La sonrisa del Diablo

Prólogo

Da igual hacia donde corriera. Da igual si soñaba o estaba despierta porque, tuvo la certeza, de que jamás podría desprenderse de aquellos ojos que le perseguían en su mente. Aquellos ojos sádicos y solitarios.

No supo por qué buscó ayudarle. Quizá era por su belleza. Aquel chico era como una rosa en pleno esplendor. Puede que fuera tan ingenua de creer que algo tan bonito no podía ser malo.

Sus piernas no se detenían, seguía corriendo calle abajo. Su cara había adquirido un color rojizo, como si dos manzanas maduras se hubiesen colocado en sus pómulos, y su corazón no dejaba de bombear, provocando que sintiera su pecho ardiendo y que le sangraba la boca.

No podía parar. No quería parar. Porque si paraba, volvería a pensar en aquella persona que tanto le importó en tan poco tiempo.

La falda de su uniforme se agitaba a cada paso, mientras la corbata comenzaba a rozarle molestamente el cuello. Esas ropas que tanto había odiado desde el día en que se las probó también le recordaban a él.

Cuando frenó, sus piernas le temblaban violentamente y tuvo que apoyarse en un muro para no caer. Todo era tan surrealista. Nada tenía sentido. No ahora que se veía en mitad de la calle, desorientada, con la respiración acelerada y un recuerdo que la atormentaba. Las lágrimas cayeron sin siquiera poder ser consciente de que estaba llorando y sin poder evitarlo, gritó impotente.

Ella solo tenía curiosidad. Y fue esa misma curiosidad la que la condujo en cada una de las decisiones que tomó en aquellos meses. Creyó que la gente cambiaba, que alguien malvado podía ser bueno si se rodeaba de gente buena. Cuánto se equivocaba.

Si algo había aprendido era una sola cosa: La curiosidad mató al gato.




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