El reloj marcaba las seis y media cuando Kira abrió los ojos. La habitación estaba envuelta en la penumbra del amanecer, y el aire tenía ese aroma tibio que anuncia un nuevo día. Se quedó unos segundos mirando el techo, tratando de convencerse de que debía levantarse. Otro día igual. Otro café, el mismo trayecto, las mismas personas con las mismas caras apagadas en el tren.
Encendió la cafetera, y mientras el aroma se extendía por la cocina, encendió también su música habitual —una lista suave, casi melancólica, que siempre la ayudaba a despertar. Todo parecía normal, demasiado normal, hasta que el sonido se detuvo.
El silencio fue tan repentino que sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Debe ser el altavoz —murmuró, intentando convencerse.
Pero entonces lo escuchó.
Una voz, suave, apenas un suspiro:
"Kira..."
Su nombre, flotando en el aire, tan cerca que casi podía sentirlo rozándole la piel. Se giró bruscamente, pero no había nadie. La cafetera seguía goteando, la ventana seguía entreabierta, y la ciudad afuera seguía despertando como si nada hubiera ocurrido.
—Estoy soñando —susurró—. Solo estoy cansada.
Apagó la música, pero el aire seguía denso, distinto. Mientras se preparaba para salir, no pudo evitar mirar de reojo su reflejo en el espejo del pasillo. Por un instante, creyó ver una silueta oscura a su espalda… una sombra que no coincidía con la suya.
Parpadeó, y la figura desapareció.
Suspiró, intentando sonreír. Era ridículo tener miedo de algo tan absurdo. Aun así, cuando salió de casa, no pudo evitar volverse una vez más antes de cerrar la puerta.
El pasillo estaba vacío.
Pero si hubiera mirado unos segundos más, habría visto cómo la sombra, esa que no era la suya, se deslizaba por la pared, siguiendo sus pasos.
El aire afuera estaba cargado, como si la lluvia amenazara con caer en cualquier momento. Vaiolet caminaba deprisa hacia la estación, con los auriculares puestos aunque la música no sonara. A veces, el silencio pesaba menos si parecía elegido.
El tren llegó con su rugido metálico y ella subió, buscando siempre el mismo asiento junto a la ventana. Mirar los edificios pasar era su forma de desaparecer un poco del mundo. Sin embargo, aquella mañana, algo no estaba bien.
El reflejo del vidrio mostraba su rostro cansado, pero detrás de ella…
Un destello oscuro. Como si algo se moviera justo fuera del ángulo de visión.
Se giró de inmediato. Nada. Solo los pasajeros de siempre, absortos en sus teléfonos o dormitando contra el cristal.
Y, sin embargo, la sensación no desapareció.
Cuando el tren se internó en el túnel, las luces parpadearon. Una, dos, tres veces. Y entre cada destello, Vaiolet creyó ver la misma silueta en la pared opuesta: alta, delgada, imposible.
—No —murmuró, apretando el bolso contra su pecho.
Entonces, un susurro, tan claro que su piel se erizó:
"No tengas miedo."
Su respiración se detuvo. La voz no provenía de nadie a su alrededor. Era como si hubiese nacido en su mente, pero resonando al mismo tiempo fuera de ella.
El tren volvió a la luz del día y, por un segundo, el reflejo del vidrio le devolvió algo imposible: unos ojos. Oscuros, profundos, mirándola desde la sombra.
Kira parpadeó, y el reflejo volvió a ser solo suyo.
El resto del día transcurrió como en una niebla. Trabajó, habló, sonrió, pero en cada silencio sentía esa presencia observándola. En el reflejo de una pantalla, en la esquina de una habitación, en el rincón más oscuro del pasillo.
Y cuando volvió a casa esa noche, algo la esperaba.
Sobre la mesa, donde había dejado el libro abierto por la mañana, una frase estaba subrayada con tinta negra. Ella estaba segura de no haberlo hecho.
Decía:
"El miedo solo existe hasta que la sombra se muestra."
Kira soltó el libro, su corazón golpeando con fuerza.
Entonces, una corriente de aire frío recorrió la habitación. La luz parpadeó.
Y por un instante, apenas un parpadeo, una figura oscura se delineó en la pared frente a ella.
Esta vez, no huyó. Solo susurró, con un temblor en los labios:
—¿Quién eres?
El silencio respondió… y luego, muy despacio, una voz que parecía provenir de todas partes y de ninguna:
"Aún no lo sabes… pero me has estado buscando toda tu vida."
Kira se quedó mirando el libro abierto como si las palabras pudieran moverse solas.
"El miedo solo existe hasta que la sombra se muestra."
La tinta negra parecía brillar bajo la luz tenue del escritorio, casi viva.
Sintió el impulso de tocar la frase con la yema de los dedos, pero se contuvo. ¿Y si realmente alguien había estado en su casa?
No. Era imposible. La puerta estaba cerrada con llave, las ventanas aseguradas. Nadie podía haber entrado.
Era cansancio. Solo eso.
Se levantó, caminando de un lado a otro con los brazos cruzados. Llevaba días durmiendo poco, trabajando demasiado, comiendo mal. Su mente estaba saturada, y cuando el cuerpo se cansa, la imaginación empieza a jugar.
—Estoy bien —murmuró en voz alta, como para convencerse—. Estoy cansada, eso es todo.