Al otro día no me esperaba que, a penas sentarme, aparecieras con una hoja lleno de colores y títulos de libros que te encantaron.
Al ver mí sorpresa empezaste a hablar rápida para explicarme algo que, sinceramente, no escuché.
Quedé obnubilada por tu entusiasmo y el brillo que desprendías.
Creo que me quedé como una idiota mirándote maravillada, pero parecía que no lo habías notado, lo que fue un alivio para mí.
Cuando terminaste de hablar esperabas lo respuesta, y como no te había escuchado nada solo agarre la hoja, te sonreí y prometí leerla y compartir opiniones.
Quedé más maravillada cuando, con una enorme sonrisa, me dijiste que ibas a estar ansiosa esperando mí opinión.