Muchas veces había imaginado cómo sería un beso con Valentín. Fantaseé con diferentes escenarios y posibilidades pero el hecho real no se acercaba a ninguno de ellos. No sucedió porque se lo pedí o insinué o provoqué tal momento de intimidad como llegué a creer que sería necesario para que ocurriera. Él decidió hacerlo por motivación propia, porque quería que pasara, y ese detalle me enloquecía. Regresé a mi casa exaltado, con el corazón lleno de energía y el beso quemando mis labios.
La vida que llevaba siendo gay en secreto no daba muchas oportunidades. Mi relación con Antonio sirvió para calmar cosas que me pasaban en esa época de mi vida, hormonales la mayoría, pero mi mente solo cosechó más dudas sobre el destino que me deparaba. Ulises tomó esas dudas y me hizo creer que mi única opción sería vivir oculto, mintiendo y fingiendo. Algo parecido a lo que hacía él al tener novia, que era igual a lo que hacía Antonio que siempre se ocupó de tener una chica al lado. Y, por mi parte, dejé que el miedo controlara mi vida, que me convenciera de que ser yo mismo era una ofensa, un problema para los demás. Todo parecía irreal y absurdo. No tenía sentido una vida de mentira, sufriendo por lo que fue y por lo que nunca será, rodeado de una oscuridad asfixiante. No tenía sentido si lo opuesto a eso era recibir un beso sincero, puro y libre de culpa.
En casa reinaba un silencio violento. Mi hermana mostraba una postura de protesta al mantenerse encerrada en su cuarto, negándose a las actividades propias de la hora, que en su caso eran ir y venir de la cocina mientras buscaba con qué entretenerse en la televisión. De esa manera manifestaba que seguía enojada. Mamá no tenía una actitud mejor, también estaba en su cuarto dejando que su ausencia hablara por ella. Con muchas cosas en mi cabeza, las imité y caminé directo a mi habitación para asegurarme de que nadie ni nada me distrajera de mi felicidad.
Seguía extasiado, incapaz de prestarle atención a la discordia familiar, lleno de una extraña y eufórica sensación. Era la atracción hacia la dirección que debía tomar, del camino que quería seguir; el sentir, por primera vez, que podía elegir mi destino. Me recosté y sostuve el dije de estrella en mi mano sin poder dejar de pensar en Valentín, sonriendo como un tonto. Yo le gustaba a pesar de mi cobardía, mi falta de carácter y mi torpe cursilería. Él no necesitaba que yo fuera una mentira.
***
Al día siguiente no me importó trabajar con Rafael, apenas reparé en él en toda la jornada. Mi cabeza estaba en otro mundo, en uno donde la gente como él no existía, un mundo de paz y armonía que se extendía de la puerta del videoclub hasta la esquina de la casa de Valentín. Pero mi buen humor pareció llamar su atención y antes del cambio de turno, durante la espera de nuestros compañeros, decidió hablarme, algo a la fuerza, como probando mi reacción hacia él.
—¿Ya sabes qué harás en tus vacaciones? —preguntó haciéndose el distraído.
Me tomó por sorpresa y me pareció una mala señal que quisiera entablar una conversación. Incluso si lo hacía con buena intención no podía ignorar su rechazo hacia Valentín y consentirlo indirectamente.
—No lo sé.
Se apoyó en el mostrador para contemplar la calle.
—Yo voy a visitar unos familiares en el campo, cerca hay un río. No es como ir a la playa pero es igual de fresco.
Miré apenado la hora, impaciente porque llegara alguien y la charla se viera truncada. Sentía que si le seguía la corriente solo haría que creyera que mi protesta por el Santa secreto era un hecho aislado.
—Pensé que estabas enojado conmigo —dije resignado.
Nada bueno saldría de tocar semejante tema pero no podía seguir haciéndome el tonto, ni quería hacer de cuenta que la discriminación que se le dedicaba a Valentín era ajena a mí. Volteó la cabeza para verme.
—Un poco pero ya pasó.
Su seriedad no acompañaba sus palabras, que resaltara el detalle de su enojo no le agradaba.
Simón llegó exaltado y se acercó al mostrador con prisa.
—¿Ya se enteraron? Pusieron un McDonald's cerca de la plaza.
Rafael lo miró con desconfianza.
—¿Un McDonald's?
—Sí, sí —repitió entusiasmado—. Abre en una semana.
No sonaba a cierto, era la primera vez que oíamos tal cosa, pero no importaba, la noticia llegó justo para interrumpir la incómoda situación que se estaba creando.
Valentín también hizo su aparición. Desde la puerta, por un instante, sus ojos se desviaron hacia mí antes de seguir su camino al cuartito para actuar indiferente frente a los demás. Bajé la cabeza para disimular cualquier gesto que pudiera traicionarme delante de mis compañeros que seguían hablando de McDonald's. Mi corazón latía con locura ante la cercanía y el recuerdo del beso, temía contemplarlo absorto o sonreírme sin motivo. Cuando Valentín pasó a mi lado seguí con atención sus pasos y me dediqué a observar sus zapatillas, su pantalón doblado y la piel que quedaba expuesta entre ellos. Intercambiando bromas e información del turno mañana, Rafael y Simón lo ignoraron para ir al cuartito y formalizar el cambio de turno.
Al salir del sector de las cajas Rafael se detuvo y cometí el error de mirarlo de reojo, él aprovechó ese pequeño contacto visual para ponerme a prueba.
—¿Vienes?
Su pregunta buscaba tenderme la mano, incluirme nuevamente al grupo, dejar los malos entendidos atrás, darme la oportunidad de volver a elegir del lado de quien quería estar. Simón observaba desconcertado.
Era el momento para decir algo, aclarar que estaba en contra de su actitud y que no participaría de un grupo que dejaba de lado a Valentín. Pero no me salió, titubeé y terminé diciendo algo menos impresionante.
—Voy a quedarme hasta que Valentín controle el dinero de la caja.
Inmediatamente sentí vergüenza de mi cobardía. Rafael supo leer entre líneas y con apuro retomó el rumbo hacia el cuartito junto a Simón.