—Park, buenos días. Ayer llegaste tarde… no pude esperarte despierta. —Karol lo miró con ternura, pero su curiosidad era evidente—. ¿Dónde estuviste?
Park sonrió con malicia, recordando la sangre, el caos… y lo mucho que lo disfrutó.
—Mi Karol, tuve… asuntos que atender.
—¿Qué clase de asuntos? —preguntó ella, inquieta por el brillo oscuro en los ojos de Park.
—No te oculto nada, así que te lo diré. —Se inclinó hacia ella, susurrando como si compartiera un secreto prohibido—. El doctor estaba a punto de contar lo que pasó el día que matamos al rey Lidenwor.
—¡¿Qué?! —exclamó Karol, llevándose la mano a la boca.
—Pero no lo permití. Inventé que había bebido la sangre del rey… y lo esperé en la cocina. El pobre ya estaba acabado, sin esperanzas. —Soltó una carcajada sádica—. ¿Sabes qué fue lo mejor? Verlo paralizado de miedo.
—¿Lo mataste, Park? —preguntó Karol, aunque la respuesta era obvia.
—Claro que sí. Tenía cuentas pendientes. Me acerqué a su oído y le susurré: “Mentir nunca termina bien”. Y antes de que pudiera suplicar, le destrocé la cabeza de un solo golpe.
Karol soltó una carcajada.
—¡Eso es mi Park! Te quiero tanto.
—Y yo a ti, mi Karol. Pero… —su rostro se ensombreció— hay algo que me preocupa.
—¿Qué pasa?
—Pronto tendremos que atacar, y tú aún no has desarrollado tu magia.
Karol soltó una risa nerviosa.
—¿Por eso te preocupas? —Sacó un libro antiguo de su bolso—. Justo de eso quería hablarte.
Los ojos de Park se abrieron de par en par.
—¡Karol! ¡Este es el libro de tu madre!
—Y hay más. Tengo una hermana. Ella me ayudará a entrenar.
Park, embargado por la emoción, la levantó en brazos, girando con ella mientras reían. Sus labios se encontraron en un beso apasionado.
***
—Su majestad, traigo noticias —dijo el sacerdote, inclinándose respetuosamente.
—Hable —ordenó el rey Lend Lidenwor.
—Ayer por la tarde asesinaron a un anciano.
—¿Qué? —el rey golpeó la mesa—. ¿Dónde estaban los guardias?
—Eso es todo, su majestad.
—¡Fuera de mi vista! —rugió.
El sacerdote se retiró apresuradamente. Pero antes de que el rey pudiera calmar su furia, la puerta se abrió de golpe.
—¡Su majestad! —El general se presentó, sudando por la tensión—. Buenos días.
—¿Encontraste a Karol? —preguntó el rey, con los nervios al límite.
—Lamento informarle que no he podido confirmar su paradero.
El rey apretó los puños.
—¡¿Cómo es posible?! ¡Tú estabas con el doctor!
—Lo siento, su majestad. Me distraje un momento y…
El estruendo de un florero estrellándose contra la pared interrumpió al general.
—¡Inútil! —gritó el rey, su furia desatada—. ¡No regreses hasta encontrarla!
El general bajó la cabeza y se retiró en silencio. Detrás de él, el rey destruyó todo a su paso, su ira incontrolable.
***
—¡Emilio! ¿Qué haces aquí? —exclamó Lía, su voz temblorosa.
—¿En serio, Lía? ¿Tan tonta puedes ser? —rió con burla—. ¡Te dije que hoy vendría por ti! ¡Alístate ya!
—Pero… —intentó replicar Lía.
—¡Apúrate, estúpida!
En ese momento, la doctora apareció.
—Buenos días, señora Lía. Señor… —saludó con educación.
—¡Otra vez tú, metiéndote donde no te llaman! —escupió Emilio con desprecio.
—Le exijo respeto —replicó la doctora, conteniendo su enojo.
Lía intentó intervenir, pero su mente estaba en otra parte. No podía permitir que Emilio se llevara a su hijo.
—Señora Lía, hoy le darán el alta —anunció la doctora en voz baja.
—No… no quiero irme aún —susurró Lía.
—¡Ya basta! ¡Alístate de una vez! —exigió Emilio.
—Señor, debe firmar unos papeles antes de llevarse a su familia —dijo la doctora, intentando ganar tiempo.
—¡Papeles y más papeles! —gruñó Emilio, pero la siguió.
Lía aprovechó el momento. Sabía que era su única oportunidad. Tomó a su bebé en brazos, miró a su alrededor y salió corriendo de la habitación.
La doctora, desde lejos, le hizo una señal para que se apresurara. Lía no lo pensó dos veces. Salió del hospital por la puerta trasera, desapareciendo entre la multitud.
***
—¡Ya, Park! —rió Karol mientras él la abrazaba con fuerza.
—Es que me vuelvo loco contigo, Karol. —Sus labios se acercaron a su cuello—. Tu olor, tus labios…
—¡Park, basta! —rió ella, apartándolo suavemente.
—Te amo, mi Karol.
—¿Vas a llamar a tu hermana hoy?
—Sí, hoy comienzo las clases —contestó ella con entusiasmo.
—Eso me alegra. Pero… —Park se puso serio— debo ir a Estados Unidos.
—¿Qué? ¿Me vas a dejar sola justo ahora?
—Tranquila, loca —rió—. Solo será por poco tiempo. Es por lo que tenemos planeado.
—¿Y cuándo me contarás qué es?
—Cuando regrese. Debo visitar a mi clan primero.
Karol suspiró y asintió. Aunque la idea no le gustaba, confiaba en él… por ahora.