Me enfermas en sábado noche
El Big Piece era un restaurante de aspecto humilde. Tenía el suelo de piedra y las paredes pintadas de los colores de la bandera de Italia. Lo frecuentaba gente joven, familias primerizas y escolares. Todo el local desprendía un aroma a orégano y pimienta que hacía salivar las papilas gustativas de todo amante de la pizza.
Spencer y sus amigos se situaban en una mesa pegada a la pared, cerca de la puerta de los servicios. Matt estaba sentado a su lado y Elena y Lisa en frente de ellos. Dalia era la que se encontraba en el asiento del lateral, presidiendo aquella rectangular superficie de madera. No muy distanciados de los jóvenes se encontraban Bruce y Thomas, éste último en un regocijo interior superior a cualquier otro.
—Espero que no tarde mucho más en llegar la pizza —comentó impaciente la castaña, recorriendo con la mirada el lugar.
—Spencer, supongo que ya lo sabrás, pero ese chico de antes no te quita el ojo de encima —informó Lisa en un murmullo, entrecerrando los ojos y mirando en dirección al pelirrojo—. ¿Quién es?
La muchacha se giró velozmente, y en un instante cruzó su vista con la del susodicho.
—Es un estúpido —respondió tajantemente—. Un niño malcriado de mi instituto. No le hagáis ni caso. Se alimenta de la atención de la gente, es la fuente de su poder.
Dalia dejó escapar una risilla ante aquel comentario, algo que alegro a la chica pues temía que su amiga estuviera incómoda encontrándose Parker en aquel local. Para la protagonista también era algo extraño, puesto que habían estado conociéndose más en los recreos y las horas de comer. Lo consideraba un amigo y era raro tenerlo en otra mesa. Sin embargo, aún lo sería más si se encontrara en la de ellos. Fuera cual fuera la composición, el resultado sería extravagante y engorroso.
—Pues creo que la atención que necesita es la tuya —sentenció Elena enarcando las cejas, al ver que el aludido no quitaba ojo a la mesa en la que se encontraban.
En aquel momento llegó la camarera con la comanda de cada uno, interrumpiendo la conversación. A Spencer siempre le había cohibido hablar de sus asuntos personales delante de los empleados de cualquier lugar, por lo que aguardó a que dejara los platos sobre la mesa y se hubiera marchado.
—No lo creo.
Fue a agarrar una porción de pizza cuando la siempre impertinente voz de Rimes la detuvo.
—¡¿Vas a cogerlo con las manos, salvaje?! —Estaba realmente preocupado por tal hecho.
Spencer puso los ojos en blanco mientras que Matt inclinó su cuerpo al de la castaña y susurró:
—¿De dónde ha salido este extraterrestre?
—Tú lo has dicho, es un extraterrestre —susurró ella—. Viene del estricto planeta Richroses, donde ni la pizza se puede comer con las manos.
Mientras ella se burlaba en voz baja de él, Bruce se encontraba abiertamente indignado por la manera en la que lo estaba ignorando.
—¿No me vas a responder, maleducada?
La chica bufó y, acto seguido, se giró para poder darle la cara.
—¿Me dejas cenar? Gracias.
La pequeña probeta que medía la rabia de Bruce comenzaba a acumularse poco a poco.
—Esa chica me irrita —murmuró apoyando su quijada en su mano.
Parker era incapaz de borrar de su cara una sonrisa, le encantaba aquella situación. Era mejor de lo que creía. Además, estaba Dalia. Parecía un espectáculo montado para él.
Un trozo de pizza se acercaba a la boca de Spencer sin poderlo evitar y Bruce observaba el acto como si se tratara de una gran película y transcurriera a cámara lenta. La mejilla de la chica había quedado manchada por tomate y ni se había percatado. Al pelirrojo aquello le hizo gracia, incluso pensó que resultaba mona comiendo. Sin embargo, cuando Matt limpió sonriente con la ayuda de un pedazo de papel, aquella mancha, a Bruce le azotó un sentimiento lejano al que tenía instantes atrás.
—Mira a la boba: No sabe ni comer con las manos —escupió con retintín Rimes.
Esta vez fue Dalia la que habló, girando la cara para encontrar los ojos negros de Parker.
—Thomas. ¿Puedes decirle a tu primo que se calle un rato?
A Spencer le sorprendió sobremanera que la rubia le hablara así y al instante pudo ver como la cara de Bruce se enrojecía por momentos. Éste hizo un amago de levantarse, pero Thomas le agarró potentemente del brazo.
—Bruce, ni se te ocurra meterte con Dalia—habló en un tono de voz tan bajo que sólo lo pudo oír Rimes.
El chico se le quedó mirando con interés mientras se volvía a sentar. Apoyó la cara sobre su mano y dibujó una mueca similar a una sonrisa en su rostro, la cual evidenciaba maldad.
—Con que soy yo el obsesionado, ¿eh?
Dalia sentía en la mirada de Spencer el asombro de ésta y la timidez recorrió su cuerpo de nuevo, haciendo que se encogiera sobre el asiento.
—Así se hace —animó Lisa dando una palmada en su hombro.
—Bueno, contadme cosas, chicos —comenzó a decir Spencer y posó su mirada en el castaño—. ¿Sigues tocando la guitarra? La última vez que te oí tocar fue el verano pasado.
El chico le sonrió con una calidez perfecta en su pecosa imagen. Era muy diferente a Rimes, eso fue lo que pensó Spencer y se maldijo por ello. Tenía que estar enloqueciendo por comparar a su mejor amigo con el cabeza zanahoria.
—Sí, claro —respondió él llevándose a la boca una patata frita.
—Además está empezando a componer —informaron Lisa.
Spencer abrió la boca fascinada.
—¡Pero eso es genial!
—Sí, bueno. Ya sabes que lo mío es la acústica —explicó ruborizado. Carraspeó y miró a la morena más seriamente—. Cuando sea famoso podrás venir a todos mis conciertos gratis. Tú serás la invitada especial.
Ella rio y se pellizcó la oreja con sofoco, pero no respondió.