La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 36

Capítulo 36
 


Aurora Flecher

El viento hacía volar mi pelo de manera fuerte, mientras mi mente y mi cuerpo estaban en lugares muy diferentes.

Han sucedido tantas cosas en este mes, que francamente, no sé en qué momento todo se fue al carajo. Tal vez fue aquella noche cuando llegaron todos a mi casa, la mañana en la que me enviaron las flores, o cuando decidí renunciar a mi trabajo. De lo único que estoy completamente segura es de que perdí a una de las personas más fieles, y generosas que he podido conocer.

Sorbo mi nariz y muerdo mi labio intentando contener las lágrimas.

No pude darle el último adiós a esa chica de ojos color avellana que hacía unas galletas de coco como nadie, que entendía a mi hijo, a su muñeco de nieve, con solo una mirada. Esa persona que me llamaba durante mis madrugadas más frías y dolorosas en el hospital para que no me sintiera sola, la persona a la que le prometí que sería la madrina de su boda. Sé que nos conocimos en las condiciones menos favorables, pero gracias a esas condiciones hasta hace unos días podía decir que tenía a la mejor amiga del mundo. Ahora, no puedo decir nada, porque no la tengo.

La familia de Dylan, se encargó de todo lo concerniente al funeral, el cual se llevó a cabo esta mañana y eso solo me hace pensar en todas las ganas que tengo de llamarlo, y decirle tantas cosas, pero sé que nada de lo que le diga lo ayudará, ni lo calmará.

Sin querer suelto la taza y no hago más que suspirar cuando veo todos los pedazos de cerámica en el piso.

—¿Mami, estás bien? — medianamente sonreí cuando escuché la voz de mi hijo.

—Sí, mi amor — dije.

Caminé hacia él y lo abracé fuerte.

—¿Sabes cuándo volveré a mis clases? — cerré los ojos ante la pregunta de mi hijo.

Eso es otra cosa.

—Muy pronto lo harás —susurré.

—¿Te gustaría venir a dibujar conmigo? — volvió a inquirir.

—¡Claro! — exclamé.

Aleph me agarró de la mano y me guio hasta la sala de la casa donde tenía una mesa con hojas blancas, colores, y algunos frascos de pintura.

—¡Están muy hermosos tus dibujos! — sonreí — Esa casa es grande —señalé una hoja que me llamó bastante la atención.

—Sí, es grande, porque ahí viviremos todos — fruncí el ceño ante su respuesta. Él al parecer vio mi confusión y decidió darme algo de claridad — Mi papá, Harris, tú, y yo — una carcajada brotó de mi garganta.

—¡Qué interesante! — dije entre risas.

—Traje el agua, Aleph — Alexander hizo aparición con un frasco en las manos.

—Y yo los paños — habló Harris.

Una sonrisa enorme se presentó en mi rostro.

¿Y estos qué?

—Ellos y yo estamos dibujando — Aleph me miró.

—Ya veo — asentí repetidamente — ¿Hay una hoja para mí? — pregunté mirando a los tres chicos.

—Sí — respondieron.

Durante las próximas horas estuvimos pintando, comiendo galletas, hablando de caricaturas, cuentos, y una que otras cosas para animar a Aleph. Me ponía feliz el hecho de que estábamos compartiendo con el pequeño de ojos azules, sin tensión, incomodidades, ni molestias. Solo éramos tres personas interesadas en hacer pasar un buen momento a un hermoso niño.

A ella le hubiese gustado estar aquí.

Mi rostro borró la sonrisa que tenía y volvió a ensombrecerse.

—Tu dibujo se ve bien — dijo mi hijo.

—Gracias — agradecí intentando contener las lágrimas.

—Aleph te he dicho que las mentiras no son buenas — habló Alexander.

¿Qué está insinuando?

Abrí la boca con fingida indignación, mientras Harris se reía desbocadamente.

—¿Qué dijiste? —pregunté mirando al papá de mi hijo.

—Que tu dibujo está muy feo — Alexander respondió con un pincel en la mano.

Alcé una ceja.

Extendí mi mano y tomé la hoja donde estaba la creación del molestoso hombre. Esperanzada de encontrar algún error miré todo minuciosamente, pero quedé completamente sorprendida ante lo que vi. Un hermoso atardecer pintado a mano saludó mi visión.

Solo escuché la risa de Harris y Aleph.

—Solo puedo decir que no me agradan ninguno de ustedes — dije.

—No somos culpables de que hayas dibujado una vaca tuerta —Alexander volvió a atacar.

Miré mi dibujo y hasta a mí me dieron ganas de reír. Nunca se me ha dado bien dibujar, pero supongo que siempre hay que intentarlo.

Después de unos minutos culminamos la actividad y nos pusimos a limpiar todo. Alexander recogía las hojas con los dibujos, Aleph los pinceles, y Harris buscaba paños limpios.

Me volteé para alcanzar un frasco con agua, y me horroricé al ver una mancha azul en el mueble blanco.

—¡Chicos vengan aquí! — grité.

—¿Qué ocurre? —gritó Harris.

En cuestión de segundos los tuve frente a mí.

—¿Quién ensució el mueble? — inquirí.

Se miraron entre sí.

Respiré hondo.

—Van a buscar lo necesario, y se pondrán a limpiar, los tres — los señalé.

—¿No nos ayudarás? — preguntó Aleph.

—Claro que sí, los observaré — respondí.

¡Qué mala soy!

—Ah no, como los niños, los cuatro pintamos, los cuatro limpiamos —habló Harris con una sonrisa.

Me reí y salí corriendo como un ladrón atrapado.

—Voy a contar hasta diez, escóndanse o los voy a encontrar — paré de correr cuando un recuerdo vino a mí.

A ella le guastaba jugar a las escondidas.

—No creas que no he visto todas las veces que ocultaste tus lágrimas en lo que nosotros pintábamos — habló Harris detrás de mí — Intentamos disipar un poco tu tristeza, pero creo que... — lo interrumpí.

—Gracias — agradecí.

Mis mejillas se empaparon.

—Alexander, Aleph y yo creamos todo esto de las pinturas para distraerte, pero creo que lo mejor es que vayas a descansar — explicó.

Sonreí.

—Tú también tienes que descansar, sé que también estás triste — lo abracé.

Por más que él intente ocultarlo, sé que está afectado, creo que todos lo estamos. Sara era única, ella era esa flor que se robaba todas las miradas en un jardín.




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