Llamé a Valentín a su casa antes de entrar a trabajar pero no pude contactarlo, imaginé que aún se encontraba en el hospital. Era posible que ese día su padre recibiera el alta pero no sabía mucho más al respecto. Tampoco sabía qué sentir sobre ese asunto. A veces, cuando intentaba entender la situación, pensaba que si mi mamá enfermara, a pesar del rechazo que me mostraba, yo estaría a su lado cuidándola.
Nuestros padres podrían no querernos pero nosotros no podíamos dejar de quererlos a ellos.
Incluso con mi enojo y decepción, no podía dejar de quererla. Ni podía dejar de desear que ella me quisiera.
No podía menos que imaginar a Valentín sintiendo algo parecido.
***
En el videoclub me encontré con una extraña sorpresa. Luego de que Nadia y Rafael se retiraran en un sospechoso silencio, Simón, molesto por algún motivo, me habló de mala gana.
—Cambiaron los turnos y días de descanso.
Apenas terminó de decir eso, salió del sector de cajas para acomodar películas en los estantes, acción que me pareció innecesaria, hecha para huir de mi compañía. Miré el calendario pegado en una de las puertas del mueble, escondido de la vista del público, y, tal como él había dicho, hubo cambios. Se modificaron turnos y descansos con un fin que resaltaba con facilidad: Valentín y yo compartiríamos todos nuestros turnos, siendo solo necesario trabajar con otro compañero cuando uno de los dos tuviera descanso. O, en el idioma que se hablaba en el local, nuestros compañeros se verían obligados a trabajar con nosotros solo cuando uno de los dos tuviera descanso.
Me apoyé contra la pared y seguí contemplando el calendario. Era bueno poder estar junto a Valentín más tiempo pero que nuestros compañeros decidieran dar ese paso me preocupaba mucho. ¿Cuál sería la diferencia entre los locos del día anterior y ellos?
Entraron clientes y Simón dio vueltas indeciso dentro del local hasta que optó por volver al sector de cajas. Yo estaba cabizbajo, pensativo, pero no me distraje y atendí a quienes se acercaban con películas en la mano. Comencé a temer que si me descuidaba y hacía las cosas mal, ellos podrían ponerse de acuerdo y quejarse con Walter de mí. Después de un rato, en una de mis tantas contemplaciones al calendario donde creaba miles de escenarios paranoicos, Simón rompió el silencio.
—¿Nunca te quejas?
Me miró esperando, presionando, por una respuesta. Había un tono de reclamo en su voz y una sombra de culpa en sus ojos.
—La verdad es que no me gusta llamar la atención —hablé con recelo— y la queja siempre llama la atención.
Observó el calendario.
—Pero tu amistad con Valentín llama mucho la atención. Es decir, él llama la atención de cualquier persona.
Me alarmé ante la mención del nombre de Valentín. También sentí algo violento en su comentario, una especie de ataque y reproche.
—Valentín no hace nada malo —me apuré en defenderlo.
Me pareció que quería replicar pero no encontraba cómo. Tal vez le molestaba que mi amistad con él estuviera alterando la rutina dentro del trabajo, tal vez la sola amistad era lo que le molestaba, o nuestra sola existencia.
—Valentín es amable —empecé a decir lleno de energía—, considerado y cuidadoso con lo que dice. Si lo conocieran, se darían cuenta, pero prefieren darle la espalda. La gente lo trata mal y no es justo.
Se cruzó los brazos, ofendido.
—Hablas como si fueran más que amigos —recriminó.
—Es mi novio —declaré con seguridad, animado por el recuerdo de Valentín usando esas mismas palabras con su padre.
Simón estaba esperando esa respuesta, o, más bien, la estaba buscando. Miró hacia otro lado, inquieto y molesto. Yo no pude detener eso que venía guardando desde hace tiempo.
—Cuando alguien le falta el respeto, él se defiende y a ustedes les parece que no es correcto, que debería dejarse insultar. ¿Acaso tú te callarías si te tratan mal?
No respondió, ni siquiera me miró. Hizo de cuenta que no escuchó nada.
—¿Querías que me quejara para ignorarme?
Eso lo hizo reaccionar, frunció el ceño, pero solo eso, no dijo nada. En realidad me di cuenta que no sabía qué decir.
Quedamos en silencio y atendí clientes mientras él miraba.
Era cierto que lo mío no era quejarme, aunque desahogué algo que llevaba tiempo queriendo decirle no me sentí bien con el ambiente que creaba ese tipo de intercambios. Me ponía tenso porque no quería una discusión.
Cuando no hubo personas cerca del mostrador, mirando el suelo, dejé salir un deseo que sonó medio tonto en voz alta.
—No quiero que nos tratemos mal.
Luego de eso, se tomó su descanso saliendo del videoclub, lejos de mí.
***
Cuando comenzó a oscurecer empecé a vigilar la vereda. Simón, quien no volvió a dirigirme la palabra, veía algo raro en mi actitud porque cada tanto, sin poder aguantarse, también miraba hacia la vereda con curiosidad.
Ellos regresarían. Me aterraba pero quería que regresaran cuando no estuviera Valentín presente. Él no debía volver a vivir eso.
A medida que se acercaba la hora del cierre, más nervioso me ponía. Y antes de las diez de la noche, resolví que debía enfrentarlos si aparecían. Detener su juego. Nunca tuve una pelea en mi vida, jamás necesité usar mis puños, motivo por el cual no sabía usarlos. Solo se me ocurría que podía empujarlos y gritar alguna amenaza que debería idear antemano. Si todo acababa en pelea, dependería de mi suerte. No importaba. Si los enfrentaba y dejaban en paz a Valentín, esa era toda la suerte que necesitaba.
Salí del videoclub con una actitud precavida y el pulso acelerado. Avancé atento, con cuidado, registrando las formas en la calle, buscando en cada rincón, en cada sombra, las caras de los acosadores. Así es como lo vi a la distancia. A Valentín. En el rincón que se formaba con la persiana baja del quiosco de siempre, al resguardo de los transeúntes, aunque no había ninguno. Hice un rápido repaso de los alrededores pero no vi a nadie, así que apuré el paso hasta él.