Lo nuestro iba a pasitos de bebe.
Salíamos, hablábamos, nos divertíamos. Nos íbamos conociendo.
Casi siempre nos quedábamos jugando hasta tarde con Juan o mirando televisión con él.
Mientras nuestra relación avanzaba, más nos íbamos abriendo la una con la otra.
Me dijiste que tus padres nunca tuvieron problemas con que llevaras novias a su casa, al contrario de los míos quienes pensaron que era una etapa de rebeldía hasta que lo terminaron de aceptar.
También nos contábamos los sueños y metas que teníamos de chicas y como fueron cambiando a medida que crecíamos.
Compartimos muchos mates y café, mensajes y llamadas trasnochadas.
Compartimos besos que a veces se volvían apasionados pero no llegábamos a más.
Me confesaste el miedo que sentías a que te vuelvan a lastimar a vos y a tu hijo, mientras yo me prometía a mí misma nunca defraudarte.
Nos íbamos conociendo y mientras más cosas conocía, más me iba enamorando porque gustar ya quedaba muy lejos de lo mucho que sentía por vos. Y esperaba que estuviésemos en la misma página.