La sonrisa del Diablo

Capítulo 12: Esto sí ha significado algo.

Esto sí ha significado algo

 

Me das asco.

Aquellas palabras resonaban como un terremoto en la cabeza de una Spencer confusa y triste. Era incapaz de pensar en cualquier otro recuerdo que pudiera ser más gratificante que la cara de Bruce Rimes escupiendo sus sentimientos hacia ella de forma cruel. Cada vez que lo rememoraba se le humedecían los ojos. Se sentía patética. Patética por albergar aquellos sentimientos, y patética por creer que él pudiera serle afín.

Pasó la tarde encerrada en su habitación con la cabeza sumergida en los libros de texto de su instituto. Con suerte, las ecuaciones, análisis sintácticos y preguntas de historia la evadirían de la realidad. Lástima que no fuera así.  

Recibió una llamada de Matt, pero no respondió. Tampoco contestaba al repiqueteo de la puerta de su cuarto propiciado por su hermano. Realmente, no le apetecía hablar con nadie. Ni el más mínimo deseo. Total, ¿qué podría decir? La única con la que se pudo sincerar fue con Dalia y aun así no estaba segura de si hizo lo correcto.

Desconocía que expresión dibujar en presencia de Rimes para que no apreciara como se sentía respecto a su sádico y determinante rechazo. Estaba frustrada.

 

 

*

¡Achís! Un estornudo hizo botar del susto a Clarice Rimes, la cual se asomó desde el piso de arriba, apoyándose en la barandilla.

—¿Bruce? —Preguntó.

—Sí —respondió él apoyándose en la pared de la entrada.

Clarice comenzó a bajar las escaleras del lado de la izquierda.

—¿Estás bien? Oh, cielos... —Se aproximó a él sorprendida y preocupada—. Estás empapado.

—Estoy bien. —Tranquilizó rascándose la nuca.

Ella posó sus manos en los hombros del pelirrojo y colocó su mirada a su altura.

—Oye, ve a darte un baño, ¿de acuerdo? Yo mientras te haré un chocolate caliente con fresas que sé hacer yo —guiñó el ojo—. Te vas a chupar los dedos.

Él continuaba rascándose la nuca.

—No hace falta —dijo sin mucho interés.

Como réplica, Clarice le arreó una colleja.

—No me hagas insistir.

 

Que sensación tan relajante esa de sumergir tu helado cuerpo en el agua caliente. Había añadido sales aromáticas, de frutas tropicales para ser exactos; sus favoritas. Cerró los ojos y a continuación observó el inmenso techo del aseo.

Spencer.

No dejaba de pensar en ella. En su mirada cálida, en su sonrisa sincera, en su cabello al viento... En la decepción que se apreciaba en sus ojos minutos atrás.

—Joder... —masculló frotándose el pelo contrariado.

No entendía por qué le dijo aquello. Por qué fue a buscarla. Si fueran ciertas sus propias palabras, y aquel beso no significó nada, hizo algo completamente inútil y absurdo al buscarla en aquella tarde gris.

¡Achís! Estornudó de nuevo. Así no podía relajarse. Ya no solo porque, obviamente, se había resfriado. Sino porque en toda su cabeza solo había una persona. Se levantó de golpe, cogió su toalla y se secó todo lo rápido que pudo.

El olor a chocolate caliente impregnó su nariz desde allí. Aspiró profundamente. Qué bien olía. Bajó hasta el comedor y vio a su hermana apoyando la taza en la mesa.

—Acabo de servirlo. —Sonrió—. Venga, siéntate y pruébalo.

Rimes hizo lo encomendado y tomó asiento en una de las sillas, apreciando aquel aroma más de cerca.

—¿No le has pedido a la cocinera que lo preparara?

—Pues claro que no. —Le dio una palmada en la espalda—. Se me da bien hacer chocolate. Y para tu información, me encanta cocinar.

Se sentó al lado de su hermano y dejó reposar su barbilla en el dorso de su mano.

—Clarice... —dijo con cierto recelo—. ¿Por qué me estás analizando con la mirada tan intensamente?

—Porque quiero que me cuentes que ha pasado.

—No ha pasado nada. —Hundió la cuchara en el chocolate.

—Ah, ¿no? Venga, eso no hay quien se lo crea. ¿Cómo me explicas que tú, con lo señorito que eres, no hayas venido con Sebastian? —Inquirió con suficiencia, enarcando una ceja.

—No es cosa tuya.                                                     

Ella sonrió con astucia y observándolo como si ya conociera perfectamente lo que sucedía.

—Tiene que ver con aquella chica… —Cerró los ojos, buscando recordar el nombre de la castaña—. Spencer, ¿me equivoco? —Abrió los ojos de golpe al pronunciar su nombre. Bruce no respondió—. Estoy en lo cierto —comentó sin borrar la sonrisa.

—No —dijo cortante.

—Ya... —entonó con sarcasmo—. Bruce, es obvio. Eres mi hermano y te conozco desde que naciste. Sé perfectamente cuando algo te preocupa. Y joder, vi como la mirabas. Menudo ataque de celos te dio el otro día para montar semejante numerito.

—¿Celoso yo? ¿Por Turpin? —Soltó una forzada carcajada—. No me hagas reír.

—Oh, sí. Claro que lo hago. Afróntalo.

—Te confundes, no siento nada hacia ella. Lo único... —Se quedó en silencio un instante—. Lo único que pasa es que no puedo controlarme cuando está cerca. Todo lo que la envuelve y todo lo que dice hace que me muera de la rabia.

Esta vez, fue Clarice la que soltó una carcajada, pero no era nada forzada.

—¿De qué te ríes? —Quiso saber Rimes.

—Ay, hermanito. Es tan divertido verte que mejor dejo que lo descubras por tu cuenta —afirmó dándole una palmada en el hombro.

Bruce hizo un chasquido con la lengua.

—Que desagradable eres.

En el semblante de Bruce, se podía leer dolor.

—¿Sucede algo?

—No es nada. Sólo me duele un poco la cabeza.

 

 

*

—Se te ve apagada.

Spencer levantó la cabeza y dirigió la vista hacia la persona que había hablado. Tenía los pómulos rojos del roce con las mangas de su camisa. Había mantenido la cara oculta entre sus brazos. No tenía ganas de nada. Si hubiera sido por ella, aquel día no hubiera asistido a clase.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.