La sombra sobre las flores

Capítulo 64

Sin inmutarse y solo murmurando que lo siga, fuimos hasta la recepción donde estaban las enfermeras. Valentín tampoco reaccionó cuando recibió la noticia. Pero su falta de reacción me dolía más que si lo hubiera visto llorar. Habían intentado comunicarse con él en distintos horarios, llamando por teléfono a su casa y a su trabajo, porque desde la tarde del día anterior su papá yacía en la morgue del hospital, esperando ser reclamado. No hizo comentarios al respecto y su silencio no extrañó a las enfermeras. A mí se me oprimía el pecho mientras que mis ojos ardían. Escuchaba desesperado sin poder entender y miraba a Valentín buscando un quiebre.

Seguimos las indicaciones para ir hasta la morgue. Allí nos recibió un empleado que tomaba café pero que comprendió de inmediato el motivo de nuestra presencia. Recuerdo que en medio del tumulto de emociones que me invadía, me llamó la atención que, sin mediar palabras, se diera cuenta que Valentín era la persona que se acercaba por un familiar. Se dirigió a él sin dudarlo y yo pensé, por primera vez, que eso que creía que era una falta de reacción era una reacción en sí. Lo observé mientras mostraba su identificación. Su expresión era de enojo, desconfianza y resentimiento, todo junto, acompañado de una palidez que no era fruto de la luz blanca del hospital. Cuando el empleado nos hizo pasar a una sala fría, silenciosa y estéril donde sucedería el reconocimiento, tomé el brazo de Valentín y el contacto le recordó que yo estaba allí. Me miró aturdido y luego bajó la vista a mi mano.

—No me sueltes —murmuró.

***

Cerca de las dos de la tarde, todavía sumido en un intenso silencio, Valentín se recostó en su cama mirando hacia la pared. Fuimos y venimos en busca de documentación para el hospital y para la funeraria. Dimos vueltas por pasillos y en cada lugar nos tocó esperar, ya sea para hacer preguntas o firmar papeles. Cuando todo estuvo terminado, la funeraria nos dijo que se encargarían de los detalles y nos indicaron regresar a las seis.

Volvimos a su casa a esperar.

Me senté detrás de Valentín, mirándolo con atención. Tenía deseos de disculparme con él pero no tenía en claro por qué. El mundo me pareció más injusto que nunca. Me recosté a su lado e inevitablemente pensé en mi papá, recordando las pocas cosas que quedaban en mi mente del día que murió. No encontré nada en esos recuerdos que me ayudaran a manejar la situación de ese momento, ni gestos ni palabras. Tal vez lloré hasta que, con el tiempo, no necesité llorar más.

Pasó alrededor de una hora cuando Valentín giró y se acomodó a mi lado. Tenía los ojos de una persona que estaba a punto de llorar pero no lo hacía, se negaba. No decir nada podía ser lo mejor, lo que él quería. Nos quedamos allí toda la tarde. Cada tanto miraba su rostro para revisar si lloraba, si estaba tranquilo o si deseaba hablar, pero su mente lo mantenía ocupado y lejos de mí.

A las cinco rompí con el silencio.

—Tenemos que ir a la funeraria —informé en voz baja.

Valentín cerró sus ojos y apoyó su frente en mi hombro.

—No quiero ir.

—Valen…

—No quiero ir. No importa si eso me hace un hijo horrible —replicó con dolor en su voz.

No sabía qué decir, qué responder, pero no podía dejar que hiciera eso.

—¿Por qué no quieres?

—Yo nunca le gusté, sin importar lo que hiciera por él.

No esperaba una respuesta tan directa, tampoco esperaba el resentimiento. Me sentí mal por haber pasado algo como eso por alto, caí en el engaño de dar por sentado que él era más fuerte que esas decepciones. Me demoré tratando de encontrar qué decir.

—Yo no me acuerdo mucho del funeral de mi papá. Lo único que recuerdo es que gente desconocida me abrazaba y del momento que tiré una flor sobre su ataúd. Era chico y no sabía para qué era la flor, pero cuando crecí, me di cuenta que ese recuerdo me daba el alivio de saber que lo despedí.

Me senté en la cama, él me miró frunciendo el ceño.

—Tienes que despedirlo, no te quedes con ese pendiente. Hazlo por ti, no por él. Más adelante podrías necesitar ese recuerdo.

Pensó un largo rato en mis palabras y de mala gana se levantó de la cama.

***

La funeraria era pequeña. Tenía una sala con paredes de color beige y luces suaves que mi ojo izquierdo agradeció. Unos sillones oscuros de uno y dos cuerpos contra las paredes, entre ellos, mesas con pañuelos de papel y flores blancas. El piso, también oscuro, brillaba resaltando la pulcritud del lugar. Al final de la sala, del lado izquierdo, había un arco con falsas columnas romanas que cargaban más flores blancas, que conectaba a otro espacio, más pequeño e íntimo, donde se encontraba el féretro.

Valentín no avanzó más allá de la puerta, se detuvo observando el lugar, inquieto y angustiado. Estiré mi mano hacia él para darle ánimos y poder continuar, pero rechazó mi intención con un rápido movimiento de cabeza y se sentó en el sillón más cercano.

Me sentí culpable pensando que lo había obligado a ir sin estar listo, solo porque a mí me parecía correcto.

Me acomodé a su lado calculando las horas; un velatorio que duraría hasta el día siguiente más un entierro. Era mucho tiempo de puro dolor. En casa, en su cama, al menos estaría tranquilo. Me sentí muy egoísta. De nuevo contemplé la sala hasta que algo llamó urgentemente mi atención.

—¿Y tu familia? —Valentín no respondió—. ¿No van a venir?

Cerró los ojos y suspiró.

—No se lo conté a nadie. —Me miró de reojo—. De eso no voy a arrepentirme.

Parecía muy decidido.

Su resentimiento, más grande de lo que imaginaba, me hizo dudar pero no pude contener la pregunta.

—¿No crees que tienen derecho a saber?

—Sí. Cuando llamen para saber cómo está, se enterarán. Aunque para eso primero se tendrían que preocupar.

Fue mi turno de suspirar. En el hospital, en un momento, habló por teléfono, no especificó a quién tenía que llamar y yo asumí que sería a algún familiar. Quedé desconcertado.



#4943 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 24.07.2025

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