Los menores de edad no deberían beber alcohol
Cuando tras cuatro días, Spencer comprobó con cierto horror como Dalia continuaba sin hablarle, se sintió terriblemente compungida. Desconocía que había hecho mal. ¿Tan atroces fueron sus preguntas? No creyó que aquello pudiera herirla, de haberlo sabido hubiera cerrado la boca. Quiso darle su espacio, pensó que a lo mejor necesitaba algo de tiempo para pensar, pero se sintió absurda ante aquella idea. Al fin y al cabo, apenas se conocían, lo más probable era que la joven ya la hubiera descartado como amiga.
Los tres días anteriores, pasó las horas del almuerzo encerrada en los servicios, en uno de los compartimentos de los retretes. Sentada sobre la taza del váter y comiendo de su fiambrera. Por fortuna, los baños estaban impecables en aquel lugar, parecía que los limpiadores le daban un repaso a cada hora.
Si algún entretenimiento encontró en aquellas horas solitarias encerrada en ese cubículo fue, sin dudarlo, el de leer las pintadas de la puerta. Incluso le agradó comprobar que las había. Al fin había encontrado un punto en común entre su anterior instituto y aquel. Había muchos nombres que ni le sonaban, iniciales y frases enteras. «Spencer Turpin es una muerta de hambre», aquella fue la primera que leyó. La ofensa le duró un minuto, luego le pareció una nimiedad al lado de tantos nombres. «Bruce te quiero», le generó una mueca de asco. «Marilyn, usa menos laca por favor!» le sacó una carcajada, aunque ni si quiera sabía quién diantres era. «MxR» «ExS» frunció el ceño al no entender muy bien a qué nombres pertenecerían.
Aunque algo se detuvo en su interior cuando leyó: «A la mosquita muerta, Dalia Megure, le gustan los hombres casados». Por un momento tuvo deseos de indagar, pero luego recordó que estaba encerrada en el retrete por haberse pasado de fisgona. Sacó las llaves de su casa de su mochila y rajó como pudo aquella calumnia. Se sintió mal por la rubia, no había dudas de que tampoco era la persona más querida allí.
Al cuarto día, cuando cogió su fiambrera para ir a comer a su escondite, la voz de Parker la detuvo.
—¡Hey, Turpin! —Se giró para poder ver su amigable semblante—. ¿Quieres almorzar conmigo?
Estuvo a punto de negarse cuando se dio cuenta de lo ridículo que sería hacerlo.
—Claro.
Sentados en la zona del jardín que tanto gustaba a Spencer, bajo un bonito fresno, comían sus almuerzos.
—¿Qué es eso? —preguntó Parker señalando el pastel de zanahoria y plátano que había traído.
La cuestión le recordó al primer día que almorzó con su amiga, algo que inevitablemente le sacó una sonrisa.
—Algo delicioso —con la ayuda de un cuchillo redondeado, lo partió por la mitad—. Toma, cómetelo.
El moreno lo examinó detenidamente y luego lo olisqueó, parecía un perro alerta, lo cual le resultó bastante gracioso. Cuando lo hubo probado, agrandó los ojos de la sorpresa.
—Vaya, está muy bueno. ¿Esto lo haces tú?
—Sí, señor —se jactó ella alzando los brazos y meneando los dedos—. Con estas manitas.
Poco antes de que la campana sonara avisando del regreso a clase, Thomas preguntó:
—¿Estáis enfadadas Dalia y tú?
La joven se tensó. Hasta él se había dado cuenta.
—¿Tanto se nota?
El muchacho se encogió de hombros.
—Bueno, de ir siempre juntas a no dirigiros la palabra en clase… —Giró la cabeza y enarcó una ceja—. Algo se nota, sí.
—Y yo que pensaba que en clase solo dormías y no te enterabas de nada.
—Bueno, ya te dije que ahora hay algo que me interesa mucho —dijo con un tono casual, mientras su pose corporal denotaba desinterés, con la espalda apoyada en el tronco del árbol y su quijada descansando en sus nudillos. Sin embargo, su mirada brillante se fijó en la de la castaña. Parecía que sus ojos hablaran.
Un rubor se aglomeró en sus pómulos, obligándole a girarle la cara algo nerviosa por aquel comentario.
—Pues sí, está enfadada conmigo —dio un vistazo breve a su alrededor—. Me pregunto a donde irá en los recreos y a la hora de comer. Creía que solía venir por aquí.
Parker se irguió rápidamente, apoyó su mano en el césped e inclinó su espalda en dirección a la chica, que se encontraba arrodillada con su tupper entre las manos, colocada de modo que pudiera darle la cara a su compañero.
—Ya, ya… —susurró, acercando su rostro al de la chica con lentitud.
Fue una sensación extraña, estaban demasiado cerca. La clase de distancia que hace que prestes más atención a los rasgos de una persona. Su piel era aceitunada, como la de ella, aunque a simple vista lucía más suave, y sobre el arco de cupido de su labio, justo en el centro del surco, había un lunar. Aquel fue el punto de visión de Spencer, que veía como cada vez aquella marca se acercaba más y cuando estuvo tan cerca que pudo sentir su respiración, se hizo para atrás con una migaja de pastel entre sus dedos.
—Lo tenías en el pelo —dijo él.
Ella sintió como su cuerpo se destensaba aliviado cuando Parker se llevó a la boca aquel trocito de pastel, mientras esbozaba una sonrisa pícara, gesto que culminó con un guiño de ojo. Y en aquel momento, el timbre sonó.
A lo lejos, en una de las ventanas de la segunda planta, un joven de cabello rubio rojizo y ojos verdes observaba la escena con atención. Tragó saliva, tensó la mandíbula y apretó los puños.
*
Una semana pasó cuyos descansos, en su mayoría, los invertía con Parker. No estaba segura de si debía considerarlo un amigo, al fin y al cabo, Dalia le dijo que en ocasiones podía ser igual de retorcido que su primo. No obstante, él no le estaba demostrando aquello. Era cierto que continuaba pareciéndole una persona extraña, aunque estaba segura que era la misma sensación que ella infundía en él, dado que parecía que todo cuanto hiciera le provocaba risa.