La sonrisa del Diablo

Capítulo 05: Solo con quien me interesa

Solo con quien me interesa

 

El lunes, Dalia no asistió a clase y Spencer tuvo que enfrentarse sola a la simpatía de sus compañeros. Aunque nunca se metían con su compañera como lo hacían con ella, notaba que recibía un trato hostil. Desde el primer día la vio sola, sin relacionarse con nadie, pero no fue algo a lo que le diera demasiada importancia.

Lo primero que vio al llegar al instituto aquella mañana fue a Rimes caminando por el pasillo con aires de altaneros. Fue toda una sorpresa que de su boca no escapara ningún insulto. Todo cuanto hizo fue dibujar una mueca de puro desdén en cuanto ella entró en su campo visual.

Durante las primeras horas, todo parecía transcurrir con normalidad. Alguna vejación en el aire, alguna bolita de papel chocando contra ella como un proyectil… Y nada más, lo cual le parecía bien. Sabía que lo más probable era que estuviera perdiendo la cabeza, pero se estaba acostumbrando a aquella situación de permanente odio y discriminación social hacia su persona.

En un momento en el que giró su cara casual, su mirada se encontró con la de Emma Miller, que la estaba observando desde su asiento. Aleteaba sus densas pestañas y en su rostro no se podía leer una emoción con claridad. Aquella chica le parecía tan atractiva que logró ruborizarla, haciendo que se volteara de nuevo a toda velocidad y se revolviera en su asiento, incómoda.

Miró su reloj de muñeca y contó los minutos que faltaban para que la campana sonara, avisando que había llegado la hora de comer. Agarró su bolso y salió al patio para llevarse al estómago la comida que había traído de su casa. A pesar de que a aquella hora el jardín solía estar vacío, fue a un rincón apartado para no llamar demasiado la atención. Le apetecía comer tranquila sin escuchar ningún «pobretona» o «basura» de fondo.

Cuando estaba con Dalia comían en el restaurante. Con ella no le preocupaba estar sentada en una de las mesas del comedor y yantar de una fiambrera. Confiaba en Dalia porque jamás había hecho el más mínimo ademán de juzgarla. Sin embargo, era una situación violenta si se trataba de ella sola.

Abrió el recipiente, el cual contenía una buena ración de pasta con salsa carbonara. Le encantaba la pasta. El tenedor estaba a punto de adentrarse en su boca cuando una sombra frente a ella captó su interés, obligándola a levantar la vista con lentitud.

Para su sorpresa, delante de sus narices y con su habitual expresión distante, se encontraba Thomas Parker.

Lo miró con atención, esperando a que dijera algo. Quizá un «vaya mierda» o un «¿a eso llamas comida?». Intentó recordar la voz del chico, pero se dio cuenta que no le había oído hablar en toda la semana anterior. Era un gran misterio. Mientras permanecía allí plantado, observándola con gesto taciturno, Spencer llegó a temer que le hiciera algo malo. No era capaz de olvidar lo sucedido en el pabellón deportivo.

Todos sus nefastos pensamientos se disiparon cuando él esbozó una sonrisa amplia y despreocupada que la iluminó.

—Tiene buena pinta —dijo, retomando su camino.

No se podía ver la cara, pero estaba convencida que era de pasmo. Se había quedado con la boca abierta. No entendía si se estaba riendo de ella o no. Tratándose de un estudiante de Richroses, era lo más lógico, dado que nadie de la élite diría en su sano juicio que lo que portaba tenía buena pinta. Ni si quiera ella a juzgar por cómo estaba: embutido en una fiambrera de plástico.

Curiosamente, aquella sorpresa no fue la única del día. Pocas horas después del extraño encuentro con Parker, fue a su taquilla para recoger la ropa deportiva, puesto que tenían educación física, donde pudo contemplar con espanto que su camiseta había sido rajada, con la ayuda de algún objeto afilado, a conciencia. La habían forzado a golpes y la habían conseguido abrir.

—¿Cómo se supone que voy a dar la clase así? —murmulló para sí misma.

Fue a hablar con el maestro de la materia sin que sus compañeros se percataran. Era bastante joven, tenía un mentón pronunciado y unos ojos claros que lo dotaban de un alto atractivo. Se llamaba Charles Wells.

—Disculpe, profesor.

—¿Qué sucede, Turpin?

Ella entrelazaba sus dedos con nerviosismo, buscando por dónde empezar.

—Mi uniforme ha sufrido daños. Quiero decir, está roto, no me lo puedo poner.

Wells frunció el ceño.

—¿Cómo ha ocurrido?

—No lo sé —ella se encogió de hombros, apurada. Si le decía la verdad, tal vez le hiciera caso.

—¿Y no tienes el de repuesto?

Negó con la cabeza antes de responder.

—No, señor. Me temo que aún no me ha llegado.

—Entonces, si no encuentras otro uniforme me temo que no podemos hacer nada —dijo haciendo sonar su silbato—. Lleva más cuidado con él la próxima vez, ¿de acuerdo? Es material escolar.

Una impotencia la invadió. Odiaba que actuaran como si fuera ella quien había dañado sus cosas. Además, ¿de dónde sacaba ella un uniforme?

Se sentó en un rincón del gimnasio, donde a su pesar podía oír las maliciosas risas de sus compañeras. Al menos Bruce Rimes no era el único perverso allí.

“Menudo consuelo, Spencer”. Pensó.

Súbitamente, algo cayó sobre su cabeza, nublando su vista y logrando que su corazón diera un vuelco aterrado, pues como si de una ráfaga de viento se tratara, pasó por su mente la idea de que la estaban atosigando de nuevo.

Al quitárselo descubrió que no era más que una camiseta de hombre del uniforme deportivo, y en su etiqueta estaba grabado el nombre de Thomas Parker.

Pudo ver al propietario de la prenda cuando se giró a rápidamente. Ahí estaba otra vez, aquella sonrisa tan pura.

—Póntela —dijo sin eliminar esa agradable expresión de su cara—. Ya me la devolverás.

Spencer estaba atónita ante tal acto, por lo que le tomó unos segundos reunir las palabras para responder.




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