucial que nunca. Sin embargo, el temor a la reacción de su madre la llenó de dudas. Mientras bajaba por la escalera, cada paso resonaba como un eco que cortaba el silencio.

Al entrar en la sala de estar, se encontró con su madre, la condesa Montclair, sentada con una expresión de preocupación evidente. La mesa estaba llena de documentos y cartas, indicios de que la vida continía a pesar del caos.

—Isabella, ven aquí. Necesitamos hablar. —dijo la condesa, levantando la vista con un brillo ansioso en sus ojos.

La joven respiró hondo y se acercó, sintiendo el peso de la mirada de su madre. El ambiente se tornaba denso, un laberinto de preguntas sin respuesta.

—He oído sobre lo de Victor. Esto es más serio de lo que parece. —su madre comenzó, su tono grave, lleno de precaución—. Su familia probablemente buscará venganza.

—¿De qué hablas? —Isabella frunció el ceño—. No estoy dispuesta a conformarme con un futuro forzado. Lo que ocurrió anoche fue un accidente, ¿no?

La condesa sacudió la cabeza, sus rasgos reflejaban una preocupación genuina.

—No lo subestimes. Los Davenport son un clan poderoso, y la muerte de Victor podría llevar a algo mucho más oscuro. Debemos tener cuidado.

Isabella se sentía atrapada entre la necesidad de ser leal a su madre y el deseo de escapar de la red que se había tejido alrededor de su vida. La presión que sentía era abrumadora; las expectativas de una familia poderosa pesaban como una roca sobre sus hombros.

—¿Qué sugieres? —respondió finalmente, sintiendo que cada palabra se convertía en un hilo tenso desgarrándose en la conversación.

—Debemos acercarnos a ellos. Tal vez un encuentro con la señora Davenport podría calmar las aguas. —la condesa propuso, su mirada fija en la hija—. Forzar las cosas podría convertirnos en blanco de su ira.

Isabella sintió el ardor de la indignación en su interior. ¿Realmente creía su madre que someterse a la voluntad de la señora Davenport traería paz? No podía aceptar la idea de ceder ante nadie y aún menos a un matrimonio que no deseaba.

—No es lo que quiero. No puedo sacrificar mi libertad. —Isabella respondió, su voz sonando más firme de lo que se sentía.

Sin embargo, el inminente peligro era demasiado real. El eco de las sirenas y el hombre caído aún resonaban en su mente. Alcanzar la paz podía ser el único camino viable para proteger su futuro.

—Isabella, este es un juego peligroso. No hay tiempo para debilidades. —replicó la condesa, su tono endurecido.

La tensión se transformaba en un pulso constante entre ambas mujeres, hasta que el golpe en la puerta dispersó las chispas de la discusión. Un sirviente entró, su rostro pálido difundiéndose con la noticia.

—Señora, la señora Davenport solicita una reunión. —informó el sirviente, su tono extremadamente formal en contraste con la angustia en el aire.

Isabella sintió que su corazón latía con fuerza, una mezcla de incertidumbre y temor la abrumó. La señora Davenport no se detendría ante nada para asegurarse de que sus intereses fueran protegidos.

—Dile que tengo asuntos que atender. —la voz de Isabella se mantuvo firme, aún cuando la culpa y el desafío se agolpaban en su pecho.

El sirviente titubeó, sus ojos saltando entre las dos mujeres para evaluar la tensión en el ambiente. Aquella decisión podría ser peligrosa.

—Es mejor que la reciba. —insistió la condesa, su mirada profunda—. No puedes ignorar lo que ha ocurrido.

La condesa sabía que, aunque Isabella no quería dar un paso atrás, el juego ya había comenzado, y el juramento de lealtad era una exigencia de la vida aristocrática. Sentía que el tiempo se deslizaba como el agua entre sus dedos.

Finalmente, Isabella asintió. Esto no era solo una apuesta entre familias, estaba en las fichas de un juego que no había vuelto a elegir. Y en esa decisión, suspiró con resignación mientras se preparaba para encontrar a su futuro con la señora Davenport.

El encuentro se llevó a cabo en una sala privada del palacio, decorada con toques exquisitos que contrastaban con la tensión que inundaba el ambiente. Isabella observó cómo la señora Davenport entraba, su porte siempre imponente, lista para convertir la historia en su propio teatro.

—Isabella —saludó la señora Davenport, su mirada instrumental evaluando cada detalle de la joven—. Estoy complacida de que hayas accedido a reunirte conmigo.

—No tengo mucho tiempo. —Isabella cortó, su voz manteniendo la firmeza mientras se rehusaba a ceder ante su autoridad.

—Este delicado asunto podría afectar a ambas familias. —la señora Davenport comenzó, su tono serpenteando entre lo arrogante y lo paternalista—. La tragedia de mi hijo es algo que estamos dispuestos a manejar. Si se actúa con inteligencia.

Isabella sintió que el juego se volvía más intrincado. Sabía que la señora Davenport había llegado cargada de propuestas que beneficiaban únicamente a su clan. La prisa en el ambiente se convertía en un juego peligroso, donde se arriesgaban más que simplemente reputaciones.

—¿Qué deseas, señora Davenport? —preguntó Isabella, sintiendo que el aire se tornaba pesado con cada palabra que pronunciaba.




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