La sombra sobre las flores

Capítulo 61

Nos sentamos en un sillón frente al televisor apagado. Valentín revisó con curiosidad mi yeso y acarició mis dedos con cuidado.

—Necesito mi mochila —anunció de repente.

Había quedado colgada en una de las sillas y fue a buscarla sin dar más explicaciones. Al regresar, se sentó de nuevo a mi lado, revolvió las pocas cosas que traía en ella y sacó una lapicera. Me miró un instante para asegurarse de que no estaba en contra de su idea antes de inclinarse sobre el yeso. Allí dibujó un pequeño corazón entre la inicial de su nombre y la mía. Luego volvió a mirarme para observar mi reacción.

Sonreí emocionado.

—Eso fue muy cursi —señalé con cariño.

Siguió mirándome sin responder, con su rostro muy cerca del mío, y recordé el mal estado de mi cara. De inmediato bajé la cabeza apenado. Valentín se acercó un poco más y sus labios tocaron suavemente mi mejilla.

—Aprendo de ti —murmuró.

Nos quedamos allí sentados, tomados de la mano. Hablamos un poco sobre el videoclub. De Walter molesto por tener que ir a trabajar, de Simón que no dejaba de lamentar la culpa que se adjudicaba, de Nadia preocupada por lo sucedido y de Rafael que, intentando fingir que no le importaba, preguntaba por mí.

Valentín hizo una reflexión sobre nuestros compañeros.

—Ellos querían ser tus amigos pero el prejuicio pudo más.

El prejuicio siempre podía más, las sombras en mi ojo y mi yeso eran la prueba. Pero no quería hablar de eso.

—Nunca podría haber sido amigo de ellos —respondí aunque no sabía si eso era cierto.

Quedó pensativo un momento y sentí que se preocupaba por algo que no valía la pena.

—No habría sido una amistad real —insistí.

Luego el silencio cayó sobre nosotros. Medios acurrucados, nos dedicamos a reconfortarnos sin palabras. La charla hizo que recordara el enfrentamiento con mi mamá. Ella había usado el término degenerado y me costaba procesarlo, entenderlo. También, me asustaba la posibilidad de volver a discutir y escuchar más insultos.

La mano de Valentín que rodeaba la mía se aflojó y, al mirar su rostro, lo vi durmiendo. Seguí observándolo, imaginando los percances detrás de su cansancio. Una noche de sueño accidentado por los problemas, las angustias y la decisión de cambiar de trabajo, despertarse temprano, ir y venir para cumplir con todos y la tensión presionando constantemente. Me mantuve inmóvil para no despertarlo, pensando un millón de cosas a la vez. Mi yeso, mis heridas y mi ojo dejaron de tener importancia.

***

Aldo nos llevó cerca del videoclub para que Valentín pudiera ir a trabajar. Accedió al pedido de estacionar a la vuelta para no correr el riesgo de que algún compañero me viera. Durante el viaje estuvo callado escuchando cómo Valentín y yo no nos poníamos de acuerdo sobre cuándo volver a vernos. Una gran diferencia frente al viaje anterior cuando fuimos a su casa en silencio, cohibidos y desconfiados.

—No puedes viajar así en el autobús —me advertía Valentín.

—Hay gente que viaja así, lo he visto cientos de veces.

Suspiró ante mi réplica.

—Debe haber alguna plaza cerca de tu casa —sugirió en un intento por mantenerme alejado del autobús.

—Estás muy ocupado, yo soy el que tiene que acompañarte.

—Tú estás lastimado, necesitas descanso y cuidado.

Fruncí el ceño.

—Estoy bien —respondí afectado por sus palabras.

Valentín se percató de mi malestar.

—No fue un reproche.

No quería que él usara tiempo y energía que no tenía en hacer malabares para vernos.

—Dijiste que si me hacía sentir mejor, no ibas a oponerte.

Miró hacia delante, hacia la calle.

—Es verdad —reconoció de mala gana—. Pero tienes que prometer que no vas a tratar de subirte a un autobús si estás dolorido.

Sonreí.

—Lo prometo.

Antes de bajarse de la camioneta miró a Aldo.

—Gracias por todo —dijo con exagerada formalidad.

Aldo asintió sin agregar nada, todavía impresionado y confundido con la presencia de Valentín.

Una vez abajo, se acercó a la ventanilla donde yo estaba.

—Descansa y no pienses en nada innecesario —ordenó, porque esa era una de sus formas de mostrar preocupación.

Me incliné un poco para hablar en voz baja.

—Voy a descansar y a pensar en ti.

No respondió pero las palabras no fueron necesarias, su mirada estaba llena de emociones que hacían latir con fuerza mi corazón. Gesticulé con los labios un "te quiero" y él me regaló una pequeña sonrisa.

Cuando se marchó y giró en la esquina, me recosté sobre el asiento cerrando los ojos porque la luz del día me molestaba y mi cuerpo dolorido estaba agotado. Aldo no arrancó de inmediato.

—¿Te sientes mal?

—No, solo tengo ganas de dormir.

En realidad quería recostarme, no necesariamente dormir, pero prefería no decir nada que sonara alarmante. Estaba mucho menos dolorido que el día que desperté en el hospital pero el dolor que sentía hacía que todo requiriera mayor esfuerzo. Y mi ojo, sus sombras, me fastidiaban.

La camioneta arrancó y, a mitad de camino, Aldo volvió a hablar.

—Cuando te quiten el yeso, voy a enseñarte a manejar —anunció.

Me sorprendí ante la idea y ante el hecho de que no me lo estaba preguntando.

—¿Manejar?

—Sí. —Dudó un momento antes de explicar el motivo de su idea—. Así no tienes que andar caminando en la calle de noche.

Volví a cerrar los ojos. Si hiciera eso, si aprendiera a manejar y ahorrara para comprar un auto, Valentín tampoco tendría que caminar en la calle de noche. Esa era mi oportunidad de empezar a hacer bien las cosas, el comienzo del camino para darle la vida que le había prometido.

—Gracias. —Tomé aire—. Sigo sorprendido por todo lo que ocurrió y… porque no creí que recibiría algún apoyo.

Aldo no respondió y miré de reojo. Su rostro hablaba por él porque siempre fue de pocas palabras. Seguía serio. Tal vez porque no creí en él o tal vez porque él mismo no tenía muy claro qué hacer.



#21956 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 02.05.2025

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