La sonrisa del Diablo

Capítulo 18: Una Navidad diferente

 

Una Navidad diferente

 

En el momento en que la presencia de ambos jóvenes se hizo patente entre los invitados del salón, todos fijaron la vista en ellos. La frecuencia cardíaca de Bruce estaba en aumento, pues se encontraba en un hábitat muy diferente al suyo.

—¡Hola, cerdita! —exclamó la mujer del escote dándole un cachete en el trasero a Spencer y riéndose a carcajadas. Portaba una chaqueta de pelo sintético con estampado de leopardo y los dedos eran cruelmente estrangulados por una gran variedad de anillos de oro –o imitaciones.

—Hola, tía Tiffany —saludó avergonzada. No se atrevía a mirar a Bruce, pero estaba convencida de que se estaba riendo de ella.

—¿No me vas a presentar a tu amiguito? —preguntó mirando a su pareja con los ojos entrecerrados y con la voz divertida.

Spencer asintió con la cabeza y, tras una disculpa, lo introdujo.

—¿No ha venido Maxim? —Quiso saber la joven, buscando con la vista al sujeto en cuestión.

—Sí, está fuera fumándose un piti[1]. Ahora entrará. —El modo de hablar de Tiffany resultaba bastante 'de barrio' en ocasiones. Tuvo a su hijo siendo una adolescente y le crio como madre soltera. No obstante, Spencer estaba segura que, pese a todos sus defectos y dificultades, había aprendido a cuidar muy bien a su hijo y era una mujer a la que le debía cierta admiración por ello.

Lamentablemente, parecía que su tía había acampado donde se encontraban ellos, pues no dejaba de hablarles acerca de lo mucho que le había costado arreglarse su pelo ondulado y asfixiado por la laca y lo mucho que le había metido prisa a Maxim para llegar a tiempo.

Spencer se sintió salvada cuando vio salir de la cocina a su madre y a Rose, hermana de su padre, con una bandeja repleta de comida. Dejaron los platos sobre la mesa y su tía fijó su atención en ellos.

—¡Spencer! —llamó con una sonrisa. Se trataba de una mujer con cara apacible, estaba un poco rellenita y sus mejillas estaban rosadas. Vestía unos pantalones vaqueros y un jersey de cuello vuelto y tenía unos andares que, desde el punto de vista de Rimes, resultaban muy u cómicos—. ¿Qué tal, tesoro? —Miró al chico—. Hola, soy Rose. —Le dedicó una amplia sonrisa y a continuación cambió la dirección de su mirada hacia Tiffany. Frunció el ceño—. Oye, Tiffany, ¿por qué no dejas de molestar a la parejita y vienes a echarnos una mano en la cocina?

La rubia puso los ojos en blanco, bufó y con un "yo también quiero ser joven" fue con la mujer. La tercera tía de Spencer, que se encontraba mirando al árbol, se aproximó para presentarse, hablando en un tono muy bajo.

—Buenas noches, chicos —sonrió tímidamente y miró al pelirrojo—. Yo soy Mary, la mayor de las tres hermanas. —Se refería a Barbara y Tiffany.

Bruce fue a darle la mano tras introducirse, pero ella retrocedió.

—Voy a ayudar en la cocina también… Adiós.

La cara del muchacho denotaba confusión.

—No te preocupes —dijo Spencer leyéndole la mente—. Está obsesionada con los gérmenes. No suele hablar mucho, no te preguntará muchas cosas.

Bruce le susurró que nunca había visto nada igual. Por el momento, había conocido a tres personas, y ya se sentía increíblemente fuera de lugar —aunque ya lo hacía incluso antes de llegar—.

No tardaron en acercarse a ellos los dos niños, que analizaban al invitado como si se tratara de un invasor del espacio. La mirada de aquellos pequeños se manifestaba vacía y con cierta frialdad y en cierto modo le hizo recordar a El pueblo de los Malditos, pues tenían la piel pálida y los ojos azules, aunque sus mejillas eran rosadas como las de Rose.

—¿Quién eres tú? —preguntó la niña que se balanceaba ondulando la falda de su vestido blanco, excesivamente cargado de volantes.

—Se llama Bruce —explicó Spencer con una tierna sonrisa en su rostro y agachándose para tener la vista a la altura de la criatura.

—Es muy guapo —le susurró en la oreja. Se apartó de ella y agarrando el extremo del jersey que vestía Rimes, dijo—: Yo me llamo Amelia. ¿Quieres ser mi novio?

—No puede ser tu novio, ¡tonta! —sentenció indignado el otro diminuto, sólo que este tenía el pelo castaño y un traje gris que, más que la ropa de una cena, parecía el atuendo propio de la misa de los domingos, al igual que su hermana.

—Venga, Charlie... —Spencer apoyó la mano sobre el hombro del muchachillo.

—Cállate, mocoso —espetó Bruce de repente.

Spencer se mostró boquiabierta.

—¡No soy un mocoso! —chilló.

Rimes soltó una sonora carcajada.

—Pues claro que lo eres, me llegas por la cintura, enano —se burló de él, chinchándole.

El niño le propinó una patada en la espinilla mientras pegaba un grito agudo. El herido dejó escapar una exclamación de dolor mientras se llevaba las manos a la zona lastimada. Quería matar a ese niño.

El extraño que también había en el salón se acercó apresuradamente hacia el pelirrojo al ver la patada que le había dado Charlie. El hombre le dio una colleja y se disculpó con Bruce.

—Soy Charlie. —Extendió la mano.

—¿También? —cuestionó Bruce con el ceño fruncido.

—Sí. —Se reía—. Yo soy Charlie padre y él es Charlie jr.

—Muy mal, Charlie jr. —reprendió Mary, que había acudido ante los gritos—. Por estas cosas no tengo hijos —sonrió y, agarrando a Amelia de la mano, fueron hacia la mesa.

Bruce fulminó con la mirada a Spencer cuando supo que nadie le veía. No llevaba ni media hora con tantos desconocidos y ya se había llevado una patada de un mocoso repelente y había apreciado lo variopinta que era su familia.

La chica le apretó la manga de la camisa que se asomaba por la del jersey mientras le susurraba un "lo siento" por lo bajo y le dedicaba una expresión coqueta. Él puso los ojos en blanco y cuando estaba a escasos instantes de darle un pequeño tirón en uno de los mechones sueltos de Spencer, a modo de reprimenda y de broma, entró un nuevo individuo a la estancia.




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