La sombra sobre las flores

Capítulo 49

El despertador ya no sonaba a las seis y treinta pero Valentín estaba acostumbrado a levantarse temprano. Esa mañana me despertó con suaves caricias mientras susurraba mi nombre. Cuando abrí los ojos, él estaba sentado en el piso apoyando sus brazos en la cama, despabilado, brillando como la luz del sol. Oculté mi rostro en la almohada pensando que debía verme horrible.

—No te duermas, ya traje el desayuno.

Espié primero. Valentín se alejó de la cama, en el suelo estaba la bandeja con café y tostadas. Del frasco de azúcar que ocultaba bajo su cama, sacó un par de cucharadas para su taza.

—No voy a esperarte.

Me arrastré fuera de la cama frotándome la cara con las manos.

—Buenos días —me dijo cuando me senté frente a él.

—Buenos días.

Se sonrió y sacó otro frasco pequeño de su caja secreta, uno con miel. Tomé un poco de café para despertarme y aclarar la voz.

—Voy a aprender a levantarme temprano, así cuando vivamos juntos podemos preparar el desayuno los dos.

Colocó miel en una tostada mirándome de reojo.

—Envidio tu capacidad de decir todo lo que pasa por tu cabeza.

Me ofreció la tostada.

—No soy así con todos. Contigo es diferente... —pensé un momento, reuniendo las ideas en mi cerebro dormido— y me gusta, me pone contento —expresé con torpeza un pensamiento incompleto pero con alegría, tomando la tostada.

—Te recuperas rápido —señaló.

Me sorprendí con su comentario y tuve que reflexionar sobre sus palabras. Era difícil saber si me recuperaba rápido o a su lado olvidaba todo lo malo. Miré mi taza atontado. El recuerdo del día anterior apareció como un sabor amargo pero intenté dejarlo atrás, ahogarlo con el café, y hacer de cuenta que no era tan triste ni tan importante.

—Eso es gracias a ti —levanté la mirada—, contigo puedo ser un poco más fuerte y recuperarme.

Ladeó la cabeza, con una media sonrisa, halagado, aunque no lo admitiría, en lugar de apenarse como hacía antes. Era hermoso.

***

Salimos juntos hacia el hospital. Ese día no habría novedades por ser domingo pero Valentín no dejaba pasar un día sin visitar a su padre. Cuando estuvimos en la vereda de su casa se puso serio.

—Va a ser una visita rápida, así que no te preocupes, no vamos a estar mucho tiempo allí.

—Me gusta acompañarte. —No se mostró convencido pero tampoco discutió—. Me hace sentir parte de tu vida —aseguré con ánimo.

Caminamos hacia la parada de autobús bajo un sol radiante. El verano perdía potencia y el calor era más agradable, el viento fresco anunciaba que en poco tiempo llegaría el otoño.

—Ojalá pueda terminar la manta antes de que llegue el frío —comenté—, también quiero hacerte una bufanda.

—Esa bufanda que estaba en la bolsa, ¿de quién es?

—De nadie, es práctica.

—Quiero esa.

—Está horrible y es amarilla.

—Me gusta el amarillo.

—Puedo hacer una mejor… creo.

—No. Quiero esa bufanda amarilla —replicó con firmeza.

Sonreí sin disimulo.

—Eres muy tierno.

—No soy tierno, soy práctico.

Al llegar a la parada dejamos atrás nuestro juego, la gente a nuestro alrededor nos podría escuchar hablar, y en el autobús, lleno de personas, guardamos un silencio severo mientras evitábamos cruzar miradas. Valentín, sentado junto a la ventanilla, observaba el exterior; yo observaba sus zapatillas deseando tocar su pie con el mío.

El hospital estaba tranquilo y silencioso, faltaba el ajetreo de los días de semana. Los asientos estaban vacíos y la cafetería cerrada, el único personal que cruzamos fue el de limpieza hasta que llegamos a la recepción del área de internación. Valentín me hizo una seña para que lo espere y pasó de largo la ventanilla hasta llegar a la puerta donde estaba su padre.

La soledad del pasillo me hizo avanzar hasta esa puerta y me paré junto a ella, recogiendo con el oído lo que sucedía dentro. Era lo de siempre: el hijo preguntando en voz baja cómo estaba, qué necesitaba, mientras que el padre rechazaba cualquier atención en voz alta. Me dolió ese trato indiferente y sentí la necesidad de mirar, de entender esa frialdad. Aunque no lo aceptara, nadie más parecía visitarlo en ese hospital y, aún así, eso no bastaba para reconocer a su hijo.

En la habitación una cama estaba desocupada, en la segunda seguía el mismo paciente con un familiar que miraba con incomodidad lo que sucedía junto a ellos. No era para menos, el padre de Valentín hacía gestos que buscaban demostrar lo inoportuna e innecesaria que era la presencia de su visita. Lo observé un instante extrañado. Me dio la sensación de que estaba más delgado, más demacrado y que sus movimientos eran menos precisos. Hacía todo lo posible para evitar a su hijo, sus ojos paseaban por la habitación en un intento por darle más importancia a un objeto al azar que a la voz que le preguntaba si comía todo lo que le daban sin inconvenientes. De pronto me vio y detuvo su acto.

—¿Qué hace aquí? —preguntó escandalizado pero bajando la voz.

Valentín volteó a verme para corroborar la razón del cuestionamiento.

—Me acompaña —explicó sin darle importancia a la reacción.

—No seas tonto —replicó el padre—, algo debe querer.

—No quiere nada —habló con tono condescendiente, arrastrando las palabras.

—No le des dinero —indicó el padre—. Seguro quiere dinero.

—Está bien —concedió para terminar con la discusión.

—No creas nada de lo que dice —continuó—. Los estafadores solo dicen lo que quieres oír.

Valentín, medio harto, no siguió con la conversación.

La acusación me dejó perplejo, no me la esperaba, pero, a pesar de no saber a qué venía esa idea de que engañaba a Valentín, entré a la habitación impulsado por la necesidad de rectificar, como yo interpreté, la ofensa hacia nuestra relación. Pero el carácter me falló y dudé.



#18818 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 11.11.2024

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