La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 1

 

Capítulo 1

 

Cuatro años después

Berlín/Alemania

 

Aurora Flecher

La lluvia se estrellaba fuertemente contra el ventanal de mi habitación mientras me encontraba cubierta de pies a cabeza con una cobija.

Mis ojos captan como una pequeña mano tomaba el control del televisor lentamente —¿Qué quieres ver? —  le pregunto al niño de tez blanca, cabello oscuro como la noche y ojos azules.

—  Netflix — contesta.

Mi hijo comenzó a pasar los canales y tiró un enorme grito al ver al hombre con el que comparte lazos de sangre y rasgos físicos, en uno de los canales — ¡Mí papi! — Gritó mientras una sonrisa decora su rostro.

Llevé los ojos hacia la pantalla y reí al ver a mi hijo alegre — ¡Mira, mira! —  señaló el televisor — Ahí dice que fue a Argentina ¡mira mami! ¡mira! —  me dijo.

Suspiré e intenté dejar de lado lo que me dijo y por segunda vez pregunté — ¿Qué quieres ver?

—Veré a mi papi — respondió feliz.

Sonrió— Está bien — lo miré — ¿Quieres chocolate caliente? —  volví a preguntar.

— No — negó.

— ¿Quieres té? —  inquirí.

— No — volvió a decir.

— ¿Quieres leche caliente? —  pregunté para molestarlo.

Aleph me miró con el ceño fruncido y dijo — Sabes que no me gusta.

— Ajá — dije.

Me reí al recordar que mi niño no quiere tomar leche desde hace unos meses para acá.

— ¿Por qué no te gusta la leche?

— Eso es para bebes — contestó y eso logro que comenzara a reír como loca — Y yo ya soy un hombre.

— Pero eres un bebe — tomé su carita — Mí bebe — lo acaricié.

— ¡No! — gritó.

— Voy a hacer chocolate — anuncié saliendo así de la cama.

— ¿Dónde está el control blanco? — preguntó mi hijo antes de irme.

— Ahí — señalé la mesita de noche — ¿Qué vas a hacer?

— A encenderlo — contestó — tengo calor — lo miro extraño.

Vi como las gotas de lluvia se resbalaban por el cristal de la ventana, hacía frio.

— ¿Cómo puedes tener calor? —  pregunté y a la vez me arreglé la sudadera que tenía puesta.

Aleph no respondió a mi pregunta, lo cual me hiso confirmar por milésima vez, que a mi pequeño y travieso hijo no le gusta que se le pregunte o se le busque conversación si este no decide buscarla por sí mismo, además de que es de muy poco hablar (a veces), es muy selectivo en cuanto hacer amigos se trata.

Le eché un ojo al televisor y vi que ya había puesto Netflix.

Me fui hacia la cocina y ahí comencé a buscar las diferentes cosas que necesitaba para hacer el chocolate.

Mientras todo lo ocurrido en estos cuatro años llega a mi mente.

¿Dónde nos quedamos? — reí ante la interrogante.

¿Qué sucedió con Sara? — mi cerebro parece hacer las preguntas que yo debía contestar — Ella hace tres años decidió retomar sus estudios y feliz me encontraba al saber que solo le quedaba unos cuantos meses para graduarse — sonreí ante los recuerdos.

¿Y el de ojos grises? — el rostro de Cristóbal pasó por mi mente — Él suele visitarnos a Aleph y a mí de vez en cuando. Actualmente se está haciendo cargo del imperio de vino de su padre, sí de vinos, yo también me sorprendí cuando lo supe hace unos años.  Vinos Lombardi.

¿Y él? — ¡oh, claro! él — Nuestros corazones cortaron lazos aquella mañana en la que le dije que todo entre nosotros había acabado y no mentí — suspiré al recordar — Tuve que terminar con lo que había para poder deshacerme de todo eso que me hacia daño. Recoger lo que quedaba, ver si servía y llevármelo — medio sonreí, porque sé que siempre habrá un lazo que nos unirá para siempre y es nuestro hijo, Aleph.

Alexander es un padre bastante presente. Estuvo en los pasados cumpleaños de nuestro hijo, así como también en su primer día de clases, y como olvidar cuando nos tocó ir a la primera reunión escolar.

Cuando Aleph necesita de su padre, él está ahí, pero cuando nuestro hijo quiere verlo no siempre puede hacerlo y yo puedo entenderlo, porque si por Aleph fuera tendría a su padre hasta en la escuela.

Alexander y yo hablamos cuando tenemos que hacerlo, pero en todo este tiempo por más difícil de creer que sea, no hemos hablado de los asuntos del corazón.

¿Y tú? — respiré hondo —Después de pasarme prácticamente dos meses en España, viendo crecer a mi hijo y poniéndome al día con mi tía, regresé a Alemania.

Viví con Aleph y Sara durante un año y un par de meses en la casa en la que Alexander me había propuesto vivir y luego de que terminé el internado y residencia en Cardiología en el Hospital Wellnes de Berlín, pude empezar a trabajar como residente, dirigiendo mi propio equipo.

Empecé a cohibirme de comprar algunas cosas, por lo que meses después pude independizarme, compré un departamento para Aleph y para mí, ya que Sara se había enamorado, se fue a vivir con su pareja y tuvimos que separarnos, luego de eso se fue a Nueva York a terminar sus estudios y a continuar con su vida.

Volví en mí cuando escuché la voz de Aleph.

— Mami — su dulce voz llegó a mis oídos.

Apagué la estufa, me fui para la habitación y me encontré a mi hijo hecho un ovillo en la cama.

— ¿Qué sucede? —  pregunté.

— ¿Cuántos años tienes? — me preguntó.

Fruncí el ceño.

— Veintinueve años amor — respondí con una sonrisa.

— Mi papi tiene treinta y... — se queda mirando el televisor como quién busca una aguja en un pajar.

— Treinta y uno — completé.

— Eso — dijo. 

¿De dónde habrá sacado aquello? —  me pregunté internamente.

Al ver que no me dijo nada más, regresé a la cocina para servirme el chocolate en la tasa que terminé por sacar de uno de los gabinetes.




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