La sonrisa del Diablo

Capítulo 08: Tu ratita saldrá hoy

Tu ratita saldrá hoy

 

La semana pasó como una ráfaga de viento. Todo permanecía igual. Entre Rimes y ella continuaba esa relación indescriptible. Realmente pocas palabras se habían dirigido aquella semana. Cuando se cruzaban por los pasillos, cuando sus miradas se encontraban, sentían un sentimiento eléctrico, señal de que algo pasaba.

Spencer sabía de qué se trataba. Bruce no quería saberlo.

Con Dalia continuaba en aquel estado de permanente pausa. Creía estar ya convencida de que Thomas era el único amigo que tenía dentro de Richroses. Sin embargo, en ocasiones había cosas en él que no lograba comprender: le dio la sensación de que estaba contento de ver como ellas dos se estaban separando cada vez más. Lo notó en su sonrisa despreocupada cuando hablaban del tema. Pero siempre que cabía la posibilidad de que fueran impresiones suyas.

Sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y un moño mal hecho. Así se encontraba Spencer el viernes por la tarde. Eran aproximadamente las siete y, con suerte, tendría dos días para no pensar ni en Dalia ni en el siempre trastornado Bruce Rimes. Solo quería perder el tiempo dentro de las páginas del libro que tenía entre las manos.

—¿Y papá y mamá? —Benjamin frenó su lectura con la pregunta.

—Han ido a comprar —respondió ella sin levantar la vista del libro que tenía entre sus manos—. Si no perdieras tanto tiempo encerrado en tu habitación hablando por teléfono, te enterarías. —Las últimas palabras las pronunció con cierto retintin—. Por cierto, ¿con quién hablabas?

—Con La Rana Gustavo —replicó sonriente.

Spencer enarcó las cejas.

—No sé por qué no me extraña nada —comentó rodando los ojos.

El repentino sonido del timbre alertó a los dos hermanos.

—Ve tú —ordenó ella.

—¿Por qué?

—Porque yo estoy sentada leyendo y porque soy la mayor.

Benjamin bufó e hizo lo encomendado. Al abrir se encontró con una chica algo más bajita que su hermana, de un largo cabello rubio, piel blanca y ojos color avellana.

—Hola —dijo con recelo—. Me llamo Dalia. ¿Está Spencer?

Él parpadeó tres veces antes de responder, no esperaba encontrarse a una joven tan bella en la puerta de su casa.

—Sí. Dame un segundo —dijo ligeramente nervioso, entornando la puerta.

Entró nuevamente al salón, en busca de su hermana.

—Spencer.

—Estoy leyendo, Benjamin —se limitó a contestar.

—Hoy estás más borde de lo normal.

Spencer levantó la vista de su novela de Vladimir Nabokov.

—No, es sólo que ya sabes que no me gusta que me interrumpan mientras leo —corrigió vocalizando con algo de exageración cada palabra.

—Bueno, pues siento interrumpirte. Ha venido una tal Dalia a verte. —Obvió la expresión de sorpresa de la castaña y añadió en un murmullo—: ¿Por qué no me habías dicho que conocías a chicas tan guapas?

Ignorando el último comentario de Benjamin, aún con la boca entreabierta, dejó el libro sobre el sofá y fue hacia la puerta.

—Hola —saludó seria.

—Hola Spencer. Verás, yo… —titubeó mientras cambiaba la dirección de sus pupilas con velocidad y meneaba los dedos sin parar—. Quiero pedirte perdón —logró decir al fin—. No pretendía que lo mío con Wells saliera a la luz. Y no te lo conté porque es algo delicado.

—No tienes que disculparte conmigo —cortó ella y pronto se dio cuenta de lo brusca que había sonado, sintiéndose un poco mal por la otra—. No al menos por eso.

—Si aceptas perdonarme te lo contaré todo. Te diré por qué he estado distante.

Spencer estuvo a punto de negarse, pero vio en el rostro que lucía la rubia con el ceño fruncido preocupación real.

—Está bien —cedió dibujando una leve sonrisa—. ¿Quieres pasar?

—Sí, gracias.

Con un gesto cordial la invitó a ir a su habitación. Mientras subían las escaleras, Spencer hizo un gesto a Ben para que no molestara. Por su parte, él levantó los hombros en señal de desentendimiento.

—Puedes sentarte en la silla o en la cama. Donde prefieras —indicó ella—. ¿Quieres algo de beber? ¿Para comer?

—No, no te molestes. Tranquila —respondió sentándose sobre una esquina del colchón.

Spencer reparó en el aspecto de la rubia. Tenía una falda blanca y una rebeca beige, un conjunto que le recordó a los que lucían las muñecas de porcelana.

—¿Cómo te ha dado tiempo a cambiarte tan rápido y a venir?

—He salido un poco antes... No me encontraba bien.

—Ajá —murmuró.

—¿Por... por dónde quieres que empiece? —preguntó mirándola con incertidumbre.

—Por donde consideres tú.

Dalia cogió aire y se llenó los pulmones con él. A continuación, comenzó a contar su historia:

—Yo nunca he sido buena a la hora de socializar con nadie. Mi vida en Richroses siempre fue muy tranquila. Provengo de una familia con dinero, por lo que, al contrario que a ti, nunca he sufrido ningún tipo de extorsión en la escuela. Sin embargo, no tenía amigos y apenas hablaba con nadie. Sólo con los compañeros de clase, para lo justo y necesario.

Spencer le dedicó una mirada apenada. Desde el primer día, imaginaba que la rubia no tenía muchos amigos allí.

—Mi mejor amiga en los recreos era la biblioteca —continuaba hablando—. Y así siguió hasta mediados de tercero de la ESO, hace dos años. Una mañana como otra cualquiera, me encontraba en la biblioteca. Ese día me había fugado las clases. En ocasiones me agobio y no puedo asistir. —Se encogió de hombros.

—¿Por eso faltas tanto?

Ella asintió con la cabeza.

—Sigue siendo una mala costumbre. —Esbozó una sonrisa nerviosa—. Bueno, pues estaba sentada en una de las mesas del lugar, con la nariz metida en un libro nuevo —prosiguió—. La encargada no estaba. La verdad es que por aquel entonces había una mala organización con la gestión de la biblioteca. Un chico se sentó a mi lado y se quedó mirándome, gesto que yo devolví. Noté que era algo mayor, pero no lo consideraba mucho más.




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