La Sonrisa Bajo La Oscuridad

PENA

Ya había pasado tanto tiempo desde que llegué a vivir contigo… Yo he cambiado, pero la casa aún mantiene esa belleza de aquel día... sigue intacta, como si el tiempo se hubiese detenido aquí dentro. Cada rincón guarda nuestras memorias, Park. Cada sombra en las paredes conoce nuestras historias...

Park se detuvo, mirándome con atención. Sabía que algo me pasaba. Sus ojos color carmesí se clavaron en los míos, llenos de preocupación.

—¿Qué es lo que pasa, mi Karol? —preguntó, acercándose más.

Tragué saliva y bajé la mirada, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. —Park… Me acordé del hijo que tuve… ni siquiera lo vi. Nunca llegué a sostenerlo en mis brazos. Nunca escuché su llanto…

El rostro de Park cambió por completo. Sus facciones se endurecieron por un segundo, pero luego, la tristeza se apoderó de él. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mi rostro, cayendo una tras otra sin control. Mi pecho se encogía con una opresión insoportable.

Sin decir una palabra, Park me envolvió en un abrazo fuerte, como si quisiera absorber todo mi dolor. Sus brazos eran mi único refugio en aquel instante.

—Mi belleza… no quiero que estés triste —susurró contra mi cabello—. Ya nos vengamos del rey Lidenwor. No hay razón para seguir sufriendo…

Me separé apenas unos centímetros y lo miré a los ojos. Mis labios temblaban.

—Park… aunque hubiésemos matado a tanta gente, mi hijo… él no va a volver.

El silencio se instaló entre nosotros. Park apretó la mandíbula, intentando ocultar su disgusto. Sabía que, por más que hiciera, no podía borrar esa tristeza de mí. Solo volvió a abrazarme, esta vez más fuerte, como si con ese gesto pudiera sellar todas mis heridas.

—¡Viva el Rey! ¡Viva! ¡Viva el Rey Led! —coreaban las voces en el gran salón.

El estruendo de los vítores resonaba por todo el castillo. La batalla había terminado. Lidenwor había caído. Ahora, un nuevo rey ascendía al trono.

Desde lo alto, la figura imponente de Led se alzaba sobre el estrado. Su mirada recorría a la multitud con satisfacción. Se sentó lentamente en el gran trono, aquel que alguna vez había pertenecido a su hermano. La sensación era embriagadora.

—¡Esto es un nuevo comienzo! —exclamó con júbilo—. ¡Todo va a mejorar! ¡Yo llevaré a esta ciudad mucho más lejos!

Sus palabras arrancaron más aplausos, más gritos de celebración. Pero dentro de él, en lo más profundo, sabía que esto solo era el principio de algo mucho más grande… y mucho más oscuro.

—¿Señora?… ¿Señora?… ¿Se encuentra bien? ¿Le pasa algo?

La voz de la sirvienta se tornó inquieta al ver el rostro pálido de Lasi. La mujer apenas pudo sacudir la cabeza en un intento de tranquilizarla.

—No te preocupes… Estoy bien…

Sin embargo, un mareo repentino la hizo tambalearse. Su visión se volvió borrosa y sintió cómo el mundo a su alrededor se inclinaba. Trató de sujetarse del pasamanos de la escalera, pero sus fuerzas la abandonaron.

Y entonces, cayó.

Su cuerpo se desplomó por los escalones como si fuese una muñeca de trapo, golpeando cada peldaño con un sonido seco.

—¡Señora! ¡Dios mío, señora! —gritó la sirvienta, corriendo hacia ella.

—¡Park! ¡Ven rápido! —chilló Karol desde el umbral de la puerta, su rostro desfigurado por la angustia.

Park apareció en un parpadeo, su mirada se ensombreció al ver el cuerpo inerte de su madre en el suelo. Su piel, antes radiante, se tornaba de un tono opaco.

—¡Mamá! ¡Mamá! —se arrodilló a su lado, tomando su rostro entre sus manos—. ¡No me dejes!

Los labios de Lasi se entreabrieron débilmente. Sus ojos se fijaron en los de su hijo con amor infinito.

—Mi… hi… jo… —susurró con voz entrecortada.

—¡Mamá, no! —Park sintió que su mundo se derrumbaba.

—No… llores… —musitó con esfuerzo—. Cumplí mi tiempo… Sé feliz…

Y con esa última palabra, su alma la abandonó, su hermoso cuerpo, aquel que una vez brilló con vida y esplendor, quedó inerte en los brazos de su hijo. Sus sonrisas y sus risas se habían apagado para siempre.

Karol se cubrió el rostro con las manos, ahogando un sollozo. La impotencia la consumía. No podía hacer nada… solo observar cómo la muerte le arrebataba a Park a la única familia que le quedaba.

—Mamá… —susurró Park, cerrando los ojos con dolor—. Cumpliré lo que me pediste… Seré feliz… te lo prometo.

Karol lo abrazó con fuerza. Le sorprendió lo rápido que puede calmar sus llantos. Su serenidad era perturbadora.

—Park…

—Sí, mi belleza… Mamá tuvo razón siempre. Hasta hoy que la escuché. Seremos felices… Te amo, Karol.

Ella no pudo responder. Solo calló y se refugió en su pecho, sintiendo la fría realidad de la muerte.

La ceremonia funeraria se llevó a cabo esa misma noche. Lasi fue colocada en una pira de fuego, una tradición entre los vampiros. Las llamas devoraron su cuerpo con rapidez, iluminando la oscuridad con destellos dorados y carmesí.




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