Sonríe y perdóname
Dalia se encontraba en el invernadero de su casa; su familia disponía de un jardín botánico. Ella siempre había crecido entre flores y plantas y no había nada que le gustara más, en especial en aquellos días que veía tan turbios.
Miró su reloj de muñeca y pensó que no le había contado a Spencer nada de lo sucedido desde hacía dos semanas. Ni ella tampoco le había informado de nada, pero lo entendía pues seguramente había estado ocupada con el asunto de Bruce. Había llegado a sus oídos que el joven declaró delante de gran parte de la escuela que Spencer era su novia y se moría de ganas de hablar con ella.
Dos semanas antes
El teléfono volvía a comunicar, últimamente nunca respondía a sus llamadas y a veces sentía que presionaba el botón de finalizar llamada antes incluso de descolgar. Le echaba de menos, apenas se estaban viendo y cuando lo hacían era durante tan solo unos escasos minutos.
No entendía qué sucedía, no sabía si aquello que nació entre ellos se estaba extinguiendo o simplemente se trataba de un conjunto de casualidades. No lo aguantaba más. Necesitaba estar junto a él y difuminar esos horribles pensamientos que la acompañaban día tras día.
—¿A qué viene esa cara tan larga? —Una voz muy familiar le sacó de su ensimismamiento. Se trataba de Thomas.
Al verle, pronto apartó su mirada huidiza de la de él y respondió:
—No es nada. —Se limitó a responder. Últimamente la presencia de Parker le resultaba más molesta de lo usual; se ponía mucho más nerviosa que antes y siempre se quedaba sin palabras cuando hablaba con él.
Por mucho que lo intentara, no podía difuminar de su rostro el dolor que llevaba albergando todos aquellos días de incertidumbre, algo que Thomas había notado. Si algo no era el chico, era tonto. Sobretodo tratándose de Dalia, la persona a la que más había observado en silencio desde que la conoció. Podría decirse que sabía tanto de ella que con solo una mirada de soslayo podía dictaminar sus ánimos.
Él, que nunca había tenido problemas a la hora de hablar a alguien y que jamás le había importado lo que pensaran, si era raro o no, ahora no tenía valor suficiente para hablar con aquella chica de cabello rubio platino. Simplemente no podía. Estaba bien observándola desde la distancia; reía cuando ella lo hacía y se preocupaba cada vez que la veía alterada.
No obstante, todo cambió cuando comenzó con el profesor Charles Wells: el encanto de las estudiantes; el profesor atleta de ojos tiernos. Fue una maldición descubrirles, o una bendición, porque tuvo el valor necesario para hablar con ella, aunque su excusa ocultara horribles fines.
Parker miró a su alrededor para comprobar que no había demasiada gente que pudiera oírlos.
—Es por Wells, ¿verdad? —Se aventuró a decir y Dalia le fulminó con la mirada.
—No es tu problema —espetó seria y añadió—: Y si no es para que te haga los deberes, no me hables. —Y pasó por al lado del joven, que se quedó mudo y sin saber qué decir.
Se sentía tremendamente frustrada y en parte comprendía que no podía culpar a Thomas del daño que sentía, pero odiaba que se metiera en su relación. Sobretodo habiendo soportado el chantaje de éste.
*
El moreno iba de camino a la librería Waterstone's, en busca de algún libro que le pareciera lo suficientemente absurdo como para evadirse de la realidad, cuando una cafetería situada en la acera de en frente captó su atención. En la terraza había varias mesas de una combinación de colores pastel y, sentada en una de las sillas, tomando una taza de lo que a la distancia parecía un té con leche, se encontraba una mujer bien vestida, de pelo ondulado y pelirrojo decorado con unas gafas de sol a modo de diadema. Llevaba los labios pintados de rojo y no dejaba de reír estridentemente, y en su dedo anular llevaba un anillo plateado con un pequeño diamante en el centro. Su acompañante, un hombre de pelo castaño que parecía tener la edad de ella y que sujetaba una taza de café, portaba la misma joya en el mismo dedo. Era Charles Wells.
Parker no creía en tantas coincidencias, por lo que cruzó la calle para acercarse a donde estaban y verle de cerca. Su corazón latía apresuradamente conforme se iba acercando al descubrimiento que creía que acababa de hacer. Efectivamente, se trataba del profesor que había acaparado el corazón de Dalia. Y estaba con otra mujer: su mujer.
Él jamás llevaba esa alianza en el instituto. Nunca se había percatado de ello y estaba más que seguro que su amiga no tenía la menor idea de aquello.
Pasó al lado de la mesa donde se encontraban, con lentitud, buscando que Wells reparara en él y que le saludara. Que dijera cualquier cosa.
Y así hizo.
—¡Parker! —exclamó al verle y esbozando una amplia sonrisa mientras se ponía en pie para extenderle la mano—. ¿Qué tal?
El joven estaba muy serio y no dejaba de alternar la vista del profesor a la mujer. Finalmente, devolvió el gesto.
—Muy bien, ¿y usted?
—Pues tomando algo tranquilamente con mi mujer, Keira —respondió señalando a la aludida, la cual le dedicó una bonita sonrisa a Thomas.
Pero Parker no podía devolverle la sonrisa, en aquel momento lo veía todo oscuro y había dejado de prestar atención a lo que el profesor le estaba diciendo, pues sus palabras resultaban tan molestas en aquel momento que no pudo reprimirse. Cerró el puño y apretándolo con potencia, sintiendo como su ardiente sangre recorría su cuerpo, lo impactó en la cara del sujeto, seguido de otro con la mano opuesta hasta derribarlo al suelo.
—¡Cabronazo! —Escupió de rabia mientras se abalanzaba sobre él.
Sólo escuchaba los gritos de Keira que suplicaba que parara y hasta que dos hombres que andaban por ahí lo apartaron, no frenó. El profesor estaba desconcertado, no entendía por qué Parker había cometido aquello puesto que ellos dos se llevaban bastante bien, pero el chico tenía un motivo muy válido, al menos para él: nadie se ríe de Dalia.