El cabello de Valentín se secó y en la radio sonaba Sleeping Satellite de Tasmin Archer. Su mano había atrapado la mía y ambas descansaban juntas al lado de su cabeza.
—Me gusta esa canción —murmuró con los ojos cerrados—. Me dan ganas de aprender inglés.
El Inglés se me había dado bien en la escuela pero no era suficiente como para hablarlo o entender una canción. Se me ocurrió que podíamos estudiarlo juntos, los institutos de idiomas estaban de moda. Nos vi divirtiéndonos con ese aprendizaje y viajando a Londres. Sería una buena propuesta cuando todo se calmara.
—¿Quieres que te prepare un té o un café? —ofrecí deseando poder mimarlo.
—No quiero nada —respondió tranquilo.
—¿Pudiste comer algo? ¿Almorzar?
—No me dio hambre.
—Pero no puedes estar sin comer. Te preparo algo.
—No hace falta.
—Sí hace falta. —Me incliné sobre él—. Dame el gusto —pedí.
Un ruego mío, en otro momento, habría recibido algún sarcasmo en respuesta pero ese día solo asintió. Sin quejas ni gestos, accedió y se levantó de la cama.
—No vas a encontrar las cosas solo.
Lo seguí hasta la cocina. Valentín se detuvo frente a la mesada y del mueble sacó tazas dispuesto a seguir sin comer.
—¿Y si te preparo comida?
Me miró con desgano.
—No tienes que preocuparte tanto.
—Soy tu novio, siempre voy a preocuparme.
La palabra novio generó algo en él y cambió la cara.
—Está bien.
Se sentó en una banqueta a un costado indicándome dónde estaba cada cosa, cuando ya no hizo falta, se recostó en su brazo sobre la mesada.
—Eres terco —me dijo cerrando los ojos.
—Quiero cuidarte.
Como Valentín aseguraba no tener hambre, preparé una ensalada solo con lechuga y tomate, y cociné un pequeño trozo de carne. De a momentos miraba de reojo la casa y me contenía para no hacer preguntas. El lugar me daba una sensación extraña. Como a vacía o sin vida, era un mundo diferente al cuarto de Valentín. No había divisiones entre la cocina y la sala que también hacía de comedor. Todo era amplio pero la ubicación de los muebles parecía errónea, fuera de lugar. La mesa, en lugar de estar centrada, estaba contra una pared. Lo mismo sucedía con el sillón. El teléfono estaba sobre una mesita auxiliar, solo, por obligación. Luego nada más. La austeridad de los espacios y la distribución de los pocos muebles me angustiaban.
—No quiero enredarte en mis problemas por eso me cuesta tanto contarte. Yo sé que ya es bastante difícil ser mi novio, no quiero arruinarlo con complicaciones.
Valentín movía un pie y seguía ese movimiento con atención, incomodado por sus propias palabras. Parecía un chico castigado en un rincón. Me sentí mal, no quería que se excusara ni diera explicaciones, no había hecho nada malo.
—No es difícil y no vas a arruinar nada. Prometimos que vamos a casarnos un día de verano con eclipse, no hay nada que pueda pasar que me quite esa ilusión y ya lo dijiste, soy terco.
Sonrió, una media sonrisa, inclinando su cabeza, y me miró.
—Siempre haces que quiera dejar de estar triste.
Nos sentamos juntos en la mesa y él se forzó a comer para contentarme.
También me ofrecí a lavar los platos y todo lo que usé para cocinar queriendo demostrarle la intensidad de mi cariño con cada detalle que se me presentaba. Se quedó a mi lado secando y cuando no tenía nada que secar, esperando el próximo utensilio, peinaba mi cabello con sus dedos como si necesitara acomodarlo.
Era temprano pero nos encerramos en su cuarto, que parecía ser el lugar más cómodo para ambos. El cansancio seguía pesando sobre él. Cansancio y una pena que se guardaba sin querer compartirla. Se recostó en la cama y yo me senté en el piso a su lado, apoyándome en las mantas. La radio sonaba y Valentín me pidió que leyera el horóscopo de la última revista que había comprado. Fui a buscarla y apagué la radio para poner en su lugar un casete con canciones grabadas, los locutores y las publicidades sonaban irritantes ese día. De nuevo a su lado, leí su signo en voz alta.
—Llegarán cambios y sorpresas. Cuida tu salud y busca aire libre pero no caigas en el ocio. Sigue los consejos de tus amigas, ellas desean lo mejor para ti. Dile lo que sientes a la persona que te gusta antes de que termine el verano y todo saldrá bien.
Se tocó el pelo.
—Tengo que cortarme el cabello, eso es como un cambio, por el resto...
—Yo puedo pensar en la sorpresa.
Eso lo hizo reír.
Leí mi signo, también lleno de detalles extraños o absurdos, y luego seguí con todos los demás. Como mi lectura lo ponía de buen humor, seguí con una nota sobre el grupo Spice Girls, algunas trivias y un test sobre la timidez que nos dio mal a ambos.
Valentín empezó a dormitar mientras leía sobre la luna y su influencia en la vida diaria. Dejé la revista para recostarme a su lado y él me abrazó, acomodándose sobre mí, antes de dormirse.
***
Por la mañana el despertador sonó, como siempre, a las seis y treinta, haciéndonos saltar. Valentín lo apagó y quedó desorientado por un momento, se sentó con intenciones de levantarse como era habitual pero se volvió a acostar.
—Hoy no tienes que salir corriendo por la ventana —murmuró.
Me sorprendí y tardé en entender de qué hablaba, el sueño apenas me dejaba recordar los acontecimientos del día anterior.
Dormimos otro rato, alrededor de una hora más, y al levantarnos desayunamos en su cuarto. A los dos nos simpatizaba más esa idea, su cuarto se había convertido en nuestro pequeño hogar, el espacio no parecía ser una necesidad entre nosotros.
Antes de salir, Valentín guardó la ropa del videoclub en su mochila.
—No quiero volver a faltar —explicó con amargura.
Recordé la historia de cómo Walter le ofreció trabajo, llamándolo marginado, y él aceptando a pesar de la ofensa.