La Sonrisa Bajo La Oscuridad

CUENTAS

—¡Esto comenzó… desde la muerte del rey Lidenwor! —exclamó el doctor, su voz quebrada por los recuerdos.

El general se inclinó hacia él, atento a cada palabra.

—Ese día estaba en el hospital, como siempre, atendiendo a los pacientes que llegaban. Pero… —hizo una pausa, su mirada se oscureció—. Ese día fue distinto. Fuimos atacados.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sus manos temblaban al recordar las imágenes que intentaba borrar de su memoria.

—Los heridos llegaron en masa… no uno, ni dos… decenas. Las heridas eran terribles. Pero lo peor fue cuando el capitán irrumpió en la sala, donde éramos atacados. Me gritó un oficial que ayudara… que el rey estaba en peligro. Y que estábamos siendo atacados por… monstruos.

—¿Monstruos? —interrumpió el general, arqueando una ceja—. ¿De qué clase?

El doctor tragó saliva.

—Vampiros. —Su voz se convirtió en un susurro.

El general se irguió en su silla, sorprendido por la revelación.

—Vi a esos seres devorando a la gente sin piedad. Sus ojos rojos… sus garras bañadas en sangre. Fue un infierno. Y allí… entre el caos, vi al rey Lidenwor. Estaba atrapado entre una mujer y un vampiro. No podía saber si esa mujer era enemiga… o algo peor.

El doctor bajó la cabeza, lleno de culpa.

—Tomé un palo… intenté salvarlo, pero… —su voz se apagó por un instante—. No llegué a tiempo. El vampiro hundió sus colmillos en su cuello.

El silencio invadió la habitación.

—Después de eso… todo se descontroló. Fue una masacre. Yo intenté escapar, pero uno de esos monstruos me atrapó. Me alzó por los aires y me arrojó desde lo alto… dejándome así. —Señaló su silla de ruedas.

El general suspiró con pesar al ver la gravedad de las secuelas.

—Doctor, necesito saber si tiene información sobre una mujer llamada Karol.

El doctor apretó los labios, dudando.

—La atendí… el rey Lidenwor la había herido. Pero no puedo contarle más. Le juré al rey que guardaría silencio sobre ese tema.

—Ese rey ya no está. Ahora debe lealtad al nuevo monarca, el rey Lend Lidenwor. —La voz del general fue firme—. Debe decirme lo que sabe.

El doctor luchó con su conciencia unos segundos, luego suspiró resignado.

—Está bien. Denme un momento, iré por agua.

...

—¡Vaya, vaya! —se escuchó una voz burlona desde las sombras.

El doctor se volvió bruscamente, palideciendo al instante.

—¡No! ¡Aléjate! No he dicho nada… ¡te lo juro!

Pero era inútil. El vampiro emergió de las sombras y se abalanzó sobre él. Sus garras rodearon el cuello del doctor, apretando con fuerza.

—Teníamos cuentas pendientes, viejo amigo —susurró el vampiro con sadismo.

—Por favor… —alcanzó a murmurar el doctor antes de que la presión fuera insoportable.

El crujido de su cuello se oyó en la cocina antes de que su cuerpo se desplomara al suelo. La sangre se esparció por el piso, tiñendo la silla de ruedas de rojo.

El general llegó al escuchar el estruendo.

—¿Doctor? ¿Está bien? —preguntó antes de entrar.

Cuando abrió la puerta, el horror lo golpeó de lleno. La escena era brutal. El cadáver del doctor yacía inmóvil en el suelo, rodeado de sangre. No había rastro del asesino.

El general apretó los puños. La habitación estaba llena de guardias afuera. Nadie había visto entrar o salir a nadie. ¿Cómo era posible?

***

—¡Señor, no puede entrar! La señora Lía está descansando —dijo la enfermera, bloqueando la entrada.

—¡Déjame pasar! ¡Soy su esposo! —gritó Emilio, forcejeando.

—¡Guardia! ¡Guardi—! —pero fue interrumpida por el jefe de seguridad.

—¿Qué sucede aquí?

—Este hombre quiere entrar a la habitación. Le dije que la señora Lía descansa —explicó la enfermera.

Emilio fingió una sonrisa.

—Solo quiero ver a mi esposa e hijo. ¿Eso está mal?

El jefe dudó, pero finalmente cedió.

—Déjalo pasar. Acaba de convertirse en padre.

La enfermera suspiró, sabiendo que era un error.

—Está bien, pero no tardes —dijo antes de apartarse.

Emilio irrumpió en la habitación. Lía, aún débil tras el parto, abrió los ojos con terror al verlo.

—¡Emilio! ¿Qué haces aquí?

—¡Tuviste al niño! —espetó con desprecio—. ¡Te dije que no lo tuvieras! ¡No pienso ayudar a criar a ese mocoso!

Lía se aferró al bebé, furiosa y temerosa al mismo tiempo.

—¡Este niño es tu hijo, quieras o no! ¡Y lo criaré sola si es necesario!

—¡Eres una estúpida! —gritó Emilio, golpeando la pared—. Escúchame bien: venderás a ese niño. ¿Me oíste? Y si no lo haces… —acercó su rostro al de ella—, sabes perfectamente de lo que soy capaz.

—¡No! ¡Nunca! —espetó Lía, con lágrimas en los ojos.

—Mañana volveré —sentenció Emilio, saliendo de la habitación—. Y más te vale obedecerme… o ese niño no verá otro amanecer.

Lía abrazó a su hijo, su cuerpo temblando de miedo y rabia. Ahora sabía que debía huir. Y rápido.




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