La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 24

Capítulo 24

Aurora Flecher

Mi sueño es interrumpido cuando siento un par de grandes y frías manos en mi rostro.  

—Te vas a desaparecer durmiendo — reconocí esa voz de inmediato.

Abrí los ojos lentamente, bostecé y alcé las cejas cuando vi a Alexander con traje y zapatos negros que se ajustaban de forma perfecta a su silueta. Fruncí el ceño y pregunté — ¿De dónde sacaste eso?

—Levántate de la cama, nuestro hijo nos espera — susurró secamente.

—¿Qué? — tal parece que he entendido mal.

—Nos encontraron.

Me puse las manos en los labios y respiré hondo luchando con la noticia.

¡Volvería a ver a mi hijo!

—Ahí tienes algo de ropa limpia y civilizada — señaló un espacio de la cama donde había una bolsa grande negra.

—Gracias— fue lo único que pude articular.

A mis labios llegó al salado y amargo sabor de las lágrimas. Al fin acariciaría a mi niño, vería sus bellos ojos y tocaría sus pequeñas y suaves manos.

Corrí rápidamente al baño y como pude me coloqué aquello que se me fue entregado. En lo que me aseaba y cambiaba no pude evitar ponerle atención al ruido que había afuera y en las distintas voces que se mezclaban.

—Aurora debemos irnos — Alexander tocó la puerta.

Terminé de subirme el pantalón y ajustar la blusa para después abrir la puerta del baño y encontrarme con los ojos del padre de mi hijo.

—¿Alexander?

—¿Uhum?

—¿Cómo nos encontraron? — inquirí.

—El chip que tengo implantado en el cuerpo facilitó la búsqueda — contestó.

Apreté las cejas.

Un chip.

Lo miré de reojo.

Implantado.

Giré la cabeza en su dirección.

En el cuerpo.

—¿Hace cuánto tienes ese chip? — pregunté sintiéndome entrometida.

Alexander solo me miró y no respondió.

Salí de la habitación, bajé las escaleras, recorrí la sala y finalmente abandoné aquella casa.

A mi alrededor había hombres vestidos de negro y armados, camionetas oscuras, sin mencionar que pertenecían a la última colección sacada al mercado este año.

—Quiero esa información para esta noche —oí decir a Alexander — Huellas dactilares, ropa, papeleres, lo analizan y me comunican avances y resultados.

—Sube a la camioneta — dijo el hombre con un gesto de desagrado, señalándome el vehículo que tenía al lado.

Di tres pasos y justo cuando iba a abrir una de las puertas de la camioneta, alguien abrió por mí.

—Buenos días, Sra. Walton — dijo el escolta.

Sonreí amargamente — Buenos días, gracias por abrir por mi la puerta, pero ya no soy… — fruncí el ceño ante la interrupción.

—Aléjate de mi vista — el fuerte y agradable aroma que desprendía Alexander se coló por mis fosas nasales.

—Sí señor — el joven se retiró rápidamente.

—¿Qué sucedió? — pregunté.

—¿Con? —rodé los ojos.

—Con el chico — susurré al borde del enojo.

—Me estorbaba — contestó para luego ir al interior del vehículo negro. Después de unos segundos, yo también hice lo mismo.

—Tal parece que el dolor de tu pierna conoció el alivio, tan pronto me fui — dijo por lo bajo.

Cerré los ojos por unos cuantos segundos, sintiendo como las gomas empezaban a mover la camioneta.

—Sí, así parece —dije.

—Si lo que querías era la casa, el espacio y el terreno para ti sola, debiste decírmelo, amor — cada palabra salida de esos labios fue pronunciada con cierta pizca de socarronería.

—Me pareció bueno hacértelo saber mediante una buena tanda de gritos y groserías — sonreí mientras lo miraba a los ojos.

De la garganta de Alexander brotó una risilla pequeña, grave y muy…

—¿Gustan un poco de música? — preguntó el chófer.

—No— el hombre a mi lado negó con aspereza.

—Sí — afirmé llevándole la contraria a Walton.

Lo lamento por su oscura, solitaria, aburrida y seca alma, pero después de tanto quiero algo que me alivie y contente el corazón.

El de ojos azules me dedicó una mirada amenazante y yo le respondí con una sarcástica sonrisa, a lo que él solo volteó el rostro y con una mano se peinó su oscuro y lacio cabello. Aproveché y observé sus nudillos, anoche se veían rojos e hinchados, como si hubiese pasado horas peleando. Llevo la mirada hacia la ventana cuando los recuerdos inundan mi mente.

—¿Estás bien? — inquirí.  

—Creí que no querías saber nada de mi — respondió él desde el piso.

—El que hayamos discutido, no quiere decir que no me vaya a preocupar por el padre de mi hijo — me sinceré.  

—Estoy bien, Aurora — respondió y seguido eso cerró los ojos y se acomodó.

Debería des estar pensando en mi hijo y Harris, y no en… él.

Giro mi cuerpo dándole así la espalda al hombre que duerme en el piso.

Poso la mirada en cada cosa que se me atraviesa y suspiro ante la falta de sueño, vuelvo a voltearme y esta vez me encuentro con algo que me paraliza: El polo ensangrentado que tenía Alexander hoy.

Me siento rápido en la cama y desde aquí miro hacia el piso e intento hacer caso omiso a ciertas cosas que pueden distraerme, pues Alexander se encuentra muy bien dormido con la cabeza puesta en una almohada, el torso al desnudo, brazo derecho en los ojos y el izquierdo en su abdomen.

¿Y si está herido?

Saco los pies de la cama y me dirijo hacia él.

No lo toques Aurora, no lo toques Aurora me repito una y otra vez.

Me acerco y pongo una de mis manos en su frente; no hay fiebre, me voy hasta sus costillas queriendo palparlo, pero eso sería tocar de más.

Las ganas de irme a la cama me surgen cuando mis ojos toman vida propia y comienzan a mirar lo que no deberían.




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