Mis encuentros con Antonio terminaron junto con el secundario. Nunca logró simpatizarme por completo, en clases era desagradable y luego conmigo se mostraba discreto e inseguro, ambas cosas me incomodaban. Me molestaba cómo después del sexo se quedaba mirando el techo con arrepentimiento en los ojos. Nunca lo verbalizó pero sabía que lamentaba lo que hacía conmigo, o mejor dicho, con otro hombre. Para él, cada encuentro era una confirmación de algo que no quería confirmar. Me daban ganas de cuestionarle qué temía pero mis palabras no habrían salido de mi boca con preocupación o compasión, habrían sonado a reclamo. Eso se debía a que me generaba un doble sentimiento, por un lado lástima, por su conflicto que no deseaba empeorar con preguntas, y por otro rechazo, porque no era difícil entender que se acostaba con un hombre porque le gustaba. Que actuara como si hiciera algo vergonzoso conmigo me irritaba.
Un día me hizo una pregunta sumamente extraña:
—¿Qué piensas de los gays?
Creí que quería hacer una broma pero estaba serio, en uno de esos momentos de arrepentimiento suyos que le agarraban cada tanto.
—Yo soy gay —aclaré sorprendido por si no se daba cuenta.
No respondió a eso. Entre nosotros había un mundo de distancia y no extrañé acostarme él.
***
Estudiar la carrera para ser docente no fue lo que esperaba, la mayoría de mis compañeros me superaban en edad y había un curioso interés por trabajar en instituciones públicas. Las conversaciones de índole político ocupaban los descansos y escuché más juicios, prejuicios y condenas en esos momentos que en toda mi vida. Un gran cambio de la distendida rutina escolar a la que estaba acostumbrado. En clase no estaba bien visto cuestionar métodos de enseñanza ni el material de estudio, tampoco mostrarse en desacuerdo con los programas educativos y nunca, jamás, podía decirse en voz alta que existían malos profesores. Lo más importante era entender que en el gremio debíamos protegernos entre todos.
No podía saber si tenía compañeros que se sentían tan decepcionados como yo porque los rumores corrían rápido y tener una mala opinión sobre el mundo docente no terminaba bien. Estar en desacuerdo con algo era estar dispuesto a discutir y mantener confrontaciones. Por eso me callaba todo, al principio por precaución, por ser nuevo, recién salido del colegio, luego por inseguridad.
En algún momento, al comienzo de la carrera, se dieron conversaciones sobre las cosas que nunca debían hacerse o decirse, cosas que podían dar como resultado despidos en los que el gremio no intervenía. En los descansos se citaban casos ocurridos aquí y allá, y fue angustioso escuchar la historia de un profesor despedido por ser gay, un hecho aceptado como lógico y natural por quienes eran mis compañeros. Esa fue mi introducción del futuro al que me dirigía y la causa de mi inseguridad.
Pero lejos de pensar en cambiar de carrera, sostuve mi decisión. Opté por tolerar los detalles amargos considerándolos como una mera etapa, una transición de la que debía aprender a reconocer los caminos y las palabras más seguras.
Cuando salía de los cursos y regresaba a casa mi humor cambiaba. Mi mamá no dejaba de mostrarse orgullosa, le brillaba la mirada cada vez que llegaba y ofrecía, de manera innecesaria, prepararme comida si tenía hambre o cualquier cosa que tuviera ganas de comer. Mi tío Aldo intentaba ser más discreto y de vez en cuando, como de casualidad, me preguntaba cómo me iba pero se le notaba que estaba pendiente y lleno de expectativas. Cuando estábamos solos se apuraba en ofrecerme dinero para que no anduviera con los bolsillos vacíos. La carrera era gratuita y no cursaba lejos pero le preocupaba que quisiera comer o beber algo y no tuviera con qué pagarlo, o que no saliera con mis compañeros porque no me alcanzaba.
Dinero no me faltaba para ninguna de esas cosas porque lo recibía de mi mamá aunque pronto dejó de agradarme esa situación. En mi segundo año contemplé la idea de buscarme un trabajo, si tenía suerte, además de dinero, me daría compañeros que hablaran de tonterías. Extrañaba las charlas relajadas y casuales sobre temas insignificantes.
Mi mamá armó escándalo por mi búsqueda laboral porque creía que ponía en peligro mi desempeño e insistió en que trabajara en nuestra tienda si tanto quería un empleo. Pero no quería ese empleo, si trabajaba en la tienda ella estaría allí cuidando que yo no hiciera nada y no recibiría un pago de su billetera para eso. Ella no lo entendía, mi tío sí aunque también hubiera preferido que me quedara en la tienda, y fue tener conversaciones poco productivas donde descubrí que a mi mamá le dolía mi aparente independencia. Pero a mí no se me ocurría alejarme de ella, siempre que fantaseaba con irme a vivir solo ni siquiera podía imaginarme en un vecindario diferente. En eso me pesaba la ausencia de mi papá, me sentía responsable de velar por su bienestar, por estar cerca y cuidar de ella.
***
Todo el drama retrasó mi búsqueda que comenzó en el mes octubre pero en noviembre conseguí una entrevista para un trabajo de medio tiempo en un Blockbuster.
Fui al local que se encontraba a media hora de mi casa, antes de su apertura. Allí me esperaba un encargado que me hizo pasar sin encender las luces.
—Si prendo las luces la gente cree que estamos abiertos —explicó con mal humor.
Dos paredes del local eran solo de vidrio y la luz de la mañana entraba iluminando todo. No había oficinas ni escritorio y la entrevista fue frente a frente sentados en sillas.
—Necesito gente que no falte —advirtió casi con amenaza.
La cara del encargado, que se presentó como Walter, era la cara de alguien que estaba harto de las ausencias y de las entrevistas, supuse que el personal no le duraba mucho.
—Soy responsable.
—Tampoco se puede faltar los fines de semana o feriados, si quieres andar de paseo en esos días este no es tu lugar. Tampoco tolero que salgan de noche para venir al otro día a trabajar viéndose impresentables.