La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 26

 

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Capítulo 26

Aurora Flecher

Escucho a Aleph llorar e inmediatamente sigo los gritos, los cuales me llevan a la espaciosa y bella cocina de la casa.

Alexander le pasaba un paño por la cara a mi hijo y yo miraba con el ceño fruncido, mientras la mancha negra que se situaba en la camisa blanca de Aleph me dejaba una gran interrogante.

—¿Qué ocurre? — inquirí.

—El helado me ensució — respondió Aleph con los ojos llorosos y el rostro rojo.

Miré a Alexander.

—Vamos a ducharte — dijo Alexander dirigiéndose a mi hijo.

Aleph seguía llorando.

—Cálmate, estas cosas suelen suceder. Solo ten más cuidado la próxima vez — la voz del padre de mi hijo fue tan suave que me hizo sonreír.

Los de ojos azules me hicieron subir unas hermosas escaleras, que junto a ellos me llevaron a una habitación que por los colores y detalles me hicieron entender que mi hijo dormía ahí.

—Ve a la ducha, iré en un minuto — Aleph siguió las ordenes de su padre.

—¿Por qué dejaste qué comiera helado? — pregunté.

—Él quería helado — contestó simple, en lo que buscaba no sé qué cosa en el armario.

—¡Papi, te estoy esperando! — vociferó Aleph.

—Si quieres yo lo ayudo a bañarse y tú buscas el pijama — le dije al padre de mi hijo.

Alexander asintió.

Yo me adentré al baño y tan pronto vi a mi hijo sonreí.

—¿Y cómo ha estado el niño más hermoso del mundo? — pregunté.

—He estado bien — respondió.

—¡Qué bien! — reí — ¿Ya cenaste? — pregunté.

—¡Sí! — contestó.

Verifiqué que el agua que se encontraba en el pequeño jacuzzi tuviera una temperatura correcta, y luego invité a mi hijo a adentrarse en él.

—Me agrada el agua tibia — me dijo y yo asentí.

Reí y contesté — Lo sabemos Aleph.

Fui hasta el lugar donde se encontraban distintos jabones y cuando puse mis manos en uno, la voz de mi hijo me interrumpió — No me gusta ese — alcé las cejas — Me gusta el que está a la izquierda — dijo y yo asentí.

—Muy bien — le dije.

—¿A dónde fue mi papá? —inquirió.

—Está buscando el pijama.

Miro el color de sus ojos, mismo color que no me deja olvidar de quien es hijo y le sonrío.

Sigo ayudándolo a bañarse cuando de la nada me dice — Hace unos días estuve en la puerta de Brandeburgo con mi papi.

—¿Qué te pareció?

—Bonita.

Tomé una toalla blanca y ayudé a mi niño a salir del agua.

Caminamos tranquilamente hasta su habitación, estando allí Aleph se subió a su cama.

—¿Cuál pijama quieres?

—Sí estoy bien— escuché la grave voz de Alexander — No, todo está bien. No es necesario que vengas — rio — Ah, ya estás aquí...— miró el piso — Espérame en la sala — dijo.

Dejé de prestar atención y me concentré en ponerle el pijama a mi hijo.

—¿Te lavaste los dientes? — preguntó Alexander.

—Sí.

—Muy bien — dijo su padre — A dormir.

—¿Mami puedo dormir contigo esta noche?

—¡Claro que sí! — respondí feliz.

—¿Y con papi? — me miró.

Me senté en la cama — Mi amor...

Alexander me interrumpió — Sí, sí puedes.

Fruncí el ceño y casi mato a Alexander con la mirada.

El padre de mi hijo se deshizo de su saco y de sus zapatos, luego se acomodó en el lado izquierdo de la cama de Aleph.

—¿No dormirás conmigo mami?

Algo me dice que estos dos se pusieron de acuerdo para que yo no me les pudiera negar.

Creo que Harris tendrá que esperar un buen rato.

Me quité el calzado, me subí a la cama y tomé el espacio que quedó disponible.

—Ustedes dos son increíbles — susurré.

De pronto sentí esa necesidad de cubrir a mi hijo, por lo que llevé mi mano hacia la cobija y tal parece que Alexander tuvo la misma idea, porque nuestras manos se cruzaron y nuestros ojos también.

—¿Vemos una película? — inquirió Aleph.

—No— respondimos Alexander y yo al mismo tiempo.

—A dormir señor — dije.

Poco a poco Aleph fue cerrando los ojos, al igual que yo.

 

Alexander Walton

Habían pasado varios minutos desde que Aleph y su madre se rindieron ante el sueño. Después de esto, las ganas de salir de la cama surgieron, pero justo cuando iba a levantarme un brazo se colocó en mi pecho.

El señor que no sabe dormir: Aleph. — medio sonreí ante el pensamiento.

Devolví el brazo a su lugar y me levanté de la cama. Busqué mi saco, mis zapatos y me fui tan rápido como pude de la habitación, todo esto tratando de no caer en la tentación que se encontraba con los ojos cerrados en la cama de mi hijo.

Salí del cuarto, y estando en el pasillo me coloqué el saco y los negros zapatos, para después bajar las escaleras y dirigirme un blanco e iluminado espacio de la sala de estar.

Labios color rosa, cabello marrón y lentes oscuros: Olivia.

La mujer me esperaba sentada en un blanco mueble con una taza de no sé qué en las manos y una expresión preocupada.

—¡Alex! — gritó tan pronto me vio.

Ella se levantó del mueble y corrió a envolverme en sus brazos.

—Es tan bueno verte después de todos estos días. — dijo.

Olivia puso su cabeza en mi pecho y una de sus manos en mi cuello.

—¿Estás herido? — preguntó en voz baja.

—No — negué.

—¿Estás seguro? Puedo llamar a un médico — susurró mirándome a los ojos.

En cuestión de segundos mi atención se volcó hacia unos ligeros pasos que provenían del pasillo del segundo piso. Giré el rostro y mi mirada colisionó con los marrones ojos de la madre de mi hijo, quien al parecer había salido de la habitación donde anteriormente se encontraba.

—¿No crees qué es muy tarde cómo para qué andes tan sola? — seguí hablando con Olivia.




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