La sombra sobre las flores

Capítulo 62

Observé el cuarto que fue de mi padre despojado de toda emoción. Había una cómoda que nada tenía en sus cajones, también un armario con mantas dobladas dentro, algunos juegos de mesa viejos y mi bolso. Junto a la cama tenía una mesa de luz con una lámpara antigua y en su cajón se guardaba todo tipo de documentación que perteneció a mi papá, como diplomas, certificados, fotos carnet, cosas que conocía de memoria por todas las veces que lo revisé a lo largo de los años. En una de las paredes colgaban repisas con una colección de botellas de vidrio vacías de coca cola de diferentes formas, tres figuras articuladas de G.I. Joe y una nave de Star Trek. Por último, debajo de la cama descansaba una caja con viejas revistas deportivas con las que nunca me pude relacionar. Un cuarto pequeño inundado por el aroma a madera de los pocos muebles. Abrí la ventana para limpiar el aire y de inmediato pensé en que debía conseguir cortinas más oscuras para hacer tenue el lugar.

La idea de que mi padre creció allí era solo eso, una idea. Por más que quisiera, por más que lo hubiera intentado en otras ocasiones, no encontraba ninguna conexión.

Me recosté agotado y un poco inquieto por haber abandonado mi casa. Porque era mi casa pero no la sentía como tal. Mi existencia allí era incómoda y casi irreal. Miraba mi vida y parecía pertenecerle a otra persona. Quise ser un hijo perfecto, que no daba pasos en falso, pero ya no entendía para qué. Lleno de palabras y sonrisas artificiales. Incluso mi propio cuarto tenía algo genérico que no me gustaba, que no representaba todas las cosas que sentía.

Agustina era lo único que me dolía.

***

Después de un par de días algunos hematomas pasaron a un color verdoso, otros hematomas tardaban más. Todos los días, cada vez que iba al baño, me estudiaba en el espejo. Observaba mis heridas, sus colores y su extensión. También dedicaba mucho tiempo a mi ojo, buscando un cambio, una mejora. A pesar de que en un control médico en el hospital me confirmaron que no sucedería. A veces, me tapaba mi ojo derecho y trataba de encontrar diferencias en las sombras con respecto al día anterior. Lo hacía por la mañana, con la esperanza de que mi ojo descansado pudiera mostrarme algo diferente, algún color o alguna forma real. Después de un rato empezaba a ponerme ansioso y desistía. En el fondo quería creer que no era el momento, que mi ojo necesitaba más tiempo. Pero sabía que cada prueba que hacía era una confirmación de lo irrecuperable.

No le contaba a nadie sobre este ritual ni hablaba de mi ojo. Hacía todo lo posible para actuar con normalidad, sin demostrar las dificultades que mi ojo izquierdo me imponía. De esa forma nadie tendría motivo para mencionarlo.

Por eso también me encapriché en querer salir solo a la calle. Decidí probar con ir a una tienda que quedaba a unas manzanas. Aldo quiso acompañarme pero yo necesitaba probar. Y me fue horrible. Me sentí torpe, la luz me molestaba y tardé muchísimo. Pero fingí tranquilidad y seguridad a mi regreso.

Pensaba en Valentín para sacar la fuerza y la voluntad que requería actuar como si mi estado físico no me afectara. Tenía decidido no generar preocupaciones. Recordaba esa frase que el médico me dedicó en el hospital: vas a acostumbrarte; que seguía amargándome pero era mi mejor opción si quería disimular frente a los demás.

***

Me sentí mal la primera vez que subí al autobús. La gente me miraba y me ponía nervioso. Temía que alguien quisiera hablarme para preguntarme qué me ocurrió o me ofrecieran ayuda haciendo más evidente mi condición. Todo el trayecto lo hice mirando el suelo.

Aldo no estaba de acuerdo con que saliera solo pero cedió ante mi insistencia. Así fue como terminé a la vuelta del videoclub, al resguardo de un árbol, para esperar a Valentín. No se me ocurrió otro lugar. De a ratos cerraba los ojos para descansar de tanta luz pero a las cuatro en punto dejé de hacerlo. Cuando llegó, supe que se aguantaba las ganas por decirme que no debía estar allí, de retarme. Me miró poco convencido.

—Nada te detiene —bromeó.

—Creí que te pondrías feliz al verme.

Se acercó más a mí.

—Estoy feliz pero también preocupado.

—Estoy bien. No tuve ninguna dificultad para llegar aquí.

Suspiró cerrando los ojos un instante. Sé que pensaba en algo, algo que necesitaba decidir. Luego abrió de nuevo los ojos. Más tranquilo.

—Perdón por ser duro. No voy a regañarte, lo prometo. Voy a ser amable.

Reí al escucharlo.

—Eso es muy tierno.

—No soy tierno —protestó apartándose—, soy justo, que es distinto.

Caminamos hasta la parada del autobús. Valentín me evaluaba sin hacer comentarios. Observaba cómo me movía, cómo caminaba, también estaba atento a mi entorno como si fuera a tropezar de forma inesperada. Al subir al transporte siguió pendiente para confirmar si no le mentía al decir que podía viajar sin problemas. Afortunadamente, no tuve ningún inconveniente.

El viaje, por rigor, fue silencioso. Pero al bajar Valentín me miró más animado.

—Creí que sería más complicado para ti.

Hice un ademán hacia mi yeso.

—Es como tener la mano ocupada con una bolsa, nada más —exageré para darle más tranquilidad.

Me dedicó una sonrisa que decía que no me creía pero que perdonaba mi intento por engañarlo.

Caminamos hasta el hospital donde vería a su papá. Allí me llevé una sorpresa al descubrir que lo habían cambiado a una habitación individual. Valentín no dio ninguna explicación y me quedé afuera, esperándolo, con un mal presentimiento. La puerta estaba cerrada y no podía ver ni escuchar nada, así que me senté en un banco cercano imaginando lo que podía estar ocurriendo allí dentro.

Cuando Valentín salió, se sentó a mi lado.

—Gracias por acompañarme. Sé que es aburrido esperar.

—No es aburrido, estoy contento por poder estar aquí.



#4061 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 02.05.2025

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