La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 33

Capítulo 33

 

Aurora Flecher

Por alguna razón, el blanco techo me llamaba la atención. No sé, tal vez lo hace porque el sueño aún no llega a mí, y si eso, no me sorprende. A pesar de que este ha sido un día bastante largo, no quiero que acabe; eso implicaría que el tiempo para buscar el antídoto se acabe.

Hago la sábana a un lado, y salgo de la cama. Ignoro el calzado, y me voy directamente hacia la puerta. Tengo la suerte de que no todo esté a oscuras, porque de lo contrario, ya me hubiese devuelto al cuarto.

Comienzo observar cada uno de los detalles y decoraciones de la casa, con la esperanza de distraerme, pero solo veo cuadros con pinturas abstractas, las cuales miro, y no me dicen nada. Continuo y hago una mueca cuando mis pies se encuentran de frente con el frío piso, llevo los ojos hacia abajo, y uno las cejas al percatarme de que llegué a la parte el pasillo que no tiene alfombra. Me abrazo, y aprieto los labios cuando doy con una puerta negra con una palabra pequeña incrustada en lo alto: Rot.

Rojo.

Pongo la mano en la perilla, la giro, y entro a la habitación.

Un interesante y conocido olor inunda mis fosas nasales, haciéndome sonreír. Enciendo la luz, y mi corazón se embarca en una dura misión; bombear más sangre de lo normal.

El gris y el blanco se dejaron ver como nunca antes, junto a una gran y espaciosa cama vestida de blanco, y almohadas grises.

Debería salir de aquí. Es más que obvio quien duerme en esta habitación.

A unos metros de mí, un pasillo a oscuras comenzó a llamar mi atención, pero decidí hacerle caso a mi mente, y salí tan rápido como pude de aquel lugar. Nuevamente caminé en el frío piso, y luego, en la alfombra, hasta que puse las manos en el mecanismo que sirve para abrir la puerta; la perilla.

Me tiré en la cama, me cubrí, e intenté dormir, pero eso no fue posible. Tomé mi celular, y suspiré al ver la hora; 2:30 a.m.

Me fui a los contactos de mi celular, y pulsé el lugar de la pantalla donde estaba el número de Dimitri. Esperé y esperé, pero lo único que escuché fue la contestadora. Arreglé mi pijama, y después volví a salir de la cama.

No es que prefiera la culpa, pero, tampoco es que escoja vivir con el: ¿Y si lo hubiese hecho, de qué me arrepentiría hoy?

Pronto me vi corriendo por el pasillo y regresando a la habitación gris.

Observé cada cosa con sumo cuidado, y me prohibí tocar aquello que llamara mi atención. Recorrí el pasillo que estaba en la habitación, y respiré hondo al ver lo insípidamente interesante que era todo, otro espacio de la habitación donde estaban las camisas, pantalones, calzados, y fragancias.

El orden que había aquí era un poco paralizante, pero no se me hacía extraño.

—Señora — cerré los ojos y emití un leve grito.

—Hola — me volteé.

La señora que me había hecho la cena se encontraba frente a mí, mirándome atentamente.

—¿Necesita mi ayuda? — inquirió.

—No, yo solo… — me quedé mirando las blancas camisas en busca de una respuesta coherente.

—Solo vino aquí — dijo la mujer.

—Sí — sonreí.

—Buscando sentirlo a él — volvió a decir.

Fruncí el ceño — No — negué.

La cabeza se me nubló.

—No se preocupe. Está bien — habló para después irse por donde llegó, pero yo la detuve.

—Por favor, quédese… — no supe qué decir cuando su nombre no apareció en mi mente, por la simple razón de que no me lo sabía.

—Laila — la nana de Alexander me miró a los ojos.

—Laila, quédese, por favor — susurré — Aunque, es un poco egoísta de mi parte, tal vez tenga sueño, y esté cansada.

—Es imposible que en estos momentos haya una pizca de sueño en mí. — expresó.

—Sí, es cierto. — susurré y seguí mirando.

—Usted no tiene el semblante de una mujer a la que hace unas horas le propusieron matrimonio. — dijo Laila.

Me senté en la silla negra que se encontraba en la esquina.

—No — sonreí sin ánimo — Alexander acaparó todo.

—Dimitri me dijo que no le diste una respuesta al hombre — fruncí el ceño.

¡Qué chismoso!

Miré el suelo, y así me quedé.

—Comprendo su silencio. Son cosas privadas — la señora rio.

—No le respondí. No porque no lo ame, sino que quiero dar ese paso cuando las cosas estén más calmadas, pero creo que estamos muy lejos de tener esa calma. — solté.

—Sí, están muy lejos de tener calma.

Quise poner mi cabeza en el espaldar de la silla, pero esto fue interrumpido, gracias a una pequeña caja negra, que se robaba toda mi atención encima de una blanca mesilla, junto a otra caja parecida.

Me levanto, y sin pensarlo mucho las tomo.

Frunzo el ceño y miles de preguntas llegan a mí.

—Laila, esta habitación es de Alexander, ¿verdad? — pregunté buscando una confirmación.

—Así es, señora. — con esa respuesta, mi corazón se aceleró.

Las pequeñas cajas oscuras, tenían por separado, la primera letra del abecedario, haciendo referencia a nuestros nombres: Aurora y Alexander. Las letras eras doradas, y su tipografía, delgada y elegante.  

Abrí una de las cajas, y me mordí el labio inferior al ver la sortija matrimonial de Alexander. Hace unos años, él me había dicho que mi sortija tenía un mensaje, cosa que no sabía, por lo que, la suya también debe tener algo, supongo.

Acerqué el anillo a mi rostro, y entrecerré los ojos. Observé cada uno de sus espacios, pero no vi nada.

—Mire bien los aros interiores. — Laila volvió a hablar.

Apreté los labios e hice lo que dijo la nana del padre de mi hijo.

Y en cuestión de segundos noté que ella tuvo razón.

En letras doradas y muy pequeñas, estaban las palabras cuyo significado llegaron a mí, más rápido que la sangre al corazón.




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