La sonrisa del Diablo

Capítulo 11: Remordimientos en tormenta

 

Remordimientos en tormenta

 

"¿Qué has hecho?"

"Eres estúpido".

"¿Cómo te has atrevido?"

Rimes repetía esas palabras en su cabeza una y otra vez. No había obrado con la mente y se dejó llevar por el impulso. Sabía por qué lo hizo, sabía lo que sentía, lo que aquella chica tan simple despertaba en él. Lo sabía, pero a su vez no. Era extraño. ¿Cómo podía una persona saber y no saber lo que siente?

Una confusión desquiciante, asfixiante y atormentada, eso era lo que tenía Bruce en su interior en aquellos momentos. Llevaba días repitiendo el suceso en su cabeza. Esquivando a Spencer como un loco. Fingiendo que no la veía cuando sí lo hacía. Cuando siempre la veía. Era como si nunca se apartara de su mirada.

Parker lo había notado y aprovechaba cada segundo para reírse de él o tomarle el pelo. Incluso su hermana le preguntó por ella en alguna ocasión, algo que ignoró por completo.

 

 

*

Spencer llevaba días maldiciendo a Rimes. ¿Qué se había creído? La besaba, la ignoraba. Estaba loco, seguro. Sólo alguien tan bipolar como él podía obrar de una manera y hablar de otra muy distinta a sus actos. El problema de todo ello era que a ella le gustaba él. Pero, ¿por qué? Nunca la había tratado bien, ni un gesto bondadoso. Incluso el beso que le dio fue brusco y sus palabras de después petulantes.

Sin embargo, era la mirada de él lo que la confundía. En ella veía destellos de tormento.

Sentía una increíble curiosidad por conocerle. Por saber de él y de porqué es así. Era un misterio. Y su personalidad complicada, confusa y en ocasiones misteriosa hacía palpitar su corazón.

Lo odiaba.

Al final, siempre, le acababa contagiando su bipolaridad.

 

—Spencer. ¿Ha sucedido algo? —Quiso saber Dalia, algo preocupada.

Sorprendida por la pregunta, fijó la vista al suelo y se agarró de las rodillas. Si algo tampoco soportaba, era, en ocasiones, ser tan trasparente.

—No... —Dudó en su respuesta—. Es sólo que no entiendo por qué me siento así.

Todo era igual que siempre, había pasado una semana entera desde lo sucedido y Rimes la ignoraba más que nunca. La repelía como si de un insecto desagradable se tratara.

—No quiero que parezca que me meto donde no me llaman —comenzó a decir la rubia—, porque yo soy la primera persona a la que no le gusta que le fuercen a hablar de algo. Pero creo que es hora de que seas sincera, al menos conmigo. Lo he notado esta última semana. Estás... diferente. No en el mal sentido, pero, por ejemplo, ya no acostumbras a recogerte el pelo y suspiras muy a menudo, como si estuvieras preocupada por algo.

Spencer se acarició la melena inconscientemente. Y, repentinamente, comenzó a ponerse nerviosa. Realmente no buscaba aquello. No quería que le gustara Rimes. Porque si ese sentimiento incrementaba, sufriría de verdad. De ello sí estaba plenamente convencida.

—Yo... —Comenzó a decir y, cuando escuchó su propia voz, los nervios la azotaron y dominaron. Era consciente de que, si decía lo que pensaba y sentía en voz alta, lo haría realidad. Ya no podría elucubrar con que eran delirios. Si compartía sus emociones con alguien más, lo habría admitido. Además, corría el riesgo de que pensaran que era masoquista—. No lo entiendo, Dalia. No entiendo a Rimes. Algunas veces me desprecia y me trata como a una mierda y otras… —Se quedó en silencio recordando aquel beso.

Dalia entrelazó su mano a la de Spencer.

—Yo no te voy a juzgar jamás.

Aquella declaración le dio coraje. Se sintió respaldada por su amiga y estaba segura de que no eran palabras vacías.

—Me besó. —Dejó escapar la bomba de golpe. No había otro modo de contarlo.

La oyente alzó las cejas y abrió los ojos exageradamente. Parecía haber visto un fantasma.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Cuántas?

Un remolino de dudas y preguntas se concentraron en la cabeza de Dalia, que esperaba oír muchas cosas, pero no aquella. Entendió el estado se la castaña al instante, cualquiera estaría muerto en vida si el verdugo posee sus labios.

—Solo una vez. La semana pasada. Fue la última vez que hablamos, cuando pasó todo aquel lío.

La rubia se quedó pensativa, rumiando.

—Estoy sorprendida. Pero bueno, si te besó por algo será. Quizá siente algo por ti. —Sonrió pícaramente. Era la primera vez que veía esa sonrisilla en el rostro de su amiga.

Ella se sonrojó y desvió la mirada. Pese a que en lo más profundo de su ser le encantaba la idea de que Bruce Rimes, el clasista, sintiera algo por una pobretona como ella, no lo veía viable. Más bien era imposible.

A veces los besos no significan nada.

 

Aquella misma tarde se encontró con Rimes en la salida, el cual giró la cabeza en dirección opuesta nada más verla.

“Qué discreto” Pensó ella.

Le dio un empujón al acercarse a él.

—¿Por qué finges que no me ves?

—Porque te estoy ignorando —respondió secamente.

—Sí, ya he visto que se te da muy bien.

Él sólo se la quería quitar de encima. No le gustaba cómo se sentía cuando estaba cerca de él.

—¿Te importa?

La chica se había decidido a molestarle. Él la había estado molestando desde el primer día que puso un pie en aquel recinto y, para colmo, se tomó las libertades de besarla para luego ignorarla. Como si fuera algo de usar y tirar. ¿Qué menos que soportarla un poco?

—Sí, me importa. —Miró al cielo—. Mira las nubes. Están muy negras, parece que vaya a haber tormenta. No lo parecía esta mañana.

—Bueno, pequeña e insoportable pobretona —respondió Rimes apoyando su frente en su mano—. No me importa lo más mínimo. Yo iré en mi limusina calentito a mi casa. Te tendría que preocupar a ti, que te vas en autobús y vives en una urbanización muy lejos de aquí. Igual cortan la línea. —Sonrió maliciosamente a la par que entonaba aquellas últimas palabras con mucho tintineo.




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