¿Novios?
Una vez el llanto cesó, Spencer se apartó de él lentamente. Había dejado sobre el polo de su uniforme una pequeña mancha a causa de las lágrimas. Por suerte, cuando se secara, se esfumaría.
—¿Estás mejor? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Quieres algo de beber? ¿Un té o algún refresco?
—Té, por favor.
Bruce se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y depositó su móvil y su cartera sobre la mesita.
—Voy a pedírselo a Dana.
Se ausentó por unos minutos y en ese tiempo, Spencer volvió a recorrer con la vista la estancia en la que se encontraba. No solo en cuanto a dimensiones era, aquella casa, muy diferente a la suya, sino también en su decorado. En todos aquellos elementos ostentosos que la conformaban. Estaba convencida que una simple lámpara allí, valdría miles de libras.
Apreció que la una esquina de algo que parecía papel sobresalía del interior de la cartera del pelirrojo. Se mordió el labio tratando de frenar su curiosidad, pero al final acabó ganando. Extendió el brazo, extrajo aquel impreso y comprobó que se trataba de una fotografía. Una joven de cabellos dorados era la protagonista de aquel encuadre. Era una chica guapa, pero no era Clarice ni le sonaba haberla visto por el instituto.
Cuando escuchó unos pasos acercarse, guardó rápidamente el objeto donde estaba.
—¿Qué le vas a decir a tus padres? —preguntó el pelirrojo volviéndose a sentar. La cara de Spencer parecía no entender la cuestión, por lo que especificó—: Por las heridas.
—Pues que me he caído.
Él arrugó la cara. En aquel momento llegó Dana y sirvió las tazas de té sobre la mesita, junto a la jarrita. Hizo una cortés reverencia y, tras dedicarles una sonrisa, se volvió a ir.
—Suena todo tan terrible.
Una idea afloró en la mente de la castaña.
—Lo es, ¿pero sabes cómo puedes compensarlo?
—¿Cómo?
—¿Qué haces en Navidad?
Aquella pregunta le había pillado desprevenido y por un instante se sintió terriblemente violentado.
—No me gusta la Navidad —respondió apartando la mirada para que ella no notara lo mucho que le molestaba hablar de ese tema.
Spencer apreció la incomodidad que trataba de ocultar y él posó su mano sobre su muslo. Con aquel roce, tenía la sensación de que acabaría por darle un infarto; estaba sintiendo demasiadas emociones nuevas aquel día. Para ser franca consigo misma, no acababa de entender qué había sucedido aquel lunes. ¿Cómo había pasado Bruce de decirle que la odiaba a declarar públicamente que eran novios? Le hubiera gustado que se lo hubiera pedido, que hubiera sucedido de otra manera, pero sabía que él no era alguien normal y decidió dejarlo estar.
—Podrías pasar Nochebuena en mi casa, con mi familia —sugirió y al instante se apretó la lengua con los dientes. Estaba tan emocionada por aquel cambio y tan presionada con la insistencia de su madre para que trajera un novio a casa, que había propuesto algo que conllevaba más tiempo.
Él se rascó la nuca mirando hacia el techo, mientras pensaba en si había sido buena idea dejarse llevar y dar aquel paso. ¿En serio estaba preparado?
—La verdad es que no sé —comentó pausadamente, buscando las palabras—. La Nochebuena en mi casa suele ser una hipocresía y por una parte me apetece estar lejos de aquí. —Dirigió nuevamente la vista hacia ella y apreció como le brillaban los ojos por la ilusión. Era una cara tan adorable que habían estropeado con un golpe en su frente. Una punzada de culpa se centró en su pecho—. Prefiero pasarla contigo. —Sonrió pasando su brazo por encima de sus hombros.
La joven le devolvió la sonrisa. Ver a Bruce Rimes cediendo a una cena con su familia... Continuaba siendo extraño. Realmente no estaba segura de sí era real o estaba soñando. Se rascó con el dedo índice en el pómulo, justo debajo del ojo, y torció el labio manifestando su duda.
—Oye… —Comenzó a hablar y pronto captó la atención del chico—. ¿Te has golpeado la cabeza?
El rostro del aludido se ofuscó.
—¿Eres tonta? —Cuestionó irritado y con su ceño fruncido.
—No, es sólo que... —No terminó de enunciar lo que deseaba, pues comenzó a reír sonoramente. Estaba siendo todo tan raro que escuchar la voz iracunda de su acompañante mientras la catalogaba de tonta resultaba muy tranquilizador—. Era broma —Mintió piadosamente.
Él enarcó una ceja.
—Tu sentido del humor deja mucho que desear —informó con un ligero matiz de superioridad en la voz—. Espero estar preparado para enfrentarme a toda la jungla en Nochebuena.
Spencer sintió como todos los músculos de su cuerpo se relajaban. Ahí estaba el auténtico Bruce. Sabía perfectamente que debería haberse molestado cuando se había referido a su familia como «la jungla», pero lejos de hacerlo, se alegró. No obstante, la fiera a la que había que controlar era él.
—No llames jungla a mi familia —reprendió. Acto seguido, dio un leve brinco sobre su asiento a la par que tensó la mandíbula—. ¡Zeus! ¿Qué hora es? —Se puso en pie.
No obtuvo respuesta, se limitó a seguir con la mirada el dedo de Bruce, que señalaba un reloj de pared que había justo detrás de ella y que marcaba más de las cinco.
—¡¿Qué?! ¿Es esta hora ya? —Cogió su cartera y se la colgó del hombro—. Me tengo que ir. He quedado con mi madre en el centro para ayudarle a comprar más cosas para Navidad.
Un escalofrío recorrió la espalda del chico.
—¿Sois unos fanáticos de la Navidad en tu casa o qué?
Ella puso los ojos en blanco.
—No. —Dudó unos segundos—. Bueno, no te asustes. Extrañamente les caes genial a mis padres.
—¿Extrañamente? A mí me adora todo el mundo, querida.
—No me hagas reír. —Dejó escapar una sonora carcajada. Volvió a mirar la hora—. Lo siento, se me hace tarde.