La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 20

Lean la nota del final, por favor.
 

¡Disfruten el capítulo!
 


 

Capítulo 20
 


Aurora Flecher

Los ojos de Alexander dejaron de posarse en mí, poco después se trasladó hasta la puerta de la casa, la abrió y después rastros de confusión aparecieron en su rostro.

—¿Qué sucede? — pregunté.

—La lluvia se ha propuesto no dejarme salir — respondió — Tendré que dejar la salida para mañana, a unos metros de aquí se acumulan grandes porciones de agua — explicó.

Mir, la pequeña ventana que tenía a un lado y apreté un poco los labios al ver el agua caer y con cada gota que se estrellaba con el sólido suelo, me preguntaba por mi hijo.

Alexander cerró la puerta y me miró de una forma extraña.

—¿Qué? — alcé las cejas.

Él no respondió, solo pasó por mi lado.

—¡Alexander! — vociferé.

Seguí el camino que vi que Alexander había tomado y me sorprendí al ver que el de ojos azules se encontraba en la cocina.

—Dime — dijo.

—¿Hay alguna forma de contactarnos con Aleph?

—No — negó.

—¿Por qué? — fruncí el ceño.

—Dejé mi celular en el vehículo en el que vine — respondió.

—¿Entonces, estamos incomunicados?

—No de todo. Pero no es recomendable llamar a nadie desde acá.

Fruncí el ceño al ver a Alexander lavando unos platos y vasos de cristal sucios. Pestañeé un par de veces con la esperanza de haber visto mal, pero no, mi vista estaba muy bien.

Se veía tan concentrado que decidí ir por la escoba que estaba a lo lejos. Quería ayudar en lo que fuese.

Con sumo cuidado empecé a barrer, no quería lastimarme la herida que se mantenía en mi pierna.

Cuando iba a barrer la cocina, escuché la voz de Alexander — ¿Qué estás haciendo?

—Bueno, estoy por hacer helado casero — respondí — ¿Quieres? — levanté un poco la escoba.

Alexander rodó los ojos.

—Deja eso — dijo — Yo lo haré después — lo miro.

—No — muevo la cabeza — Lo haré yo, tú sigue lavando los platos y los vasos de cristal.

El hombre se quedó mirándome mientras una toalla descansaba en su hombro.

—Te vas a lastimar la herida — advirtió.

—¡Ya! — reí un poco — No pasará nada — sonreí.

—Aurora — dijo.

—Alexander —dije.

Seguí moviendo la escoba de allá para acá, aunque he de confesar que el lugar no se encontraba para nada sucio, no había polvo, ni basura.

Fruncí el ceño y detuve mi acción.

Recordé las palabras que me había dicho el padre de mi hijo anteriormente y las interrogantes empezaron a surgir.

¿Alexander mantenía esta casa en pie? ¿Por qué el lugar se encuentra en tan buenas condiciones?

—¿Qué pasa? — una ronca voz me trajo a la realidad.

—¿Quién vive aquí? — me giré y lo encaré.

—No lo sé — contestó dejándome completamente confundida — Cuando llegamos aquí, la casa se encontraba en este estado — explicó.

—¿No hay fotos o algo que indique quién vive aquí? — inquirí.

—No hay nada — habló.

Alcé las cejas y luego, suspiré.

Moví algunas cosas para así poder barrer debajo de ellas, pero tomo aire cuando me encuentro con unas botas negras al lado de la puerta.

—¡Alexander! — lo llamé.

No puede ser, ¿Qué hacen estas botas aquí?, ni siquiera sé porqué me lo pregunto. ¡Desordenado!

En cuestión de segundos tengo al padre de mi hijo frente a mí.

—¿Qué sucede? — frunce el ceño.

—¿Qué hacen esas botas ahí? — señalé las sucias botas.

Los ojos azules de Alexander se posaron en el calzado y después, se posaron en mí.

—Las dejé ahí porque...— no permití que terminara.

—¡Eres un desordenado! — grité — ¡Ajá! — levanté las cejas — Y después me quieren convencer de que la perfección sí existe.

A todo esto, Alexander me miraba como si estuviese loca.

—Las dejé ahí porque tienen lodo y mugre.

Lo miré —No quieras venir a tapar tu falta de orden, sabiendo que has dejado tirado el calzado aquí.

Alexander empezó a reír de la nada.

—¡No te estés burlando de mí! — grité.

—Las mujeres y sus días — dijo para después irse mientras yo mantenía la molestia en el rostro.

Iba a abrir la puerta, pero luego vi la lluvia a través de la ventana y solté la idea.

Cuando me voltee un delicioso y suave aroma me golpeó, despertando una fuerte hambre en mi interior, cosa que hizo que mi estómago doliera levemente.

Walton se aproximó a mí, lo notó, me miró y sonrió.

—En unos minutos estará la comida — avisó.

—Ah, también cocinas — creí que lo anterior lo había pensado, pero la verdad es que lo dije en voz alta.

Alexander no dijo nada, solo se quedó mirándome como quien intenta encontrar algo, donde no hay nada.

—¿Qué cocinaste? — medio sonreí.

—En la tienda en la que compré la ropa, no había una gran variedad de comida, lo único que pude conseguir fue frutas, pan y algo de carne— escuché todo lo que dijo atentamente — Así que decidí hacer unas hamburguesas caseras y tarta de manzana.

Alcé las cejas.

—¿Está muy lejos la tienda? — indagué.

—Bastante — contestó.

—¿Fuiste caminando?

Él me miró — Sí — afirmó.

—Debes estar muy agotado — dije.

—Para nada —habló — Camina a ver la comida.

—Te estoy viendo— pensé.

—¿Cómo? — él frunció el ceño.

No lo pensaste, querida.

—Qué sí — asentí — Vamos a la cocina.

¡Qué vergüenza!

Nos fuimos a la cocina y estando ahí, pude ver como en un sartén tenía la carne molida y en otro, estaban las cebollas.

—¿Armamos las hamburguesas juntos? — sonreí.

—Hamburguesa — dijo — Solo cociné para ti — aclaró.

—¡Por favor! — reí — Han pasado años, Alexander Walton.

Me puse a su lado y observé con mucha atención todo lo que hacía.

Él tomó un platillo blanco, y encima colocó la base del pan, puso kétchup, lechuga, y justo después de hacer eso se detuvo.




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