La sonrisa del Diablo

Capítulo 10: Que les den

Que les den

 

Un dolor agudo se concentraba en su sien izquierda. Era lo primero que sintió aquella mañana al despertar. Había bebido más de lo que estaba acostumbrado y la resaca hacía estragos en él. Por suerte, después de un buen desayuno, la molestia comenzaría a amainar. Se desperezó vagamente en la cama y estiró el brazo para agarrar la botella de agua situada en un lateral. Tras un bostezo, se la llevó a los labios y llenó su boca de aquel líquido tan satisfactorio en aquellos momentos cuando un grito hizo que se atragantara.

Una voz furiosa inundó cada rincón de la mansión Rimes, obligándolo a salir a trompicones de su habitación con la mano apoyada en la frente, tratando de desviar inútilmente el dolor. Bajó las escaleras todo lo rápido que pudo, pero aun adormilado, no fue como creyó. Conocía aquella voz. Conocía su timbre y su tono.

Llegó al recibidor de su casa y se encontró a una alta joven de largo cabello rubio fresa y ojos verdes, que repiqueteaba con su pie en el suelo mientras mantenía sus brazos cruzados.

—¡Clarice!

Ella enarcó una ceja y alzó un lateral de su labio superior, generando una mueca muy habitual en el rostro de su hermano.

—¿A qué viene esa sorpresa? ¿No recibiste mi carta?

—Sí.

—¿Y por qué llego y no estás aquí para recibirme? —cuestionó alzando la barbilla, dignamente.

—Porque hoy es domingo y no viernes. Y tú dijiste que vendrías el viernes. —Le apuntó con el dedo índice—. ¿Acaso debo esperarte tres días sin descanso?

—Sí —respondió ceñuda y, acto seguido, suspiró—. Hubo un problema en la organización del aeropuerto y se retrasaron todos los vuelos. Llegué anoche, pero no estabas.

—Es que salí un rato.

—¿Otra vez pegándote la gran vida, hermanito?

—No. Solo estuve con... —Recordó a Turpin y su momento de charla en los asientos del Black Bird y sintió como una emoción desconocida recorría su cuerpo hasta llegar a la punta de sus dedos—. Gente curiosa —terminó de decir, logrando que su hermana le dedicara una mirada suspicaz, por lo que vio conveniente cambiar de tema—. ¿Tienes pensado algo? ¿Y cuánto tiempo te vas a quedar?

—Pues visitar varios lugares de esta ciudad, ver a antiguos amigos… Lo de siempre. —Pasó a su lado y le dio una palmada en el hombro—. Voy a subir a ver si está mamá despierta. Anoche no quise despertarla.

 

 

*

Cuando Spencer se levantó de la cama no era consciente de lo que le aguardaba aquel día en la escuela. Entre bostezos se acercó al aseo y permaneció frente al espejo, planteándose si hacerse su habitual cola de caballo o mejor un moño alto. Era su duda diaria. Repentinamente, no supo bien por qué, pero recordó la vez en la que Bruce, acariciando un mechón de su pelo, le dijo que le favorecía suelto.

Se ruborizó inconscientemente y decidió ir con su melena suelta. Por supuesto, ella misma se negó que lo estaba haciendo por el cabeza zanahoria sino por ella. Aunque era cierto que, si él no hubiera acudido a su recuerdo, estaría yendo a clase con el cabello recogido como era habitual.

Sentía que todo transcurriría de la misma forma que había estado haciendo desde que entró, con la rutina característica del instituto al que acudía: la antipatía de los alumnos y la cordialidad de unos pocos, los cuales podía enumerar con tan solo una mano.

Cogió el autobús público hasta la parada más cercana a Richroses y, como de costumbre, el autobús la dejó con quince minutos de margen para el comienzo de la clase. Tan sólo empleaba cinco en llegar al instituto, los otros diez sobrantes los gastaba en algún entretenimiento improvisado y pasajero.

El ambiente cargado e incómodo se palpaba desde la entrada del edificio y la empezó a rodear desde que puso un pie dentro de la propiedad del recinto. Los alumnos se giraban para mirarla de un modo acusador. Podía percibir los susurros que se dirigían entre ellos y, ya acostumbrada estaba a que la discriminaran, pero estaba resultando más exagerado que otras veces.

Fue en el aula cuando se dio cuenta de que todos estaban pendientes del teléfono, más de lo normal. Parecían hipnotizados mientras observaban la pantalla como si algo muy gracioso estuviera reproduciéndose en ella. Los chicos soltaban carcajadas y las chicas manifestaban su indignación de un modo teatralizado. En el ligar se encontraba Dalia, pero no Parker. Cuando la clase fue consciente de la presencia de Spencer en el aula, se hizo un silencio total. Pero tras el silencio podía oírse el sonido de la maldad dentro de cada uno de ellos.

Entonces, se giró y vio algo que no le gustó nada: una foto. Ella estaba plasmada en el papel impreso, en ropa interior y Miller se encontraba muy cerca. Tenían los rostros tan pegados que casi parecía que se estaban besando.

Pronto supo cómo, cuándo y dónde sucedió aquel encuentro en el que acabó en sujetador. Y se preguntó cómo era posible que se realizaran esas fotografías. Estaba convencida de que las hizo una de las personas que estuvo con ella aquella noche. Tuvo sus dudas durante un segundo, pero pronto lo tuvo muy claro. Sabía quién había sido: aquel mezquino.

¿Cómo había tenido ella el valor de dedicarle sus pensamientos aquella mañana?

Uno de los alumnos decidió romper el silencio y sacarla de sus frustrados pensamientos.

—Vaya, así que eres de esas. Luego pones cara de no haber matado una mosca. Si es que las que van de santurronas luego son las peores.

La aludida se giró y vio como el chico que había hablado mostraba la foto de un móvil. Una igual que la que estaba decorando la pared. Mientras Spencer, horrorizada, miraba atónita el teléfono, él comenzó a pasar con el dedo la imagen para que ella pudiera verlo. Tenía varias fotos de ella, en aquella misma situación. Detalles nimios que la diferenciaban, pero varias.




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