La sombra sobre las flores

Capítulo 40

Agustina me miró desde la puerta de la cocina media dormida y media sorprendida.

—Estás en casa —señaló.

Asentí como si no tuviera nada de raro lo que intentaba resaltar con sus palabras.

Las vacaciones de Valentín se habían acabado y ya no podía escabullirme a su habitación con gran frecuencia. Así que volvía a dormir en casa con normalidad.

Mi hermana se paró a mi lado viendo cómo me preparaba un sándwich a modo de desayuno pero al terminarlo se lo ofrecí a ella que lo tomó con gusto. Sacó jugo del refrigerador mientras yo preparaba un nuevo sándwich para mí. Mamá se encontraba en la tienda y nosotros pudimos desayunar con calma, sin la tensión que se generaba bajo su mirada. Ninguno de los dos estábamos a salvo de sus muestras de resentimiento; hacia Agustina por no trabajar en la tienda y hacia mí por dormir en casa ajena. Ambos nos sentíamos mejor sin su compañía.

—Lurdes ya tiene fecha de casamiento —anunció de golpe.

En realidad, para mí fue de golpe. Ella lo contaba ilusionada, mirándome con alegría, porque significaba fiesta y ropa nueva.

—Ah, ¿si?

Fingí desinterés para ocultar el malestar que me producía el avance de esa relación.

—Cuando empiece la primavera. Es una idea muy romántica.

Eso era un poco más de medio año. Comí sin agregar nada mientras mi hermana especulaba cosas sin importancias sobre la iglesia, el vestido de novia, el pastel y el salón donde se haría la fiesta.

—Ojalá use velo y guantes largos —suspiró acariciando su brazo desde la muñeca hasta el codo—. Guantes de raso.

Ulises se casaría. Seguía pareciendo extraño y absurdo pero aterrador a la vez si lo pensaba seriamente. Escuchando a Agustina hablar de la iglesia y el vestido de novia, junto con toda la escena de película que armaba en su cabeza de nuestra prima caminando al altar, no pude evitar imaginarlo llorando. Sonreiría para todos, eso siempre le salía bien, pero por dentro lloraría con su alma rompiéndose en pedazos.

—Todavía falta mucho —interrumpí de pronto—. Primero está tu cumpleaños.

El giro de la conversación fue repentino pero efectivo, Agustina puso toda su atención en mí.

—Tienes que pensar en cómo vas a celebrarlo —la animé para que dejara atrás el tema del casamiento.

Tomó un poco de jugo confundida.

—¿Pensar en qué? Siempre es la misma reunión aburrida aquí o en la casa de los abuelos.

Es posible que mis noches fuera de casa me estuvieran haciendo más atrevido o que la infelicidad que representaba ese casamiento me empujara espantado de los arrepentimientos, pero, cualquiera fuera la razón, en ese momento no me importó romper un poco más las costumbres de nuestra familia.

—¿No quieres ir a una discoteca con tus amigas?

—Mamá no quiere —advirtió con sospecha.

—Que se enoje un poco más no nos va a cambiar nada. —Se puso de pie de un salto—. Pero no digas nada hasta entonces —pedí ante su inminente exaltación a causa de mi complicidad.

—No, no digo nada. Nada de nada —prometió conteniendo la emoción.

Agustina me dejó solo en la cocina para hacer "llamadas importantes". Comí lo que quedaba de sándwich con una sensación de alivio y conformidad, por ella y por mí. Porque ella sería feliz gracias a mi osadía y yo me sentiría un poco más valiente. Ignorando, todo lo posible, la punzada que la noticia del casamiento producía en mí.

En mi cuarto revisé la bufanda ya terminada. Examiné con desconfianza cada punto. La levantaba y estudiaba su simetría, buscando el error, teniendo la impresión de que no estaba del todo recta. Pero lo acepté como un buen comienzo. Aunque para ser una bufanda era bastante aburrida. Le faltaba flecos en los extremos pero la revista no decía cómo hacerlos, también era muy plana y no se veía abrigada. La lana había sido demasiado delgada. Eso no me desanimó, era la forma de entender cómo mejorarlo. Tomé la revista y miré todos los proyectos que proponía, decidiendo probar con cuadrados que combinaban dos colores.

Así me pasaba mi tiempo libre, practicando y revisando la revista, imaginando qué cosas podría tejer a medida que ganara experiencia y habilidad. Cosas que siempre estaban relacionadas a Valentín. Quería poder crear piezas que fueran de su agrado, que recibiera con una sonrisa y que usara aunque sea por un rato. Soñaba despierto con nosotros, con vivir miles de momentos hermosos, cada vez más seguro de que mi lugar era a su lado.

***

Al ingresar al videoclub mis ojos buscaron automáticamente a Valentín. Miré hacia el mostrador donde Rafael hacía de cuenta que no había notado mi presencia, allí también estaba Nadia, ella sí volteó para verme y recibirme con un gesto. Estaban apartados mientras que Valentín se encontraba junto a la caja controlando el dinero. En el local solo dos clientes daban vueltas entre los estantes. Decidido, me acerqué al mueble, justo frente a la caja ocupada.

—Hola —saludé animado, demostrando entusiasmo por la jornada que nos esperaba juntos—. Ojalá nos toque un día tranquilo.

Me miró de reojo, preocupado por mi intención de saludarlo con tanta confianza frente a nuestros compañeros. No respondió y sonreí, como si tuviera muy claro lo que estaba haciendo.

—Hola —continué dirigiéndome a los otros dos.

—Hola.

Nadia no tuvo problemas para devolver el saludo, Rafael, por su parte, solo me miró dejando en claro que no saludaría, desafiándome a que hiciera un reclamo respecto a su actitud. Luego, sin disimulo alguno, a propósito, actuando como un niños de escuela, le susurró algo a nuestra compañera. Otra provocación.

—Está bien si no quieres hablarme o no te agrado, yo solo quiero trabajar y nada más —hablé mirándolo, aunque el volumen de mi voz no fue tan alto como me hubiera gustado.

Rafael me dedicó un extraño ruido como de hartazgo.

—Mejor me voy a mi casa —murmuró con desdén.



#18818 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 11.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.