La Sombra del Magnate [2]

Capítulo 40

 

Capítulo 40

Alexander Walton

—Eso no es malo — dijo Olivia.

Fruncí el ceño al verla sacando no sé qué cosa del refrigerador.

—Y como no es malo, volverás a comerla — me miró tiernamente.

—No — negué.

—Sí — sonrió.

Sin evitarlo le correspondí la sonrisa, y me sentí también al elegir no esconderla.

—Solo un trocito — junté un poco dos dedos de mi mano para acompañar mi respuesta.

Olivia enarcó una ceja.

—Te haré una rica hamburguesa con mucho amor ¿y solo te comerás un trocito? — reí con la cara que puso después.

—Consideraré agrandar la porción —dije con una sonrisa.

—Eso espero — susurró en tono amenazador.

La sonrisa se me borró cuando sentí que mi celular vibraba anunciando así una nueva llamada. Me acerqué al aparato y suspiré al ver un nombre en la pantalla «Humboldt» mi investigador privado favorito.

Fruncí el ceño cuando recordé todo lo que me dijo la noche en la que me hirieron.

Miré el reloj mientras algo me decía que mi paciencia estaba llegando a su final.

Después de aquella noche en la que estuve con Aurora en la casa del bosque, y la encontré en tan buenas condiciones, una nueva sospecha se había unido a mi lista, por lo que decidí aumentar mis investigaciones.

Tomé un sorbo del vino que se encontraba en la copa de cristal, y tomé aire.

—Sé directo y muy claro, no estoy para juegos ni estupideces — le dije al hombre que acababa de llegar al restaurante — Después de que me des lo que quiero, hablaremos del minuto que has tomado de mi valioso tiempo. Espero que no seas tan estúpido como para creer que no me di cuenta de que llegaste tarde — dije.

—Discúlpeme, señor Walton. El tráfico en las calles ha estado muy intenso — se justificó, tal vez creyendo que me importaría.

—Habla ya de lo que me interesa — respiré hondo.

El hombre cuyo rostro ni siquiera me molesté en mirar, decidió sentarse en una de las sillas que estaba frente a mí y comenzó a sacar algunos papeles de su maletín. Posteriormente, me explicó cada una de las cosas que estaban en la lista de mis intereses. Sin embargo, mientras más escuchaba, más seguro estaba de que algo no me cuadraba. Una parte de mí me decía que alguna ficha estaba fuera del mesón. Impidiéndome así utilizarla para mi beneficio.

Fruncí el ceño cuando el hombre frente a mí apellidado Humboldt, mencionó un nombre muy conocido.

Cristóbal.

—Me puse en contacto con algunos amigos investigadores que al parecer han tenido casos similares a este, y que conocen el pueblo. — escuché atentamente — Fue bastante complicado, pero pude obtener cada una de las respuestas a las preguntas que usted tiene. Definitivamente, sus sospechas son ciertas. En esa casa estuvo viviendo Evans Paniagua — sonreí — En el año en el que este individuo vivió en aquel lugar no estuvo solo, convivió un par de meses con una joven, cuyo nombre desconocía hasta hace poco. Quien, al parecer, tenía un romance con Paniagua y no terminó en buenos términos. Gracias a la información que usted me proporcionó la pude encontrar en una ciudad muy cerca de aquí. — miré el ventanal mientras lo escuchaba — Logré contactarme con ella y después de ofrecerle una gran suma de dinero, decidió contarme algunas cosas, entre ellas que la persona que le facilitó la vivienda a su expareja se llamaba Cristóbal y tenía unos muy hermosos ojos — no pude evitar rodar los ojos con la risa del investigador — Después de una extensa búsqueda determiné que la persona de la que ella me habló es Cristóbal Lombardi.

El corazón se me aceleró, las venas me empezaron a arder, la respiración se me cortó por un mini segundo, y por un momento sentí que la tierra que pisaba estaba temblando. Fruncí el ceño y de una forma tan rápida mi cerebro empezó a conectar los cabos que por alguna razón nunca vi sueltos.

La molestia en el pecho se hizo presente. Esa molestia que solamente estaba ahí cuando las cosas no iban como yo quería, o simplemente cuando iban muy, muy mal.

Los recuerdos empezaron a llegar y nunca vi las cosas tan claras como ahora.

—Tenemos toda la información, señor Walton —respondió el moreno de gran altura, vestimenta negra y gafas del mismo color.

—¿Qué estas esperando para decírmela? —Lo miré.

El moreno sacó una carpeta de no sé dónde y la colocó en la mesa.

—Cristóbal Antoine Lombardi Allard, veintinueve años de edad —expresaba mientras me dejaba ver las imágenes que había conseguido del sujeto, a quien consigo identificar en segundos.

—No sigas —interrumpí su exposición—. Sé quién es. —Cerré los ojos mientras intentaba tragarme un sinnúmero de groserías.

—Según sé, este hombre —se refirió a Cristóbal— ha estado contactando a su esposa desde que ustedes se encontraban en su luna de miel.

Alguien no ha sido del todo honesta conmigo.

Tú tampoco lo has sido.

Cristóbal Lombardi, hijo de mi gran amigo Christopher Lombardi, es como una maldita piedra en el zapato: cuando éramos niños, cuando crecimos y nos volvimos adolescentes y luego adultos. Pasaron y vinieron años y el muy imbécil aún no deja su obsesión con destruir todo lo que he creado.

Solo tres preguntas, solo tres respuestas.

¿Quién contactó a Aurora desde nuestra luna de miel?

Cristóbal.

¿Quién fue el abogado de Aurora?

Cristóbal.

¿A quién le entregué las pruebas de la inocencia de Aurora?

A Cristóbal.

¡Hijo de...

La voz de Olivia me trae a la realidad.

Tengo dos hermosas camisetas para Aleph y para ti, creo que les va a quedar muy bien — llevé mis ojos hacia sus labios y luego, a sus ojos.




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