La Sonrisa De SofÍa

CUANDO LA LUZ SE APAGA

Allí estaba yo, encerrada en mi habitación, sentada en el suelo con la espalda recostada a un costado de la cama. Las luces estaban apagadas, lo único que iluminaba mi figura era un poco de luz que se filtró por la rendija de la puerta. La luz del exterior que provenía de la ventana no era suficiente para iluminar mi alma atormentada. Era una luz pálida, azul, muy tenue. Mis ojos estaban tristes, los cientos de lágrimas que se desprendieron de ellos lavaron mi rostro y corrieron el maquillaje. La pestañina y el llanto crearon unas ojeras mortuorias que ennegrecían mi semblante.

Escuché unos pasos resonar con fuerza contra las baldosas, acercándose cada vez más a la habitación. Miré bajo la puerta, vi la sombra de sus zapatos asomarse entre la rendija y detenerse al frente de la habitación. Mi corazón se aceleró, el miedo me embargó por completo. Escuché girar la perilla y la puerta se abrió. La luz del exterior iluminó con un ocre mortecino el interior de la recamara, dibujando entre el suelo y la cama, el rectángulo que daba forma a la puerta.

En frente de mí se retrataba su impávida figura, como si fuese un ser hecho de sombras. No pude ver con claridad su rostro, todo estaba oscuro, la única luz provenía de su espalda. Giró un poco su cabeza y fue entonces que pude ver los bruscos rasgos que lo delineaban. Su mirada era parca, como si no tuviese alma.

―Salga ―dijo con amargura y una voz rauca.

No me atreví a levantar por completo la mirada, la mantuve casi todo el tiempo en el suelo. No quise darle razones para que se enfadara conmigo, una vez más. No me gustaba verlo tan alterado, me sentía temerosa cuando lo estaba. No pronunció ninguna otra palabra y se dio media vuelta para alejarse de la habitación. No supe que hacer, si salir de la habitación para servirle la cena o permanecer en el interior hasta quedarme dormida. Cualquiera de las dos opciones podría ser una razón para exaltarlo.

Tuve que tomar aliento para levantarme, no me aventuré a salir de la habitación en cuanto lo hice. Me dirigí al baño que había en nuestra habitación, encendí la luz para mirar mi rostro en el espejo. No pude reconocer mi rostro en cuanto lo vi, estaba inflamado de tantos golpes, lleno de moretones y de sangre, tenía los labios rotos. Sentí un poderoso impulso de llorar en cuanto vi mi rostro desfigurado, temí que se fuera a quedar así por siempre.

Estaba incrédula. Acerqué mis dedos a mis mejillas y al contorno de mis ojos, el simple tacto me hizo retractarme, me ardía demasiado. Tome del primer cajón un pañito húmedo para limpiar mi rostro. Los coágulos de sangre y el maquillaje se mezclaron por completo. Tenía los ojos tan hinchados que apenas se podía percibir que estaban abiertos. Me tomó más tiempo del esperado limpiar mi rostro, estaba deshecho.

Al salir del baño me puse mi pijama, una bastante abrigada y no la que solía utilizar para seducirlo. Me acosté a dormir, no quise salir de la habitación y encontrarme. Estuve temerosa en que Manuel ingresara a la habitación y me levantara a golpes de la cama por no haberle servido la cena, no tuve ánimo de hacer nada. Quise quedarme allí, a meditar un poco sobre la situación, y a rogarle a Dios que esa noche transcurriera sin ningún otro percance.

No pude dormir, estuve pensativa. A mi mente acudieron (no sé por qué razón, tal vez para torturarme sobre la mala decisión de haber aceptado unir mi vida a la de Manuel) pensamientos y recuerdos de nuestra vida juntos. ¿En qué momento mi hermosa historia de amor, se transformó en el cuento terror más despiadado de todos?

Guardé la esperanza que al llegar el siguiente día, tuviese un nuevo inicio, o que al amanecer despertara y me diera cuenta que solo se trataba de una terrible pesadilla. Quise convencerme que mi vida recobraría la magia que la había caracterizado unos cuantos meses atrás. Me equivoqué, al despertar -dormí por mucho una hora- estaba igual de confundida, el dolor en mi rostro y los moretones no se marcharon. Él despertó como si nada hubiese pasado y me dio un beso en la frente.

―Hazme un buen desayuno ―pidió Manuel con altanería—, tengo mucho trabajo para hacer y llego tarde.

Tras levantarse de la cama entro al baño para ducharse. No quise que se indispusiera y de inmediato me dirigí a la cocina para prepararle el desayuno. Manuel no me perdonaría por segunda vez que yo no me comportara como la esposa ideal que él esperaba y que tanto me exigía que fuera. Incluso, después de la golpiza, agradecí Tenía que atenderlo como él se merecía.

Yo estaba al frente de la estufa preparándole el desayuno, esperando que hirviera el chocolate. Manuel ingresó a la cocina y se acercó a mí, para abrazarme por la espalda, en cuanto sentí sus brazos rodearme, todo mi cuerpo se estremeció, me sentí indefensa.

―¿Cómo dormiste? ― preguntó, seguido de un beso en la cabeza.

―Bien ―intenté disimular el nerviosismo al responderle.

Fue inútil, mi voz sonaba entrecortada. Lo más difícil de todo fue tratar de lucir relajada, tenía el cuerpo totalmente tensionado y las manos me temblaban. Manuel estaba tan inmerso en sus pensamientos, que no se dio cuenta de mi estado.

―Hoy es un buen día para mí, necesito que me des mucha suerte, con tu bendición me irá muy bien ―agregó Manuel. Aunque el tono de su voz era seco, se veía bastante animado―. Empiezo con un caso muy importante.

Mientras Manuel me contaba sobre su nuevo caso, yo continuaba mirando hacia la estufa. Como no volteé a mirarlo se dio cuenta que algo me sucedía, entonces hizo la pregunta más tonta de todas.




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