Cuando desperté vi a Valentín sentado en la silla junto al escritorio. Lo observé en silencio, sin moverme, para no delatarme. Él revisaba casetes de mezclas, donde juntaba canciones grabadas de la radio. Leía las anotaciones y buscaba la caja correspondiente para ordenarlos. Después de varios casetes, se detuvo mirando uno con cierta preocupación, pensando. Luego, sin ningún motivo, volteó a verme y se sorprendió al encontrarme despierto.
—Buenos días.
Dejó el casete.
—¿Te desperté?
Negué con la cabeza y me levanté de la cama.
—¿Desayunaste? ¿Preparo algo? —ofrecí con esperanzas de que quisiera comer.
—No desayuné. Pero yo me ocupo.
Se acercó y me ayudó a ponerme una campera deportiva. Por las mañanas ya no hacía calor.
Habían pasado dos días desde el funeral. Valentín lloró otras veces pero con menos intensidad, intentando controlarse. Seguía angustiado, comía poco y la mayor parte del tiempo se veía desinteresado. Su cabeza estaba en otra parte.
Que estuviera acomodando sus casetes me pareció algo bueno.
Hizo tostadas pero solo comió una, contempló un rato su café y luego se dedicó a mirarme a mí mientras desayunaba. Parecía menos distraído pero podía deberse a la anticipación del día que nos esperaba.
Valentín ya no podía tomarse días libres y juntos decidimos presentarnos en el videoclub para renunciar.
***
Fuimos a buscar mi ropa de trabajo en la casa de Aldo para poder devolverla. Tenía la esperanza de encontrar a mi tío pero no había nadie.
Busqué las camisetas y las puse en la cama para tratar de doblarlas. Valentín se adelantó al ver que se me complicaba con una sola mano y las acomodó con cuidado.
—¿Vas a extrañar el trabajo?
Puse atención a su rostro, miraba las prendas con seriedad mientras esperaba mi respuesta.
—No. Me gustaba porque estaba contigo pero ya no necesito un trabajo para eso.
Asintió intentando sonreír pero solo consiguió hacer una mueca rara.
Antes de irnos, dejé un nota para Aldo donde le avisaba sobre nuestra breve visita.
***
Frente a la puerta del videoclub tomamos aire y nos miramos para darnos un último ánimo. Dentro estaba la peor combinación que nos podía tocar: Walter y Rafael.
Saltaba a la vista que el único que trabajaba era Rafael, quien se detuvo en su tarea de ingresar películas al vernos. Walter daba vueltas las hojas de un cuaderno, posiblemente suyo porque nunca lo vi en el local, cuando levantó la cabeza ante el ruido de la puerta. Inmutable, sin saludarnos, apoyó las manos en el mostrador acomodándose en una posición de espera. Me dio la sensación de que imaginaba qué significaba nuestra presencia.
Rafael desvió su atención a mi yeso, incómodo, como si nunca hubiera visto uno en su vida. Walter apenas me repasó con la mirada.
—Hola —saludé.
—Hola —respondió Walter por compromiso.
Tuvimos unos segundos de silencio donde entendí que él no hablaría hasta que explicáramos por qué nos presentábamos juntos, de forma inesperada, a la mitad de un turno.
—Vamos a renunciar —soltó Valentín sin rodeos ni emoción.
Todo lo que imaginé que diría murió con esa intervención. Walter no se sorprendió.
—Son libres de hacerlo.
Su comentario sonó resentido y su expresión contenía una queja que no podía hacernos. Manipuló el cuaderno que tenía sobre el mostrador con rudeza.
—Esperen en un costado mientras hago cuentas. ¿Trajeron la ropa?
—Sí.
Quería atraparnos con esa pregunta y no le gustó la respuesta que le quitaba algo para reprocharnos.
Nos quedamos en silencio lejos del mostrador mientras él revisaba planillas y trabajaba con una calculadora. Rafael nos miraba de reojo, también con ganas de quejarse con nosotros por algún motivo. Tal vez porque una doble renuncia complicaba los horarios.
Las cuentas de Walter tardaron casi una hora en la que miramos la película de estreno para tener algo que hacer. Cuando terminó, nos llamó y comenzó a contar dinero frente a nosotros sin explicar cuánto nos pagaría. Pero tampoco hicimos preguntas. Rafael merodeaba inquieto, parando la oreja, buscando cosas para hacer cerca del mostrador. El encargado le dedicó un par de miradas dejando ver que se daba cuenta de lo que hacía aunque eso no lo espantó.
Guardó el dinero en dos sobres y se quedó mirándonos al momento de entregarlos.
—Es una lástima lo que te ocurrió —me habló con sequedad— pero irte es la decisión acertada para evitar nuevos problemas.
No esperaba que dijera algo como eso y no supe cómo reaccionar porque no sonaba ni bien ni amable.
Miró a Valentín
—Trabajaste bien, mejor de lo que esperaba.
De alguna forma, eso tampoco sonó correcto.
Valentín puso la bolsa con la ropa sobre el mostrador.
—Está limpia —informó.
Sin necesidad de mediar más palabras se alejó del mostrador y lo seguí desorientado, incómodo por toda la frialdad de ambas partes, por no despedirme, por no dar las gracias por todo, a pesar de que en el último tiempo lo pasé mal con ellos, hubo un momento en que lo pasé bien. Pero si Valentín no quería agregar nada, lo apoyaría en esa decisión.
***
Nos alejamos hasta la esquina para quedar fuera de la vista de Walter y Rafael. Allí Valentín se detuvo a tomar aire.
—¿Estás bien?
Asintió.
—Supongo que es un alivio no tener que volver, no estoy de ánimo para lidiar con ellos o los clientes.
—Pensé que Walter nos gritaría —dije buscando conversación.
—Le gritará a los que quedan.
No hubo humor en su comentario, tampoco ironía. Nuestro paso por el videoclub para renunciar le quitó la poca energía que tenía y su respuesta era forzada. Había pensado proponerle pasar un rato en la plaza, para cambiar los aires, pero me di cuenta que no tenía sentido. Incluso si me decía que sí sería por obligación.