La sombra sobre las flores

Capítulo 10

Al llegar al punto de encuentro, Ulises ya estaba allí esperándome. Siempre nos encontrábamos en el mismo sitio frente a la estación, junto a una máquina expendedora de gaseosas, de esa forma no corríamos el riesgo de desencontrarnos. Ni él ni yo podíamos darnos ese lujo, nuestros tiempos eran acotados, mi día libre debía coincidir con uno en el que no hubiera mucho trabajo en la inmobiliaria para que pudiera salir temprano. A veces, cuando yo lo llamaba, organizábamos para vernos dos o tres semanas después porque uno estaba ocupado en la fecha que proponía el otro. Para ese encuentro Ulises tenía cierta urgencia, no lo dijo ni lo demostró en su voz, pero aceptó verme de inmediato en mi tiempo libre, sin pensar si tenía algo que hacer, sin calcular horas, sin preocuparse por la excusa que usaría en la inmobiliaria. Imaginé que él suponía lo inevitable: que yo estaba al tanto de los avances de sus planes de casamiento. Al menos eso era lo único que se me ocurría porque su casamiento anunciaba el fin de nuestra relación. Así lo habíamos acordado alguna vez, así lo sentía y presentía en ese día. Ese final era triste y sabía que para Ulises era igual, no por nosotros, sino por la vida que elegía cargar.

Cuando lo vi desde el otro lado de la calle, sentí una gran opresión en el pecho anticipando lo que sería dicho en ese encuentro. Crucé intentando disimular mi repentino malestar y sonreí como si no sospechara nada, él me devolvió la sonrisa.

—Hoy nos tocó un lindo día —anunció con buen humor.

Miré a nuestro alrededor, aún era temprano y no había mucha gente transitando.

—¿Caminamos un poco?

La idea le robó otra sonrisa.

Nos dirigimos hacia una calle sin comercios, deshabitada, para pasear sin preocuparnos por las personas.

—¿Cómo fueron los exámenes?

—Muy bien. Fueron bastante fáciles —presumí.

Su risa, en lugar de alegrarme, me generó una sensación de nostalgia.

—Es que estás hecho para eso.

Cada vez estaba menos seguro de que fuera así pero no quise hablar de algo complicado cuando el tema de su casamiento estaba tan cerca de aparecer.

Ulises señaló una casa enorme, una construcción antigua que mantenía un aspecto lujoso.

—Esa la vendimos nosotros.

Miré pensando en la inmobiliaria, un sitio en el que pasaba la mayor parte de su tiempo, junto con su familia que manejaba ese negocio desde dos generaciones atrás. Su único momento para ser él mismo era en la soledad de su departamento y con el casamiento perdería eso poco que tenía. Tendría que fingir ser lo que no era, sentir lo que no sentía, todo el día, todos los días, toda su vida.

Caminamos varias manzanas más antes de ir a su casa. Allí una especie de seriedad cayó sobre nosotros.

—¿Quieres un café?

—Yo lo preparo —ofrecí.

Hacer café era insignificante pero deseaba hacer algo por él para demostrarle mi afecto y no tenía nada más que el café a mi alcance.

En la cocina Ulises se quedó a mi lado, alcanzándome los utensilios, el café, las tazas, mirando con atención todos mis movimientos. De nuevo tuve ese pensamiento donde podía vernos viviendo juntos, sin tener que preocuparnos por el mundo real. Pero su casamiento lo hacía imposible y descubrí que allí radicaba el alivio al que no le encontraba explicación.

Lo quería pero no estaba enamorado de él. Nuestra relación era un consuelo, nos hacía creer que teníamos algo, que teníamos a quien querer y quien nos quisiera, un lugar seguro pero que no daba felicidad, que se extendería indefinidamente si no se terminaba.

Serví el café pero lo bebimos allí en la cocina, parados, en silencio. Ulises se acomodó junto a mí apoyándose en la pequeña mesada, buscando el contacto físico. Pensaba en algo con pena y no me atreví a preguntarle qué era. En lugar de hablar, besé su mejilla dejando de lado el café para abrazarlo, él también abandonó su taza para rodearme con sus brazos. Soltó un suspiro tembloroso mientras apoyaba su cabeza en la mía.

Después de un rato tomé su mano para hacer que me siguiera a la habitación. Su sonrisa no lograba ocultar del todo su angustia pero él insistía en fingir que nada triste pasaba. Así era Ulises, controlado, medido y considerado. Nos acostamos en la cama y allí nos quedamos, siguiendo con el abrazo que comenzó en la cocina.

—Jero —llamó sin mirarme—. De seguro sabes lo que va a pasar pero es mejor decirlo. Lurdes y yo vamos a vivir juntos… me voy a mudar dentro de poco.

No pensé que sería así de pronto pero tampoco me sorprendió, la sensación de que ese día era el último no me había abandonado en ningún momento.

—La fecha de casamiento ya la tenemos pero nadie lo sabe, vamos a anunciarlo en el cumpleaños de ella.

Ulises se levantó un poco y se apoyó en uno de sus brazos para mirarme.

—Búscate un novio de verdad, no te enredes con personas como yo. No podemos hacer feliz a nadie.

Acaricié su rostro.

—¿Y tú? ¿Vas a ser feliz?

Besó mi frente con suavidad.

—Yo voy a estar bien. —Volvió a recostarse a mi lado—. El tiempo que compartimos fue algo muy lindo y lo mejor es quedarse con ese recuerdo. No pienses en mí con tristeza… no pienses en mí de ahora en adelante.

Sentí un gran dolor al oír esas palabras porque me liberaban de toda esa relación y Ulises las decía, como si las hubiera aprendido de memoria, con ese propósito.

No hablamos más después de eso, no había nada para decir, y nos acurrucamos en un último gran consuelo. No era justo que él sintiera que vivir con alguien a quien no amaba era su mejor opción, que ese fuera el único camino con futuro. Pero existíamos en un mundo donde ser quienes éramos de verdad no garantizaba felicidad y sí prometía sufrimiento. Yo mismo convivía con ese dilema. ¿Fingir? ¿No fingir? ¿Cuál camino era el menos malo? Valentín vino a mi mente y se quedó conmigo un buen rato.



#15401 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 22.03.2024

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