La primera vez que hablamos te juro que no fue pensado.
Nos encontramos en el ascensor, no me viste entrar ya que estabas muy concentrada leyendo un libro.
Yo, por mí vena chismosa, trate de ver el título pero por la portada me di cuenta que libro era.
Sin darme cuenta te empecé a hablar entusiasmada interrumpiendo sin querer tu lectura, me sigo disculpando por eso ya que sé cuan molesto puede llegar a ser.
Vos, después del desconcierto, empezaste a hablar con entusiasmo.
Me di cuenta que te encantaba hablar de libros, por el brillo de tus ojos y la intensidad de tu sonrisa.
Darme cuenta que te apasionaba lo mismo que yo y que la mayoría de tus autores favoritos eran los míos también, me encantó.
Después de bajar del ascensor seguimos hablando hasta llegar al estacionamiento y seguir cada una su camino.
Esa fue una de las primeras charlas que íbamos a tener.
Y esa fue, también, una de las primeras noches que no pude dormir por la emoción.